Gatlin y los 100 metros libres

Aparece ayer, el 13 de mayo, una noticia en El Mundo, sobre un corredor de 100 metros libres, Gatlin, que ha conseguido rebajar el record en, ¿en cuanto? En una centésima de segundo. ¿Tenemos idea de lo que puede ser una centésima de segundo? En general es igual a la precisión de los cronómetros que miden esas carreras, y deriva no del esfuerzo del corredor, sino de agentes aleatorios, como haber puesto el pie un milímetro hacia adelante a la hora de cruzar el rayo láser que marca la meta, o sacar en ese momento algo más de pecho.

 

¿Cual es la situación actual en el deporte? El deporte es, esencialmente, ejercicio físico, que es saludable para cualquier animal, incluido el animal humano. Como ejercicio está muy, pero que muy bien, y mantiene una parte de nuestro cuerpo, músculos y tendones, en una forma razonable.

 

Pero cuando el deporte se convierte en estupidez, en la búsqueda hoy de la centésima, y mañana de la cienmilésima de segundo, cuando el deporte genera miles de millones de euros de negocio, entonces deja de ser deporte y se convierte en, esencialmente, estafa.  Las personas que pagan por ir a un mundial de cualquier deporte, por acudir a unas olimpiadas, por ver una carrera, no están haciendo deporte, sino utilizando un icono para sentirse héroes.

 

Estas noticias, aquellas que nos dicen que el Real Madrid va a mejorar el año que viene, no porque sus jugadores vayan a estar más acoplados en equipo, vayan a correr más, vayan, al fin y al cabo, a hacer mejor deporte, sino que se propone volver a gastar el dinero que regalan los socios  para contratar  grandes figuras,  aquellas que nos cuentan que los corredores de fórmula 1 ganan porque una empresa de neumáticos ha mejorado la adherencia de las gomas, y otras muchas de este calibre, son noticias de negocios fabulosos que no tienen nada que ver con el ejercicio físico, sino con el negocio de la persuasión, un negocio viejo como el mundo, tan viejo como cuando los reyes de Babilonia exigían a los campesinos que les mantenían a cambio de nada los frutos de su trabajo para interceder ante los dioses para que cayera una lluvia que caía o dejaba de caer independientemente de las ofrendas a unos dioses que hoy señalamos como inexistentes.

 

Tras 8.000 mil años seguimos pagando por la mentira, rodeados de realidad bellísima a la que, por lo general, cerramos los ojos.

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