La ciencia que estamos olvidando

Tras dos mil años de disputas estériles, incluyendo el sexo de los ángeles y cuantos de éstos caben en la punta de un alfiler, y lindezas por el estilo, Galileo descubrió, no la ley de caída de los cuerpos ni el principio de inercia, ni la relatividad galileana, con descubrirlas, sino lo que de verdad fue la única revolución de verdad en la corta (¿100.000 años) historia de la humanidad:  En vez de discutir, midamos, y midamos una y otra vez y rechacemos lo que los experimentos rechazan.

Esa forma de pensar, de ver el mundo, terminó con esos miles de años de debates tan absurdos como los que condujeron al Concilio de Nicea: Homoousios, u Homoiousios.  ?Desciende una flecha por su naturaleza o por otras causas?  etc. etc.  No ha habido otra revolución como esa, que además, condujo a la libertad de cada persona: Ya no era necesario -creer- lo que se decía desde el estrado o desde el púlpito, sino que cada persona podía, si así lo decidía, probarlo en su propia casa: ¿Caen o no caen dos bolas pulidas del mismo diámetro, una de acero y otra de madera, exactamente igual en la superficie de la Tierra? ¿Es su aceleración 9.8 metros/segundo al cuadrado con un error de una centésima de segundo?  Esto se puede probar, lo que no es posible hacer en las cuestiones sobre los ángeles o sobre la vida futura: Nada es capaz de hacernos ver ángeles ni cuantos caben en los alfileres, ni jamás nadie ha tenido experiencia alguna de lo que pudiese ocurrir tras la muerte.  Las discusiones se terminan en cuanto decimos: »Vamos al laboratorio a medirlo unas cuantas veces, y luego pediremos que lo midan otros independientemente de nosotros».

Pero parece ser, tremenda desgracia, tremendo error, que estamos olvidando esa revolución. La parte genética del ser humano quiere siempre mandar: Que otros crean algo porque -el- o -ella- lo dicen.  Esto empezó con las ideas del modelo estándar, siguió con las supercuerdas y hoy deriva en los multiversos. Estas tres cosas están diseñadas a la manera de lo que ocurrió hace miles de años en el Sinaí: »Creed lo que os digo, porque lo digo yo».  Los quarks, ingrediente básico del modelo estándar son inmedibles, por concepción, por definición, lo mismo que las supercuerdas o que los multiversos. El Higgs es inmedible, y solo tenemos de esa entidad efímera consecuencias de consecuencias de consecuencias, nunca podremos, por definición tener una medida directa de esa entelequia.  Y claro, no digamos los multiversos. De estos, menor ni mencionarlos.

Ahora aparece, en El Mundo del lunes 23/03/14, el análisis de unas minúsculas señales que pueden ser cualquier cosa, de algo que se supone pasó una única vez en el universo, y ocurrió, si lo hizo, de una forma radicalmente desconocida para nosotros, en unos intervalos de tiempo carentes de cualquier significación.

A las señales identificadas en el BICEP2 de la Antártida no se las puede someter a la prueba del laboratorio, como no podemos someter al evento que se sugiere las causó a una comprobación experimental, o al menos, como con el clima, a una observación de eventos repetidos una y otra vez.

Hoy día parece que un único análisis de unos datos que indican, en medio de un ruido fenomenal, unas posibles ondas, posiblemente procedentes de algo sobre lo que no hemos experimentado y que nadie mas que un grupo de científicos ha analizado son la »detección de onda gravitatorias generadas instantes después del origen del universo».  ¿Como se puede afirmar eso? Esto se parece demasiado a »He detectado que en la punta de mi alfiler caben 6 ángeles», y además han estado en esa punta un 0, coma seguido de 36 ceros  y un uno segundos».  Hemos superado, menos mal, con la inversión que hemos hecho, ampliamente a las Salamanca, Bolonia y París del siglo XIII.

Tenemos una única imagen, formada con miles de millones de ondas electromagnéticas de tamaño centimétrico.  Y de esa única imagen sacamos toda la estructura del universo.  Como en la Salamanca del siglo XIII tenemos de nuevo el Génesis: Todo sale de una única palabra, que además duró una trillonésima de trillonésima de segundo (Por cierto, ¿cómo podemos asignar ese intervalo de tiempo a algo que se supone pasó hace 13600 millones de años millón mas o menos? En aquellos intervalos efímeros de tiempo no había relojes atómicos, ni nada para medir el tiempo.) Los procesos de aquella época -generan-, (hoy, no entonces,, en las palabras de un comentarista)  fluctuaciones estiradas.  Puede ser, pero me gustaría medirlo yo mismo. Si no es así, ¿Como aceptarlo? ¿Por la voz del Sinaí?

El fondo de ondas gravitacionales predicho y finalmente detectado por BICEP2, afianza la teoría inflacionaria y abre las puertas al conocimiento de la dinámica responsable de esa expansión acelerada que es la inflación. Yo pienso que lo haría si pudiésemos controlar la inflación, ver como se comporta en condiciones distintas, experimentar sobre ella,  repetir los experimentos.   Si no es así, ¿qué nos dicen esas ondas descubiertas entre una barbaridad de ruido aleatorio?

Este descubrimiento será seguido pronto por detecciones de otros experimentos.  Los científicos deberíamos ser maestros en el manejo del lenguaje. Esto que han filtrado los investigadores del BICEP2 no es un experimento.  Es la extracción de una señal observada y posible, oculta dentro de montañas de ruido. Pero no es un experimento.  Si yo veo morir un roble centenario, puedo deducir que hay una epidemia que ataca a los robles de más de 200 años.  Pero mientras no experimente, con robles en otras condiciones, con robles inmunizados, con otros tipos de árboles, no podré deducir nada concreto de esa única muerte.  Si una pastilla cura un cáncer, ¿Deduzco que esa pastilla cura todos los cánceres? Tendré que experimentar una y otra vez.

Los eventos únicos no son ciencia.  Y las observaciones no son experimentos.

No es que yo quiera limitar la ciencia a algo trasnochado. Es que podemos emitir cientos de teorías que expliquen un evento único, que mientras no se validen, y sobre todo, invaliden, mediante experimentos, son tan interesantes como las doctísimas y bien fundadas ideas sobre los ángeles de los sabios salmantinos del siglo XIII.

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