31) Imperativos éticos (I).
Hay que reconocer que el tópico “Torre de marfil” sí refleja algunas características del común de los investigadores. Yo mismo, por ejemplo, me siento mucho más cómodo enfrentado a complejos problemas biológicos que lidiando con el papeleo necesario para justificar mi trabajo, mis gastos, mis viajes, mis charlas, mis clases, etc. Eso no quiere decir que no considere esencial el rigor y la honradez profesional, o el rendir cuentas a la sociedad que nos financia.
Pero no es la burocracia lo que más me incomoda, y eso que me incomoda muchísimo. Al bajar de mi torre de marfil lo que me impactó hasta dolerme fueron las actitudes pseudocientíficas y anticientíficas de parte de la sociedad. ¡Cómo en determinados ambientes se podía repudiar el trabajo de investigación! Voy a dedicar las próximas entradas a explicártelo. Y también por qué he acabado considerando un imperativo ético el contrarrestar dichas actitudes.
La experimentación animal está en el punto de mira de varias organizaciones sociales y de muchas personas. De hecho, una iniciativa ciudadana en la Unión Europea recogió casi 2 millones de firmas para abolirla. El trabajo con animales de laboratorio está regulado estrictamente en toda la Unión Europea por una Directiva Comunitaria, traspuesta a la legislación española en el Real Decreto 53/2013. En dicho decreto se reconoce sin ningún empacho su intención: “Se marca como objetivo último el total remplazo de los animales de experimentación”.
Déjame explicarte primero la normativa. Cualquier proyecto que implique el uso de animales requiere la elaboración de una memoria justificativa donde se explique la necesidad del mismo, los beneficios previsibles y las tres “R”: la inexistencia de métodos de Reemplazo, la Reducción del número de animales a emplear al mínimo posible y el Refinamiento de los métodos para reducir el posible sufrimiento animal. Dicha memoria debe de ser evaluada positivamente por tres comités para obtener la autorización para el empleo de animales. Este procedimiento, como es usual en España, ha sido implantado a coste cero para el Estado. Ni se recibe ayuda para pagar los cursos de formación necesarios para capacitar a los investigadores, ni se tiene en cuenta el tiempo y la carga de trabajo adicional que todo el proceso conlleva. Sirva de contraejemplo mi experiencia en una estancia que realicé en la Universidad McGill de Montreal, Canadá. En ese país los requerimientos para la experimentación animal son posiblemente más estrictos que aquí. Pero el laboratorio en el que estuve, en el que trabajaban unas 7-8 personas, tenía a una persona dedicada a la elaboración de las memorias, la gestión de los animales, la formación de los investigadores en las tres “R”, etc.
La postura cómoda sería resignarse a eliminar de nuestras investigaciones la experimentación animal. Pero eso conllevaría el abandonar la búsqueda y el desarrollo de tratamientos para miles de enfermedades que a día de hoy son incurables. Tal como explico en la leyenda de la figura acompañante, el empleo de animales es imprescindible para comprender la enfermedad y para evaluar la toxicidad y la eficacia de un posible tratamiento. ¿Es o no es un imperativo ético el oponerse a la abolición de la experimentación animal?