El alelo 334: la ideología se viste otra vez de ciencia…

Los ideales que surgieron con la revolución francesa de libertad e igualdad se vieron nada más nacer enfrentados con una realidad muy distinta. Basta echar un vistazo al mundo para comprobarlo: pobreza, desigualdad, exclusión social, marginación… Por eso, esos principios de “igualdad” cambiaron rápidamente por los de “igualdad de oportunidades”. Es decir, en el sistema capitalista hay igualdad de oportunidades, y si ésta no se traduce en igualdad real, no es culpa de la estructura económica y social. ¿De quién es entonces? Del individuo, dicen…

 

Aquí es donde aparece oportunamente el determinismo biológico. Esta ideología ofrece una justificación que pretende legitimar el sistema en el que vivimos: nuestro modelo de sociedad es justo porque ofrece igualdad de oportunidades, pero los individuos son desiguales desde que nacen, y por eso existe la desigualdad real. Los rasgos, características y comportamientos humanos -inteligencia, homosexualidad, altruismo, violencia, alcoholismo, fracaso escolar, etc.- no son productos del desarrollo concreto e histórico de los seres humanos en un ambiente y una sociedad determinados, sino que están escritos en los genes.

 

La ideología determinista predomina en la ciencia y por supuesto en los medios de comunicación. Hace pocos días, la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, publicó un artículo titulado Genetic variation in the vasopressin receptor 1a gene (AVPR1A) associates with pair-bonding behavior in humans (La variación genética en el gen del receptor de la vasopresina (AVPR1a) se asocia con el comportamiento monógamo en humanos). ¿Qué significa todo eso? Que han encontrado “el gen” de la infidelidad. Es bastante discutible que una revista científica como PNAS considere ese artículo tan relevante como para publicarlo en lugar de otros, aunque cada revista tiene sus criterios editoriales. Pero el problema aumenta con la amplificación social que los medios de comunicación hacen a partir de publicaciones científicas como esa: el diario El País, por ejemplo, publicó un extenso reportaje titulado “El gen que los hace infieles”. La elección de un titular no es algo inocente, porque éste debe contener el “alma” del artículo: hay un gen que “determina” que los hombres que lo portan –por cierto, no habla de mujeres- sean infieles, eso es lo que significa ese titular. Sin embargo, leyendo el artículo completo, encontramos que el alelo en cuestión “no puede ser utilizado para predecir con ninguna precisión el comportamiento que tendrá un hombre en una futura relación”, según palabras de Hasse Walum, el autor del artículo científico, del Instituto Karolinska. Entonces, ¿Qué significado biológico tiene? También añade Walum que «Todo comportamiento humano tiene tres esferas, la biológica, la psicológica y la social, y todas ellas influyen de una manera u otra. La existencia de un factor biológico no significa que lleve al hombre a tener un problema de relación». Entonces, ¿En qué quedamos: el gen “hace” que los hombres sean infieles o no? Y si no “determina” nada, sino que sólo influye en el comportamiento, ¿En qué medida lo hace?

 

Un periodista científico debe conocer el mundo en el que se mueve: un artículo científico tomado aisladamente no es la verdad absoluta, sino sólo un conjunto de datos de los cuales los autores extraen una conclusión que a la larga puede demostrarse correcta o incorrecta. También el genetista norteamericano Dean Hamer, había “demostrado” la existencia del gen de la homosexualidad (Hu et al, 1995), cosa que los medios de comunicación propagaron a bombo y platillo. Sin embargo, si Nature, la revista en la que se publicó el artículo de Hamer, es de la máxima credibilidad científica, la misma credibilidad tiene Science, la revista en la que un equipo canadiense dirigido por George Ebers (Rice et al 1999) refutó la noticia al “demostrar” justo lo contrario de lo que afirmaba Hamer, (quien también, por cierto, encontraría más tarde “el gen de la fe”). También en otro caso conocido, Nature publicó tanto el hallazgo del gen del trastorno maniaco-depresivo como su refutación posterior. Se cuenta que David Baltimore gritó en un encuentro científico: “Si me considero un lector medio de Nature, a quién tengo que creer?” Por eso, un periodista científico, debe ser extremadamente cauto, y debe, por lo menos, tener en cuenta la lucha ideológica en la que, quiera o no, está participando. Dejarse llevar por la marea ideológica dominante es fácil, pero también indica la ausencia de un mínimo esfuerzo intelectual exigible a cualquier profesional de la comunicación.

 

Desgraciadamente, por mucho que la ciencia aporte datos que refuten el supuesto papel del alelo 334, probablemente la idea del gen de la infidelidad habrá calado en la sociedad, tanto por su simpleza como por el innegable servicio que a muchos puede prestar: “¡Cariño, no es lo que piensas, ha sido mi alelo 334!”.

 

Raquel Bello-Morales

CBM (UAM-CSIC)

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11 comentarios

  1. Bárbaro artículo Raquel. Bárbaro!.
    Magnífico, en contundencia, claridad de ideas, bien documentado y exposición. Infinitamente de acuerdo.
    Un gran saludo

  2. Raquel, parece que desde que el determinismo biológico se ha convertido en determinismo genético, ese postulado que defiende que la conducta del hombre sigue los dictados de su genoma, la teoría ha ganado fuerza. Es como si renovar la base teórica del enunciado la dotara de un valor del que parece carecer el propio enunciado. Al final todo esto implica otorgar la razón al señor Dawkins –quien, recientemente, ha afirmado que “los seres humanos estamos bajo la influencia de nuestros genes, no estamos controlados por ellos”- y su egoísmo genético (1976). Y no seré yo quien diga que la idea no es consistente con ciertos procesos de la evolución, pero escapa de otros muchos. Después de todo, resulta demasiado reduccionista. Todavía nos llevará tiempo determinar qué parte de culpa, en nuestra actitud, es atribuible a nuestro genoma. Mientras, tendremos que seguir formulando esa entelequia que atribuye partes iguales al entorno, la mente y los genes.

    Un saludo.

  3. El problema es que, cuando analizamos un fenómeno tan complejo como el comportamiento humano, no es posible, en mi opinión, saber qué parte es genética y que parte es ambiental, porque en fenómenos complejos, el todo no es igual a la suma de las partes, es decir, el comportamiento es el resultado de todos los factores que han estado presentes en el desarrollo del individuo, pero estos factores no se "suman", sino que se interrelacionan entre todos ellos, y recíprocamente, produciendo un resultado no determinado. Una crítica excelente del reduccionismo genético se encuentra en la obra de Steven Rose "Trayectorias de vida" (Lifelines), una obra en mi opinión esencial sobre el tema.
    Un saludo.

  4. Hola Raquel,
    es una vieja lucha esta del determinismo, noción filosófica que desde Laplace espera con paciencia infinata hallar en el último descubrimiento científico el espaldarazo definitivo a sus predicciones. La genética es el último refugio del determinismo convertido en ideología pura y dura. No la genética como ciencia, sino el uso que de ella hace el determinismo más ramplón. Esas extrapolaciones de la genética al campo de la moral contienen tanta ciencia como las homilías de Rouco y muestran escaso respeto por la propia ciencia. Vienen a decir que cualquier instancia o apreciación ética que no se substancie en fundamentos genéticos o neurológicos son mitología. Indignarse ante la desigualdad social, por ejemplo, es tan inutil como protestar por la lay de la gravedad. Como dice Savater, hay científicos tan distraídos que no recuerdan donde han dejado la ética. Como si la ética, o las éticas, fuesen una excrecencia maligna del cerebro. Este pensador señala la coincidencia entre quienes propugnan una ley natural de origen divino y quienes nos conminan a resignarnos a una ley natural evolutiva cuyos profetas son ellos. Todo bastante extraño. Un saludo muy cordial.

  5. Estimada Raquel,
    El articulo completo sobre el tema: ‘Genetic variation in the vasopressin receptor 1a gene ( AVPR1A) associates with pair-bonding behavior in humans’ en ningun momento indica que se ha encontrado el "gen de la infidelidad". Al contrario, Ud. esta sugiriendo la no existencia de tal gen (cosa que nadie ha demostrado); cometiendo esta vez si una grave falta, pues Ud. ni ha desarrollado el tema como si lo hicieron Hasse Walum, Lars Westberg, Susanne Henningsson, Jenae M. Neiderhiser, David Reiss, Wilmar Igl,
    Jody M. Ganiban, Erica L. Spotts, Nancy L. Pedersen, Elias Eriksson, y Paul Lichtenstein.

  6. Hola ivano,
    yo interpreto de otro modo el post de Raquel. En ningún momento niega la existencia de ese gen ni de su alelo 334. Sería absurdo. Solo cuestiona la relación mecanicista entre la variación genética del gen receptor de la vasopresina con la conducta sexual humana en ese aspecto tan etéreo como es la afectividad, la monogamia y la fidelidad haciendo abstracción de osmolaridades y diuresis. Es algo distinto. Menudo batiburrillo: un poco más de secreción, un fiel marido; un poco menos, un calavera. Y en el fondo ni siquiera es eso lo que ella denuncia, que puede ser discutible, sino de la versión horrorosamente simplista pero no inocente que se da en los medios de las noticias relacionadas con la genética y la biología. Dejando de lado el sensacionalismo como acicate de ventas, suele difundirse la idea de que la ciencia no solo es omnipotente, sino de que todo lo tiene ya resuelto: la imagen mecanicista de que "todo está en los genes" y que los caminos que conducen del genotipo al fenotipo y a la conducta individual y social de las personas es algo no ya impreso en el código genético, sino pillado in fragantis: basta rastrear unos cuantos trazadores y hale hop, usted será un asesino, compondrá la novena sinfonía o fundará microsoft. Exactamente lo mismo que decía Zola en su saga de los Rougon Macquart solo que ahora con un lenguaje más grosero. Repito, Raquel habla del tratamiento ideológicamente interesado que se dá en la prensa a las noticias científicas sustentadas en ese determinismo biológico que tan bien sirve a su señor. De eso es de lo que intenta hablar Raquel. Es algo distinto.
    Por cierto, usted sí parece haber desarrollado el "tema", a juzgar por toda esa abundante bibliografía que aporta. Y no se enoje hombre! Un saludo

  7. Creo que hay poco que añadir a lo que tan sintética y exactamente ha contestado Francisco Arroyo. Sólo me gustaría añadir una cita del libro del neurobiólogo Steven Rose, que recomiendo de nuevo: «El determinismo neurogenético propugna una relación causal directa entre el gen y la conducta. Un hombre es homosexual porque tiene un “cerebro gay”; una mujer está deprimida porque tiene los genes “de” la depresión. Hay violencia en las calles porque la gente tiene genes “violentos” o “criminales”; la gente se emborracha porque tiene los genes “del” alcoholismo.» En este contexto se mueve una parte importante de la neurobiología y la genética actuales, y en este contexto es en el que se encuadra el artículo de Walum. Por cierto, a Rose le resulta también curioso que, mientras tantos científicos buscan los genes de la violencia, el comportamiento sexual, la inteligencia, etc. nadie esté buscando los genes de la homofobia, el racismo o el fraude bancario…
    Saludos

  8. Estimados participantes,

    Para entender mejor el grado de ideología “neocon” que lastra a la biología de hoy en día, os recomiendo encarecidamente la lectura del “post” que aparece hoy en la bitácora del colega Emilio Cervantes. El título ya es toda una declaración de principios (“La biología secuestrada”) y glosa una reciente publicación en la que el antropólogo Máximo Sandín describe lúcidamente, entre otros elementos de reflexión, las razones por las que la biología carece en la actualidad de base teórica y a qué punto el determinismo y las leyes del mercado han llegado a hacer del conocimiento en biología una parodia del método científico. Del todo recomendable.

    Saludos.

    ARC

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