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Autor
Xavier Pujol Gebellí

El negocio de la genómica mantiene sus expectativas de crecimiento

La industria biotecnológica norteamericana acaba de hacer públicos los resultados del primer semestre de 2001. El volumen de negocio se ha incrementado un 16% con respecto al mismo periodo del año anterior, lo que ha supuesto una facturación de 1.200 millones de dólares.<br>
Los analistas financieros norteamericanos empiezan ya a distinguir claramente lo que debe entenderse como el mercado de la biotecnología. La genómica, primero como ciencia y luego industria, ha pasado a ocupar un lugar destacado en los parqués bursátiles y amenaza con desplazar áreas tradicionales del sector, aunque igualmente novedosas si se miden en escalas temporales. Tanto es así, que los especialistas hablan de primera y segunda generación de industrias genómicas, las ganancias de las cuales, desde enero de 1997, suman ya más de 8.400 millones de dólares para sólo 100 compañías.

El negocio se ha repartido fundamentalmente entre las compañías dedicadas a proporcionar plataformas tecnológicas para el análisis genómico, química, terapia génica y cribaje, que acumulan el 61% en los últimos cuatro años, y las especializadas en enfermedades específicas (32%), como las de tipo autoinmune, cáncer, enfermedades cardiovasculares, del sistema nervioso central, infecciosas y metabólicas. Las firmas dedicadas al diseño de nuevos fármacos suman apenas el 7% restante.

Los datos revelan claramente la pujanza de un sector que está aprendiendo cómo rentabilizar la información contenida en los genes. Asimismo, dan cuenta de un dinamismo poco esperable hace tan sólo un decenio y que se está configurando en dos grandes direcciones. Por una parte, la creación de empresas de base tecnológica altamente especializadas, generalmente formadas por pocos empleados y que aguardan un momento oportuno para crecer y consolidarse; y aquellas que crecen o subsisten a la sombra de la denominada big pharma, las grandes multinacionales farmacéuticas.

El camino para ambas se muestra todavía diáfano, a pesar de la incertidumbre que planea aún sobre algunas de las grandes cuestiones de la nueva biología. Por ejemplo, se mantiene todavía la disputa internacional sobre el derecho de patentes de genes, con redactados tan imprecisos como ambiguos en distintas áreas del planeta. Tampoco está nada claro qué va a ocurrir finalmente con las células madre. En el candelero no se sitúa tan solo qué líneas celulares van a recibir el favor de la financiación pública en Estados Unidos, aspecto en el que muchos analistas coinciden en señalar como un trámite temporal, sino cómo va a regularse su patentabilidad y la obtención de la materia prima.

Europa dio luz verde a su directiva reguladora de la patentabilidad de materiales biológicos en 1998, tras casi nueve años de discusiones. Unos meses más tarde se hacían públicos los primeros resultados de investigaciones con células madre embrionarias. Pasado un tiempo, se autorizaron en Estados Unidos cinco patentes que han levantado una enorme polémica. A finales de año, una comisión de expertos europeos dará su opinión sobre cómo proceder en el Viejo Continente.

Pero hay más: las plataformas tecnológicas (esencialmente secuenciadores, bioinformática, espectrómetros de masa, técnicas de cribaje y de análisis de expresión génica), se andan construyendo todavía en los laboratorios más punteros. Por otra parte, las técnicas de diseño de moléculas in silico, esto es, en el ordenador, apenas han sido capaces de añadir nuevos principios activos reales a las 500 dianas terapéuticas existentes desde hace años. Y, finalmente, la big pharma lleva estancada al menos media docena de años tratando de definir cuales son las enfermedades más rentables para sus intereses.

La oncología, ya claramente dividida en múltiples categorías, se apunta como la más sólida candidata a un grupo de patologías especialmente selecto. También aparecen en la lista de candidatas las vinculadas a estilo de vida, como las cardiovasculares, o las neureodegenerativas, asociadas al envejecimiento de la población. Otras grandes enfermedades deberán hacerse un hueco literalmente a codazos, sobre todo a medida que vaya demostrándose una base genética que divida hasta la extenuación la especialización de fármacos a administrar de acuerdo con las características genéticas.

Pese a estas dificultades, en absoluto triviales, el negocio tiende a consolidarse año tras año, mes tras mes. No sólo por las aplicaciones biomédicas, que por fin empiezan a concretarse ni que sea en forma de fluctuaciones bursátiles, sino porque también está cambiando la percepción en otras áreas de negocio antaño polémicas, como la comercialización de vegetales transgénicos. Los negocios de los genomas vegetales, aunque se mantienen poco explícitos, también suben. Al menos eso se indica desde Estados Unidos, donde existe una mayor laxitud comercial e investigadora.

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