Hay pocas luces en la innovación en España.
Nuestro colaborador de hoy, José María Sánchez Puelles.

 

Ya te he comentado anteriormente que la empresa sobre la que te estoy contando no habría sido posible sin la ayuda de muchas personas. Y he querido dar cabida en el blog a varias de ellas, aunque la mayoría “no se han dejado liar para escribir una entrada”. A quien hoy escribe, José María Sánchez-Puelles, ya te lo había presentado en “Sobre mí”. No ha participado formalmente en la S. L. que fundamos, pero ha hecho algo mucho más importante: moldear mi espíritu emprendedor e innovador. ¡Seguro que lo notáis al leer su texto! Te dejo con sus palabras.

Posiblemente la mayor hazaña del siglo XX haya sido el descubrimiento, desarrollo y comercialización de los antibióticos, que han salvado millones de vidas. Además, dicho proceso dio origen al nacimiento de las empresas farmacéuticas, paradigmas de la I+D+i, del beneficio empresarial y social. Seguro que la mayoría aceptamos que aquellos países con mayor inversión, sostenida y creciente, en I+D+i, son los que ofrecen una mejor calidad de vida a sus ciudadanos. Más aún, aquellos países con las empresas más competitivas en I+D+i son los que, ¡qué casualidad!, mejor han aguantado estos tiempos convulsos de crisis económica. Pues entonces, ¿por qué no invertimos de forma competitiva en ciencia en España? Sencillo, nuestros gestores tienen la cultura del llamado africanismo de Miguel de Unamuno, aquel del “¡Qué inventen ellos!”, o del menos conocido de “la luz alumbra igual aquí que donde se inventó”.

En el caso de la investigación farmacéutica, es cierto que, por ejemplo, la amoxicilina cura por igual en nuestro país que donde se inventó. Sin embargo, el beneficio económico resultante de la inversión en fármacos proviene de la compra anual, por parte de los Estados, de millones de unidades de antibióticos, antitumorales, antiinflamatorios, vacunas, etc. Y de este pastel, la mayor parte se lo están llevando los países donde se inventaron. La investigación farmacéutica, como cualquier otra, ilustra el error de hacer políticas que favorecen a tu competidor. ¿Cuántos medicamentos se han descubierto y desarrollado desde nuestro país? ¿Cuánto ingresa España por los royalties de otros países en el sector farmacéutico? Se lo dejo a la curiosidad del lector, para su búsqueda en la Wikipedia o en otra fuente, y así pospongo un rato su frustración. Que España no sea competitiva en el mercado internacional farmacéutico se debe al reiterado africanismo de nuestros políticos durante décadas. Contentos con la luz que les alumbra, nos mantienen pagando la oscuridad que supone la dependencia tecnológica.

No es inusual oír a nuestros gestores de la ciencia manifestándose partidarios a ultranza del fomento de la innovación en el sector privado, como si esto sirviera para justificar sus recortes en la investigación pública. Al mismo tiempo, silencian que el gasto público ha seguido aumentando en estos años de crisis (pero, desde luego, no en los presupuestos de ciencia). Para relacionar los conceptos de ciencia básica e innovación, nada mejor que la frase del premio nobel J. I. Friedman: “La innovación es la llave del futuro, pero la ciencia básica es la llave de la futura innovación”. La trayectoria en ciencia básica de los últimos treinta años debería cumplir unas expectativas realistas de transferencia al sector productivo que, es verdad, no se están cumpliendo. El debate de la inversión en I+D+i debe conducirse con bases integradoras y no excluyentes, que ponen un signo negativo a la I (–I+D+i).

La competitividad internacional se basa en generar sociedades del conocimiento y fomentar la explotación de sus resultados. No puede seguir sucediendo que la luz que hoy nos alumbra sirva para potenciar la innovación en otros países. Así seguiremos en la oscuridad.

 

Compartir:

Deja un comentario