Fecha
Autor
Xavier Pujol Gebellí

Una cumbre descafeinada

La Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible de Johannesburgo ha cerrado sus puertas sin apenas compromisos ni calendarios. Los avances han sido más bien pocos y la actitud poco decidida. Lo político y las declaraciones de buena intención han primado en exceso.
De Johannesburgo apenas nada se recordará. A pesar de las buenas intenciones y de los llamamientos de los organismos oficiales para reducir paulatinamente las distancias entre el mundo desarrollado y los países en desarrollo apostando por la sostenibilidad, pocos de los acuerdos alcanzados prometen superar la barrera del mero compromiso. La mayor parte de los temas abordados, pocos en comparación con los existentes, no son más que una simple extensión de los que se perfilarán hace justamente un decenio, en la recordada cumbre de Río de Janeiro.

Diez años atrás, en Brasil, el mundo vivió atónito ante lo que por aquel entonces se convino en llamar "el despertar de las conciencias". Por primera vez, todo cuanto se había venido defendiendo en las tres décadas anteriores tomó carta de naturaleza política y se transformó en compromisos a los que la ciudadanía quiso exigir cumplimiento.

De todo lo que ocurrió en Río, tres aspectos sobresalieron de forma clara por su alto valor simbólico. El primero, sin duda, fue la globalidad. Como suele decirse en ecología, los sistemas no son cerrados en si mismos. Del mismo modo que lo que ocurre en un hábitat o un biotopo puede condicionar lo que suceda en otro, de manera que se establecen flujos de relación, de forma idéntica pasa cuando se plantea un problema ambiental. El análisis del cambio climático, término que pasó a ser universal tras la cumbre brasileña, no se entendería si no se cuestionara el papel de los combustibles fósiles y con él, el modelo de desarrollo industrial y de consumo energético. Lo mismo cabe decir de biodiversidad, deforestación, sobrepesca o catástrofes climáticas. Nada es estanco, y este principio prevaleció a la hora de redactar propuestas.

El planteamiento global vino reforzado por el papel emergente de la sociedad civil. Multitud de organizaciones no gubernamentales celebraron en Río una cumbre paralela que actuó como elemento de presión. Una presión, además, que obligó a revisar ciertos planteamientos y que dejó, como símbolo, una frase para la posteridad: "piensa global, actúa local". Ahora ya no se trataba sólo de emprender una campaña en defensa de las ballenas, sino de diseñar y aplicar agendas 21, un paquete de medidas destinadas a mejorar las condiciones ambientales de núcleos urbanos, por más pequeños que estos fueran.

El tercer elemento, tal vez el más trascendente, fue el impacto emocional de la cumbre. Aunque la envergadura de los acuerdos y de los programas era demasiado ambiciosa como para creer que algún día acabarían transformándose en una magnífica realidad, lo cierto es que el mensaje de sostenibilidad caló en amplios sectores de población y dejó, como secuela, el mandato de avanzar en una dirección a la que las grandes potencias y sus mandatarios ni tan siquiera se habían imaginado jamás que deberían tomar.

DE LA ILUSIÓN AL DESENCANTO


La cumbre de Johannesburgo no ha tenido nada de eso. Ni despliegue mediático, ni planteamientos ambiciosos, ni presión ciudadana. Muy al contrario, las jornadas se han sucedido sin grandes alardes. Lo más positivo, a juicio de los expertos, es el factor diferencial respecto a Río. Si allí escasearon los acuerdos concretos sobre cuestiones específicas, aquí parece haberse dado un paso al frente aunque en un plano totalmente secundario.

En cuanto a los contenidos, biodiversidad y energía han continuado acaparando el interés de las delegaciones. De la primera se esperaban acuerdos específicos para preservar sobre todo las grandes masas forestales, en especial bosques tropicales, zonas húmedas y manglares, además de las reservas pesqueras, muchas de ellas cercanas a su límite de explotación. De la segunda, con gran interés de parte de la Unión Europea, se planteaba la necesidad de impulsar las energías alternativas, con especial hincapié en la eólica y la solar, y se pretendía fijar mediante calendarios y objetivos, acciones concretas para el próximo decenio. La declaración política final, sin embargo, deja ambos aspectos difuminados por el escaso compromiso de Estados Unidos y Japón.

La cuestión alimentaria, por su parte, no ha encontrado el eco esperado en la cumbre. Los aspectos más destacados, al menos sobre el papel, han sido la insistencia por asegurar el acceso a agua potable y el saneamiento de las redes de abastecimiento a los países más desfavorecidos. África, Asia central y Europa del Este son, a juicio de Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea, y uno de los máximos defensores de la iniciativa, las áreas del planeta que mayores inversiones en infraestructuras deben recibir de aquí al 2015. Más de dos millones de personas, según datos de la Organización Mundial de la Salud, mueren cada año por enfermedades relacionadas con el consumo de agua en mal estado. Disentería y cólera, ambas evitables con medidas de potabilización, son las principales causas de muerte.

Más allá de este aspecto, la cumbre se ha clausurado con declaraciones genéricas. Dos de ellas, no obstante, sobresalen por encima del resto. La primera, sin objetivos concretos ni mucho menos calendarios a cumplir, hace referencia a la necesidad de impulsar un cambio en los "patrones de producción y consumo" con la finalidad de garantizar un acceso a productos alimentarios generados según principios de sostenibilidad. La segunda de las cuestiones destacadas en el marco alimentario tiene que ver con los llamados nuevos alimentos y, de manera destacada, con una aplicación "más decidida" de las herramientas y productos que se están desarrollando al amparo de la biotecnología.

Jacques Diouf, director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hizo mención expresa al potencial de la biotecnología y de los organismos modificados genéticamente (OGM) como "alternativa a considerar" para paliar la hambruna en el mundo. Las declaraciones de Diouf en Johannesburgo marcan una línea de continuidad respecto a iniciativas hechas públicas previamente por la propia FAO y la OMS para "avanzar en la investigación" de vegetales transgénicos para asegurar su inocuidad para el medio ambiente y para el consumo humano.

El director general de la FAO admitió en Johannesburgo que existen "riesgos probados" de polinización cruzada entre distintas variedades de cereales que podrían ocasionar pérdidas de biodiversidad y que el conocimiento de los efectos que la alteración genética de algunas especies vegetales pudieran tener sobre la salud, todavía "son incompletos". Pese a ello, insistió, los países en desarrollo "deberían reflexionar" sobre la posibilidad de aceptar ayuda humanitaria en forma de productos modificados genéticamente. Soja, maíz y arroz transgénicos, por citar sólo unos casos, deberían colocarse en la balanza de los efectos positivos, según Diouf. La inseguridad alimentaria que se vive en amplias zonas del planeta, junto con la escasa disponibilidad de recursos, "ejercen un contrapeso que obliga a la reflexión".

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