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Autor
Patricia Biosca

Los colmillos de un mastodonte revelan la primera migración anual de un animal extinto

Los investigadores creen que el macho de 8 toneladas se desplazaba para aparearse hasta 160 kilómetros. Es la primera migración documentada de un animal extinto

Hace unos 13.200 años, un mastodonte macho de 8 toneladas murió en una sangrienta batalla en la que su oponente perforó su cráneo con la punta de su afilado colmillo. Esta es la historia que revelaron sus restos fósiles hallados en 1998, cerca de la actual ciudad de Fort Wayne (Indiana, EE. UU.). Sin embargo, el conocido como mastodonte de Buesching tenía mucho más que contar. O, al menos, sus colmillos, que han proporcionado muchas más pistas (y mucho más concretas) de lo que fueron los 34 años de vida de aquel especímen, que se encontraba a más de 160 kilómetros de casa y visitaba aquellas tierras para aparearse año tras año. Los resultados acaban de publicarse en la revista 'Proceedings of the National Academy of Sciences' (PNAS) y son la primera prueba documentada de una migración anual de un animal extinto.

Los desaparecidos mamuts y los elefantes modernos, al igual que los mastodontes, forman parte de un grupo de grandes mamíferos llamados proboscidios. Aparte de un cuerpo grande con un tronco flexible, todos comparten unos largos incisivos superiores que emergen de su cráneo. Cada año, la vida del animal queda 'escrita' en sus colmillos, ya que anualmente le crece una nueva 'capa', que se alternan en colores claros y oscuros. Es algo así como lo que ocurre con los troncos de los árboles, pero al revés: los colmillos crecen de dentro para fuera, y la capa más externa, en la punta del colmillo, marca de alguna manera su 'nacimiento'; mientras que la más pegada al cráneo muestra sus últimos momentos de vida.

«Toda una vida en ese colmillo», señala Daniel Fisher, paleontólogo de la Universidad de Michigan y codirector del estudio, quien además participó el en desenterramiento del ejemplar de mastodonte hace más de dos décadas. «El crecimiento y desarrollo del animal, así como la historia de sus viajes y sus cambios de comportamiento se capturan y registran en la estructura y composición del colmillo».

Las pistas del estroncio y el oxígeno

Como si se tratase de un apilamiento de 'conos' de helado, la vida del mastodonte queda registrada gracias a los elementos químicos que quedaron encerrados en los colmillos tras la ingesta de vegetales y de agua. En concreto, los investigadores se fijaron en los isótopos de estroncio y oxígeno, que les permitieron reconstruir los viajes del mastodonte de Buesching desde el principio de su adolescencia hasta su madurez, cuando se convirtió en un ejemplar con capacidad reproductiva. Con una pequeña broca se tomaron 36 muestras de los últimos años que permaneció en su manada y 30 de la vida final del animal. En cada zona se realizó un microscópico agujero que convirtió en polvo medio milímetro desde el borde, lo que reveló datos de uno o dos meses de cada año del mastodonte.

Al analizar la química de aquellas muestras de polvo, se midieron las proporciones de isótopos de estroncio, una suerte de 'marca geográfica' o pistas que, comparadas con los niveles existentes en el paisaje, cuentan por dónde pasó y se alimentó el mastodonte. Por otro lado, se tuvieron en cuenta los valores de los isótopos de oxígeno, que muestran fluctuaciones estacionales pronunciadas, ayudando a los investigadores a determinar la época del año en que se formó cada capa de colmillo. Todos estos datos se introdujeron en un programa que predecía las ubicaciones y la distancia recorrida por este ejemplar en base a esa información isotópica.

Con la madurez, aumentan los viajes

Así, los investigadores pudieron saber que su rebaño materno se encontraba en el centro de Indiana, de donde no se movió en los primeros años de vida. Durante la adolescencia y madurez, los movimientos del mastodonte aumentaron y se estructuraron estacionalmente, en busca de comida o temperaturas más propicias. Pero había más: unas claras marcas anuales que señalaban que este ejemplar viajaba unos 160 kilómetros hacia el noreste del condado, muy cerca de donde se hallaron sus restos, muy posiblemente para llegar a su lugar de apareamiento preferido. Por ello, los autores creen que murió con 34 años mientras peleaba con otro mastodonte macho con el que rivalizaba por conseguir a una hembra.

«Usando nuevas técnicas de modelado y un poderoso conjunto de herramientas geoquímicas, hemos podido demostrar que los grandes mastodontes machos como el de Buesching migraban cada año a las zonas de apareamiento», señala Joshua Miller, paleoecólogo de la Unviersidad de Cincinnati y primer autor del estudio. Porque, hasta ahora, la información geográfica extraída de los huesos se limitaba a la zona donde había muerto el especímen en particular. «Pero, por primera vez, hemos podido documentar la migración terrestre anual de un individuo de una especie extinta», señala Miller.

Bajo el severo clima del Pleistoceno, la migración fue crítica para el éxito reproductivo de las especies, sobre todo de los grandes mamíferos. Sin embargo, se sabe muy poco acerca de su movilidad. es por ello que los científicos confían en que este nuevo método basado en el análisis de isótopos pueda ser toda una puerta abierta hacia el pasado.

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