Fecha
Autor
Carbonell, Eudald; Bermúdez de Castro, José María. Editorial Destino. Barcelona 2004. 446 pág.

Atapuerca, perdidos en la colina.

BRILLANTES<br> Crónica de la búsqueda del tiempo perdido Reseña realizada por Luis Alcalá<br> Fundación Conjunto Paleontológico de Teruel-Dinópolis

La evolución humana tenía una cierta presencia en las librerías; no en vano constituye el relato de nuestros albores como especie. Hace unos pocos años, sin embargo, las obras de uno de los codirectores de Atapuerca emergieron como supernova para sorprender a público, editoriales -y posiblemente, autor- colocándose entre los títulos más leídos y abriendo las puertas incluso de espacios literarios de actualidad. Desde entonces, el equipo investigador de Atapuerca ha preparado tal variedad de títulos que podríamos considerar que dicho logo ha impulsado un género propio en las estanterías de los establecimientos del ramo.

Dos de los codirectores acaban de recopilar en un voluminoso libro "la historia humana y científica del equipo investigador". La última podrá encontrarla el lector, además, en varias de las obras precedentes; la historia humana, en cambio, constituye el aspecto más original de "Atapuerca, perdidos en la colina", donde Eudald Carbonell y José María Bermúdez de Castro se van dando paso mutuamente, por medio de entradillas, para relatar su trayectoria personal centrada en la Sierra de Atapuerca. Conoceremos así el motor que desde tiempo inmemorial acelera las investigaciones: la rivalidad entre equipos que gestionan tanto el modo de descifrar las leyes del mundo natural como su prioridad a la hora de que la sociedad reconozca su aportación. Desde el descubrimiento de los dinosaurios en el oeste americano, hasta la secuenciación del genoma humano, pasando por la exploración planetaria, el desciframiento de las incógnitas más arduas que nos rodean precisa del acicate de ser el primero en proponerlas; no hay premio para el segundo en ciencia. Así, sabremos que los hallazgos ingleses en Boxgrove condujeron a una planificación ad hoc que culminó con el hallazgo de los restos de Homo antecesor. Pero para llegar hasta aquí habremos conocido los orígenes del propio proyecto y los numerosos avatares y precariedades que conllevó sacarlo adelante, con más entusiasmo en el empeño que medios para llevarlo a buen puerto; es muy ilustrativo conocer con cuántos sinsabores se ha construido el andamiaje que desemboca en la situación actual, razonablemente digna, de apoyo institucional.

También conoceremos a muchos personajes involucrados en la tarea, desde la población local a diversos investigadores, que han ido formando parte del proyecto en sus más de veinticinco años de vigencia. Este dilatado período conlleva que algunos de ellos dejaran Atapuerca mientras otros nos han abandonado definitivamente -varios de éstos, prematuramente- y se aprecia una justificada nostalgia en su recuerdo, a la que se une un esfuerzo de rehabilitación de las relaciones con personajes que puedan haber sido infravalorados en el pasado. Todo ello confiere al libro una sensación de balance reflexivo una vez alcanzados los objetivos más relevantes de los autores en el proyecto, salpicado de anécdotas muy diversas enmarcadas en una loa continua de reconocimiento al trabajo en equipo.

Las ilustraciones adolecen de falta en la calidad de impresión deseable en un libro bien editado pero este defecto quedará compensado, especialmente para quienes hayan tenido alguna relación con Atapuerca -muchos de ellos se van a encontrar aquí retratados-, por hacer aflorar momentos que ninguno de los formatos habituales de difusión, ya sean medios de comunicación o publicaciones científicas, acostumbra a presentar. En cierto modo, este libro parece redactado pensando más en los componentes del propio equipo y de todos aquellos que en él han colaborado (excavadores, ejército, hosteleros, alcaldes.) que del público en general. De hecho, los grandes artistas acostumbran a declarar que preparan sus obras como modo de hacer aflorar sus propios sentimientos, convirtiéndolas así en su modo de expresión personal; posteriormente, el destinatario las interpreta, las disfruta o, en su caso, permanece indiferente, pero jamás un reputado creador enfocará su manifestación artística tomando como norte el criterio de los receptores. En esa línea podríamos invocar, ciertamente aquí descontextualizada, una frase de Carbonell cuando, refiriéndose a su visión de un paisaje tormentoso de Atapuerca, indica: "No podemos esconder el placer que significa escribir estas líneas sin preocuparte del ´qué dirán´ y el ´qué pensarán´".

En un relato que podríamos caracterizar por aportarnos numerosos hallazgos, también encontramos algún pasaje que nos acerca literalmente al título de la obra. Resulta un tanto sorprendente la justificación del periplo de un trabajo científico hasta su publicación final, deslizando opiniones que pueden ser contraproducentes en una obra de divulgación científica: su defensa de la publicación en una revista científica de primera línea mundial de una hipótesis insuficientemente contrastada o la atribución de su rechazo editorial a antipatías hacia las conclusiones del trabajo.

Atapuerca, no resulta original decirlo, encierra una realidad poliédrica. A todos los interesados, que son legión, en este proyecto en particular o en la búsqueda de nuestros orígenes en general, así como a los estudiosos de la sociología de la ciencia, este libro les resultará un elemento enriquecedor acerca del conocimiento de cómo funciona un ecosistema investigador, entre cuyas virtudes cabe destacar, de modo especial por inusual, su esfuerzo por compartir con la sociedad tanto sus resultados científicos como los comportamientos desarrollados para llegar hasta ellos.

Sin ninguna duda, el equipo de Atapuerca ha proporcionado evidentes muestras de progreso que han merecido general consideración -y no le faltan galardones tanto en el ámbito científico como en el social- por lo que precisaría tal vez una mayor diligencia en la aplicación de la "segunda ley de Atapuerca": la "ley del mosquito". Arqueólogos y paleontólogos españoles reconocen una enorme deuda con el equipo de Atapuerca por la expansión general del interés acerca de estas especialidades que ha impulsado; la socialización de sus resultados es modélica y, consecuentemente, la opinión pública está atenta al devenir de sus investigaciones. Ello acrecienta la responsabilidad de un desarrollo ejemplar de las propuestas científicas, independientes del prestigio de los investigadores y tercas en la necesidad de ser implacablemente argumentadas. Tranquiliza ver reflejados estos factores en el corolario de este libro, producto seguramente de una reflexión que habrá sido especialmente meditada: "La ciencia es un instrumento de conocimiento y, por tanto, de socialización de los humanos. Hemos de dar sentido a lo que queremos saber para podernos situar lejos de esencialismos y falsas profecías. Al final, la razón debe imponerse a las fantasías; siempre que despiertas de un sueño te das cuenta de que lo que has soñado no existe"; éste es el empedrado donde reconocemos verdaderamente a investigadores y divulgadores brillantes.

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