Carátula de la patente japonesa que sustenta nuestro desarrollo de un tratamiento para la Retinosis Pigmentaria. Quizás podría ser de otra manera pero, con las regulaciones actuales, el desarrollo eficaz de un medicamento depende de la disponibilidad de títulos de propiedad industrial.

Hay un hecho que me causó una desazón profunda cuando empecé a darle vueltas a cómo continuar nuestro proyecto. A si merecía la pena ir más allá del estudio de la muerte celular fisiológica en el desarrollo de la retina de embrión de pollo; incluso más allá de la atenuación de la muerte celular patológica en ratones con ceguera hereditaria. Cuando no quise conformarme con curar ratones y decidí intentar desarrollar un tratamiento para las personas afectadas, me topé con mi ignorancia del proceso de desarrollo de un medicamento. Pero esto no era el origen de mi desazón. Al fin y al cabo, el pasarse toda la vida aprendiendo es uno de los atractivos de la investigación.

Me explico. Un primer obstáculo, en el que encallan muchos proyectos de posible interés terapéutico, es la falta de propiedad industrial. El desarrollo de un medicamento es un proceso largo, de unos 10-12 años de media, y que requiere decenas o, incluso, cientos de millones de euros de inversión antes de llegar, si todo va bien, a los pacientes. Esto se debe principalmente a que se exigen varias fases de ensayos clínicos tendentes a maximizar la seguridad y a demostrar la eficacia del tratamiento. La financiación de estos estudios, imprescindibles para poder disponer de un nuevo medicamento, depende de una gran inversión con un riesgo considerable. Dicha inversión sólo tendrá lugar si se puede asegurar, mediante títulos de propiedad industrial, la venta del futuro medicamento en exclusiva durante algunos años. No disponer de una patente dificultará enormemente que una buena idea, un buen proyecto o un buen resultado sean llevados a la práctica.

La patente, a pesar de su importancia para la transferencia del conocimiento, apenas es comprendida, salvo excepciones, ni valorada en el mundo académico. La mayoría de las opiniones respecto a la necesidad de patentar, también la mía antes de plantearme el desarrollar un medicamento, se mueven entre el desinterés amable (“Cultivemos la ciencia por sí misma, sin considerar por el momento las aplicaciones. Éstas llegan siempre…”; cita de Ramón y Cajal) y el desprecio a la mercantilización de la ciencia (“Somos algunos los que pensamos que las patentes son un freno al avance de la Ciencia y la Técnica”; comentario en la revista digital Materia).

Mi desazón la causaba el pensar cuántos posibles tratamientos, quizás el nuestro entre ellos, de enfermedades que causan un enorme sufrimiento personal, familiar y social no se han podido desarrollar. Y ello por la simple y triste razón de que los investigadores académicos pensamos en publicar, pero no en patentar. A los investigadores no nos han formado, ni en la Universidad ni durante la vida profesional, para la transferencia del conocimiento. Y además, a pesar del discurso oficial, en España la transferencia no se valora adecuadamente en la carrera profesional.

Afortunadamente nosotros sí disponíamos de una patente y nos pudimos plantear iniciar el desarrollo de un medicamento. Pero con ello solo habíamos sorteado el primer obstáculo.

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2 comentarios

  1. Querido Eduardo:
    Lo primero, gracias por tu opinión.
    Pones el dedo en la llaga. Yo le he dado varias veces vueltas al dilema seguridad/coste, aunque en la entrada no quise meterme en ese jardín. Como tú bien dices, algunos requisitos de las agencias reguladoras son una clara barrera sin una repercusión tangible a nivel de seguridad. Pero tampoco debemos obviar que estamos hablando de salud, de procesos biológicos solo parcialmente comprendidos, de potencial toxicidad, etc.
    Me lo apunto para una futura entrada.
    Un abrazo, Enrique.

  2. Muy interesante su opinión. No obstante me parece escandaloso que el ciclo de desarrollo sea de 10 años cuando en otras industrias puedes tener un prototipo en 6 meses!
    Da la impresión que se han tomado decisiones para poner barreras al desarrollo de medicamentos (en nombre de la «seguridad»), con tal que solo grandes inversionistas puedan estar involucrados.

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