El crimen de Cuenca (Pilar Miró, 1979)

Reseña de Daniel Antona:

El Crimen de Cuenca 1979,  de Pilar Miró

 

Estamos ante la única película española prohibida durante la Democracia. Relata los hechos históricos que, desafortunadamente, tuvieron lugar entre 1910 y 1926 en los pueblos conquenses de Tresjuncos y Osa dela Vegay sus alrededores. A pesar de la desaparición de la censura en 1977, fue secuestrada y puesta a disposición militar durante casi dos años, y su directora, Pilar Miró, fue objeto de proceso militar. Cuando por fin fue estrenada en 1981, se convirtió en una de las más taquilleras del cine español. La razón de estos obstáculos fue, sin duda, el miedo que sintió el gobierno ante el posible escándalo social cuando el público contemplara en la pantalla la minuciosidad de las imágenes con las que la directora narra las torturas puestas en práctica porla GuardiaCivil.Esta tortura es el crimen al que alude el título del filme.

Hoy en día, aunque parezca increíble, aún existe la tortura en España. Amnistía Internacional lleva años expresando su honda preocupación por casos de tortura y otros casos crueles, inhumanos o degradantes infligidos por funcionarios encargados de hacer cumplir la ley en España y por la impunidad efectiva de los responsables en muchos de ellos [1]. Si bien, se practica de otra manera; los torturadores torturan mejor ahora que veinte años atrás: han mejorado en técnicas, dejan menos marcas, hacen sufrir más y mejor en menos horas. Los torturadores del franquismo eran unos alocados, los de ahora lo hacen con bolsa de plástico [2].Muchas cosas no han cambiado. La incomunicación de los detenidos o las trabas puestas para aportar pruebas en su defensa son algunos de los fenómenos que denuncia Pilar Miró en su película y que siguen denotando la opacidad del sistema español.

 

El filme comienza con la copla de un ciego, que narra la historia del Crimen de Cuenca. La imagen se congela en mitad del cántico y nos son presentados los créditos sobre ella. Podremos comprobar como acaba esta canción pasados los dos tercios del largometraje.

A continuación, se nos muestra una preocupada madre en busca de su hijo José Mª, apodado “el Cepa”. La mujer acude al juzgado de la comarca para denunciar la desaparición. Ante el juez, un jovencísimo Héctor Alterio, afirma estar convencida de que Gregorio Valero y León Sánchez, interpretados de una manera excepcional por Daniel Dicenta y José Manuel Cervino respectivamente, lo han asesinado. Estos dos hombres son presentados en las imágenes como gente trabajadora y humilde, y buenos amigos entre sí, casi hermanos.

A causa de las mencionadas acusaciones, el juez se reúne con Don Francisco, jefe de los supuestos asesinos, y con Contreras (Francisco Rey), diputado conservador del distrito. Contreras pide al juez que haga justicia y condene a los acusados. El juez se niega al no existir prueba alguna del delito y, ante esta negativa, el diputado muestra su rechazo hacia la mentalidad de izquierdas.

Don Francisco enferma y se encuentra al borde de la muerte. Pero antes de dar su último suspiro, en lo que parecen los delirios de un moribundo, culpa a sus dos empleados de la muerte del Cepa. Contreras contempla la escena y está dispuesto a salirse con la suya ajusticiando a los dos hombres. En marzo de 1913 llega un nuevo juez a la comarca, el Sr. De Isasa, afín a la ideología de Contreras. Éste consigue que el juez reabra el caso y, transcurridos veinte minutos de metraje, Gregorio y León son detenidos bruscamente porla GuardiaCivily trasladados a los calabozos del juzgado. Una patada en el trasero introduce a León en la celda en la que yace su amigo, aparentemente maltratado. Ambos se encuentran sumidos en una oscuridad literal; pero también metafórica, la de un sistema que no sólo no respeta los Derechos Humanos, sino que los vulnera sistemáticamente.

Los funcionarios dela GuardiaCivil, dispuestos en corro, golpean a Gregorio, pasándoselo de uno a otro. Tras propinarle una buena paliza, lo sujetan como a un animal para que no se mueva y el sargento al mando le pone un garfio de hierro en el cuello. Los planos detalle de las herramientas y los primeros planos de los rostros desencajados de dolor de los acusados hacen que ciertas escenas sean especialmente duras de visionar. El sargento incluso le mete el hierro en la boca y hace gesto de clavárselo.

Por otra parte, la tortura psicológica, que a veces puede “doler” más que la física, juega un papel importantísimo en la película. Contreras, además de impedir que vea a su marido, amenaza a la mujer de Gregorio, interpretada por Amparo Soler Leal, para que le ayude a encerrar a los asesinos del Cepa. Asustándola con separarla de sus hijos, consigue la confesión que busca.

A su vez, a Gregorio y a León lo que más les atormenta es la desconfianza que sienten el uno por el otro, la creencia de que su amigo les ha causado ese sufrimiento.

La brutalidad de la GuardiaCivilles hace pensar en la supervivencia, en aliviar el dolor que sienten por todo el cuerpo. Les exigen la confesión de un crimen que no han cometido y de no dársela continuarán. Por ello, comienzan a inventar confesiones y a culparse el uno al otro. Destaca un plano especialmente bestial, de la mano de León. El sargento le clava instrumentos bajo las uñas e incluso le arranca una uña lentamente con unas tijeras. Durante esta cruel escena, los gritos y los gemidos hacen que la contemplación de la misma sea algo insoportable. La cámara se aleja y el espectador siente alivio, símbolo del comportamiento de la sociedad española, que no sabe nada de la tortura. Y no sabe de la tortura porque no quiere saber nada de la tortura. Porque le viene muy bien no saber nada de la tortura [3].

Pero la cámara se acerca de nuevo, cerrando el plano, obligándonos a ver lo más crudo de la realidad que retrata.

Técnicamente, además del desgarrador sonido y de la sugestiva música de Antón García Abril, la fotografía de Hans Burmann merece especial mención porque contribuye significativamente al impacto que causan las imágenes. Utiliza la profundidad de campo de una forma inteligente a la hora de narrar, dirigiendo la mirada del espectador hacia lo relevante, en muchos casos lo visceral.

Otra tortura padecida por León consiste en ser colgado de una tubería a dos metros del suelo. Sus genitales están amarrados a la misma por una cuerda de manera que, si se suelta de pies o manos, se le desgarrarán. A Gregorio, después de afeitarle cuidadosamente para no cortarle, el sargento le arranca el bigote con unos alicates.

Al fin y al cabo, crueles y brutales torturas, si bien quizá suavizadas en la película respecto a las que tuvieron lugar históricamente para no herir la sensibilidad del espectador.

La Guardia Civil, por su parte, es retratada a través de seres torpes, con tricornio y bigote, que arreglan todo a “culetazos” de fusil.

Es inquietante el extremo de resignación al que son llevados los prisioneros. Si siguen negando su culpabilidad les aguarda la pena de muerte, así que, aconsejados por sus respectivos abogados y pensando en salvar la vida, reconocen haber matado al Cepa a cambio de una sentencia que les augura una larga condena.

Una vez han cumplido la misma en su totalidad, la directora del film recurre al trovador ciego mencionado con anterioridad para corroborar las sospechas del espectador: el Cepa está vivo. Pero ya es tarde para que eso les importe a nuestros protagonistas. Ni que la sentencia sea anulada, ni las disculpas de los que les llamaron asesinos ni las del propio Cepa les sirven de consuelo. La triste melodía, los planos de las expresivas miradas y los silencios que invitan a la reflexión nos muestran que lo único que llena sus almas es poder abrazar a su amigo como no habían podido hacerlo hacía más de dieciocho años.

En resumen, El Crimen de Cuenca resulta impactante, pero a la vez conmovedora.  Apela a la conciencia de cualquier espectador, pero sobretodo a la del español que siente, en cierto modo, una vergüenza y una rabia no ajenas, sino propias. Y, es más, invita a la reflexión con la que se inició esta crítica: Puede que no estemos tan lejos de la realidad que nos muestra Pilar Miró en esta magnífica obra.

 

Webgrafía:

 

-El Crímen de Cuenca: un enorme error judicial, Rogelio Pérez Bustamante.

 

[1] Informe Sal en la Herida (2007) P.9, de Amnistía Internacional

 

[2] Oriol Martí, citado por Xabier Makazaga en su libro Manual del torturador español (2009). P.35

 

[3] Tortura y doble moral, Javier Ortiz

 

Daniel Antona, 2013.

 

Nota de Luis Deltell. Aunque el autor de la reseña no lo ha utilizado, pero desde 2012, existe un interesante y muy valioso estudio sobre la película. Se trata de «Golpe a la Transición. El Secuestro de El crimen de Cuenca». de Emeterio Díez Puertas. Este texto es un excelente trabajo de investigación sobre la película y la relación con la censura. Lectura muy recomendable.

 

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