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Autor
Bueno, Eduardo (Director); María Arrien y Oscar Rodríguez (Coordinación). Documento Intellectus. Número 5. IADE-CIC.

Modelo Intellectus: medición y gestión del capital intelectual.

EL MODELO INTELLECTUS A EXAMEN: NUEVOS DESAFÍOS<br> Los diversos capitales en la gestión de la empresa Reseña realizada por Fernando E. García Muiña<br> Universidad Rey Juan Carlos

Desde hace más de una década, tanto la comunidad académica como el mundo empresarial reconocen el papel estratégico que ocupa el conocimiento de las organizaciones en el éxito. La investigación sobre los intangibles y su implicación en la creación de valor empresarial ha sido muy amplia. Las diferentes aproximaciones al estudio del conocimiento de las organizaciones se pueden clasificar en dos grandes grupos, según se orienten hacia los procesos de creación, asimilación, difusión y explotación de los intangibles o hacia la medición de las distintas manifestaciones en las que se puede presentar el conocimiento.

El modelo Intellectus se enmarca en el campo de trabajo relativo a la medición de los conocimientos de las organizaciones y presenta una propuesta sistémica, abierta, dinámica, flexible e innovadora de medición de los activos intangibles ocultos en los estados contables que la empresa posee y/o controla en un momento de tiempo concreto.

La literatura ha proporcionado diversos modelos de medición de capital intelectual que enfatizan distintos aspectos; no obstante, la necesidad de adecuar los modelos a una realidad social y económica en constante evolución orienta y justifica el esfuerzo realizado por mejorar las propuestas precedentes. El modelo Intellectus toma como punto de referencia básico el modelo Intelect (Euroforum, 1998) que distingue tres componentes genéricos de capital intelectual: capital humano, capital estructural y capital relacional. En línea con algunas otras aportaciones previas, y en coherencia con la propia evolución de los conceptos básicos y las prácticas empresariales, el modelo Intellectus desagrega el capital intelectual en cinco componentes -capital humano, capital organizativo, capital tecnológico, capital negocio y capital social-. Existen referencias anteriores que apuntan los problemas de hacer una definición demasiado amplia de cada uno de los componentes de capital intelectual y que aconsejan aumentar la homogeneidad de los conocimientos incluidos en cada componente.

Una primera desagregación del capital estructural en los capitales organizativo y tecnológico la encontramos en los trabajos de Brooking (1996) y Bueno (2001), quienes reconocen la necesidad de separar los aspectos administrativos internos de aquellas otras capacidades más estrechamente vinculadas con el desarrollo de innovaciones tecnológicas incorporadas a productos y/o procesos productivos.

Por otra parte, la gran heterogeneidad de agentes externos con los que la empresa mantiene relaciones aconseja la distinción entre los capitales negocio -relativo a las relaciones con los principales agentes vinculados con su proceso de negocio básico- y social -relativo a las relaciones con el resto de agentes sociales que actúan en su entorno-, hasta ahora tratados casi siempre de forma conjunta en el denominado capital relacional (Intelect, 1998; Bueno, 2001) o capital cliente (Bontis, 1996; Stewart, 1997)

El modelo Intellectus comparte con el modelo Intelect (Euroforum, 1998) y el Monitor de Activos Intangibles (Sveiby, 1997) la definición, en cada bloque de capital intelectual, de indicadores relativos a su evolución en el tiempo e, indirectamente, la proyección de éxito de la empresa. En cambio, en otros trabajos el efecto dinámico de los modelos queda incorporado en un bloque de capital intelectual independiente a partir del cual los restantes se van desarrollando (Kaplan y Norton, 1996; Edvinsson y Malone, 1997; Camisón et al., 2000). La primera de las alternativas para integrar la dimensión dinámica del modelo aporta una información más detallada que puede resultar muy útil para la toma de decisiones acerca del desarrollo de las actividades intangibles relativas a cada componente de capital intelectual.

Junto a estos aspectos relativos a la definición de los componentes de capital intelectual, el tratamiento de otros factores puede resultar de interés a la hora de perfilar los modelos. Si bien el modelo Intellectus se plantea con un carácter flexible para adecuarse a la idiosincrasia sectorial y empresarial, a diferencia de los modelos anteriores, existe en él una clara vocación por definir elementos en cada bloque de capital intelectual que sean comunes, a partir de los cuales diseñar variables e indicadores específicos. El interés de normalizar el informe de capital intelectual de las organizaciones así como abrir las posibilidades a la comparación entre compañías justifica el intento en este extremo. La validación externa realizada por diversos expertos avala la calidad de este planteamiento.

Por otra parte, numerosas propuestas reconocen la necesidad de incluir la estrategia como un factor de contexto en el diseño de los modelos de capital intelectual (Atkinson, Waterhouse y Wells, 1997; Bueno, 1998, 2001; Meritum, 2002). Sin embargo, esta cuestión se circunscribe en los trabajos al ámbito normativo y se plantea, por tanto, como uno de los desafíos futuros de estos modelos, a partir del concepto denominado "factor multiplicador" en el modelo Intellectus.

Otro conjunto de aspectos que se plantean como retos del modelo Intellectus pasa por su aproximación hacia el campo de la dirección y gestión de los conocimientos; esto es, su utilización en la toma de decisiones. Para ello, en la línea de trabajos como KMPG (1996), Saint Onge (1996) o Bueno (2001), sería muy interesante aproximarse a la definición de aquellos factores responsables de la eficacia de los procesos de aprendizaje organizativo a todos los niveles así como retomar el tratamiento de las dimensiones epistemológica y ontológica en el proceso de creación de conocimiento (Nonaka y Takeuchi, 1995). De esta forma, se obtendría, en primer lugar, un patrón para estructurar las variables y elementos incluidos en cada uno de los cinco bloques de capital intelectual y, en segundo lugar, se completaría el análisis de las relaciones entre los distintos bloques iniciado por Bontis (1996).

Finalmente, la inclusión de la relación entre los componentes, elementos y variables de capital intelectual definidos en el modelo Intellectus y el desempeño organizativo se plantea como otro de los desafíos y aplicaciones futuras que, a buen seguro, orientarán los esfuerzos de investigación del equipo.

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