• Muerte de un naturalista

    Durante todo el año el dique de lino supuraba
    en el corazón del pueblo; verde y de cabeza pesada
    el lino se pudría allí, aplastado por enormes terruños.
    A diario chorreaba bajo un sol de justicia.
    Burbujas gorgojeaban con delicadeza, moscardones
    tejían una fuerte gasa de sonido en torno al olor.
    Había también libélulas, mariposas con lunares,
    pero lo mejor de todo era esa baba caliente y espesa
    de huevos de rana que, a la sombra de las orillas,
    crecía como agua coagulada.

  • El termómetro

    28 Para determinar por experiencia
    Muchos de los efectos expresados,
    Han sido con buen éxito empleados
    Algunos instrumentos ingeniosos,
    Inventados por físicos famosos,
    Y meteorológicos llamados,
    Porque el nombre meteoro aplicamos
    A cuanto en nuestra atmósfera observamos.

  • Haikus

    Entre la hierba
    un transistor perdido
    ronroneando.

    De dos en dos
    me rodean los faros.
    Perplejidad.

    Un móvil suena
    y nadie en la avenida.
    Un móvil suena.

    Desolador:
    un neumático rueda
    por la avenida.

  • Las hojas de la vida

    Palmeras en un desierto bajo un
    cielo de donde arranca su raíz
    eso es el ser humano enhiesto diz
    que bien plantado en un suelo común.

    Ya mueve cinco ramas al tuntún
    y colma su experiencia de infeliz
    árbol vivo con ojos y nariz
    manos orejas lengua en el simún.

    No hay nada fijo todo es transitorio
    la realidad de un prisma de ilusiones
    y la materia una invención verbal.

    ¿Qué son las cosas? Campo vibratorio
    un juego de electrones y protones
    bullendo más allá del Bien y el Mal.

  • Yunque: alba

    100.000 voltios rodados de poleas
    más ágiles.
    Que la luz, la impaciencia, la imagen
    y el retorno.
    Mediodía de grúas encendidas de grillos.
    Fuego de hierro y fragua.
    Yunque en constelaciones de martillos
    sin sueño.
    Bajo el brazo tendido de músculos
    y de puras distancias.
    Entre mares de hulla se consumen
    los cerebros más vivos.
    En la niebla, la niebla que confunde
    la ruta de los astros sin cielo.
    Con el mudo cansancio de estos hombres
    de cobre.

  • Meditación primera y última

    El tiempo
    tiene color de noche.
    De una noche quieta.
    Sobre lunas enormes
    la eternidad
    está fija en las doce.
    Y el tiempo se ha dormido
    para siempre en su torre.
    Nos engañan
    todos los relojes.

    El Tiempo
    tiene ya horizontes.

  • De omni re scibili

    (Sobre todo lo cognoscible)


    ¡Todo lo sé! Del mundo los arcanos
    ya no son para mí,
    lo que llama misterios sobrehumanos
    el vulgo baladí...

    Sólo la ciencia a mi ansiedad responde, 
    y por la ciencia sé
    que no existe ese dios que siempre esconde 
    el último por qué.

    Sé que soy un mamífero bimano
    (que no es poco saber)
    y sé lo que es el átomo, ese arcano
    del ser y del no ser.

  • La verbena de la paloma. cuadro primero

    Don Hilarión y Don Sebastián aparecen sentados a la puerta de la botica. Los porteros de la casa también toman el fresco sentados. La portera tiene en la falda un niño pequeño dormido. La Buñolería está llena de gente y hay mucha animación. A la puerta de la taberna juegan al tute, en una mesa pequeña y sentados en banquetas, el tabernero y dos amigos suyos mozos de chapa. La tabernera les sirve de cuando en cuando unas medias copas.

  • A un olmo seco

    Al olmo viejo, hendido por el rayo
    y en su mitad podrido,
    con las lluvias de abril y el sol de mayo
    algunas hojas verdes le han salido.

    ¡El olmo centenario en la colina
    que lame el Duero! Un musgo amarillento
    le mancha la corteza blanquecina
    al tronco carcomido y polvoriento.

    No será, cual los álamos cantores
    que guardan el camino y la ribera,
    habitado de pardos ruiseñores.
    Ejército de hormigas en hilera
    va trepando por él, y en sus entrañas
    urden sus telas grises las arañas.

  • Álbum de zoología

    Mirad al tigre:
    su altiva pose de vanidad satisfecha,
    dormido en sus laureles, gato persa
    de algún dios sanguinario.
    Y esas rayas
    que encorsetan su fama.
    Allí en la jaula,
    como estatua erigida a la soberbia,
    el tigre de papel, el desdentado
    tigre de un álbum infantil.
    Ociosa
    en su jubilación
    la antigua fiera
    de rompe y rasga
    sin querer parece
    el pavo real de los feroces.