32) Imperativos éticos (II).
Siento que mi sobrecarga de trabajo haya retrasado esta entrada. Si la hubiese logrado publicar cuando correspondía, habría salido antes que la iniciativa de 110 premios Nobel de criticar a los detractores de la transgénesis. No, no era ni es mi intención abundar en esa crítica. Obviamente mi impacto sería ínfimo en comparación con el que espero que ellos logren tener. Mi intención es hablar del imperativo ético que tenemos los investigadores de explicar y defender la ciencia, de hacer frente a la pseudociencia y de atender a las críticas, pero exigiendo que estén basadas en evidencias. Ni más ni menos que lo que nuestros colegas han hecho.
Decía en mi entrada anterior que, en general, los investigadores nos sentimos mucho más cómodos trabajando en nuestros laboratorios que participando en este tipo de controversias. Probablemente por eso no son frecuentes este tipo de iniciativas. Muchos científicos, como a mí me pasaba antes, no dan importancia a los crecientes movimientos anticientíficos y pseudocientíficos que van proliferando en la sociedad. O piensan que no es nuestra labor el contrarrestarlos con la divulgación de nuestro trabajo. El resultado es que, poco a poco, más gente va siendo engañada y manipulada con argumentos simples, en principio más sencillos que los científicos, y verdades a medias. Y no lo tenemos fácil, pues la ciencia siempre tiene un grado de incertidumbre. Cualquier resultado se pone en duda, se reanaliza, se vuelve a estudiar. Por eso la ciencia se corrige a sí misma y evoluciona. La ciencia es incertidumbre, pero nos proporciona las evidencias más sólidas; revisables, eso sí, mejorables. Nunca se debe esperar de la ciencia la respuesta definitiva. Una buena respuesta a una pregunta siempre planteará nuevas preguntas. La ciencia es una lista de preguntas, no de respuestas.
No hay otro camino que “arremangarse”, bajar a la arena y, con un lenguaje claro, sin perder el rigor, explicar lo que es ciencia y lo que no lo es. Divulgar el conocimiento y el pensamiento crítico a la sociedad. Es lo que nuestros colegas han hecho cuando, sin pelos en la lengua, se preguntan: ¿Cuántas personas pobres del mundo deben morir antes de que consideremos esto un “crimen contra la humanidad”? ¡Qué cunda el ejemplo!