Todos sabemos que en el espacio nadie puede oír tus gritos, ni el estruendo de una explosión, ni ningún otro ruido. También somos conscientes de que los astronautas en realidad se tienen que desenvolver en condiciones de ausencia de gravedad, no pueden andar correteando mientras se disparan unos a otros. Los que hemos estudiado un poquito de química entendemos que, si un combustible explota en ausencia de atmósfera —y, por tanto, de un agente oxidante—, luego no puede echarse a arder. Y, apelando a conceptos físicos básicos como la tercera ley de Newton o la conservación de la cantidad de movimiento, podemos intuir cómo debería comportarse un objeto en el vacío del espacio y en ausencia de gravedad. Por lo tanto nos damos cuenta de que lo que se ve en las películas espaciales es una fantasía que intenta recrear la acción tal y como se desarrollaría aquí, en la Tierra, para darle más emoción al asunto o para eliminar complejidad y centrar la atención en la misma historia, cambiando sólo el escenario. Así, es frecuente ver a una nave con alas (¿¿???) comportarse como un avión, escorándose cuando tiene que virar, ardiendo si le dan de refilón en el depósito del combustible y explotando con gran estruendo y todo tipo de efectos sonoros si le dan de lleno —o si algún inepto acciona el inefable mecanismo de autodestrucción que nunca falta en ninguna construcción humana que supere cierta envergadura.
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Un inciso: no os habéis equivocado de blog. Es el de siempre, sí, el de Bio(Ciencia+Tecnología).

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