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Autor
Xavier Pujol Gebellí

Banda ancha

La penetración de Internet en España continúa estando lejos de la media europea. Pese a la mejora experimentada en los dos últimos años, el esfuerzo se revela insuficiente, en especial en lo que atañe a los servicios de banda ancha, entre los más caros de la UE.
La entrada en España del nuevo servicio de banda ancha, el popular ADSL, no ha tenido el mejor de los pies posibles. Concebida como una tecnología capaz de aprovechar el par de cobre telefónico para la transmisión de datos y voz de forma simultánea con un nivel de calidad notable, la posición dominante de Telefónica, la principal operadora española, no le ha allanado en absoluto el camino. La situación que se vive en España, aunque con cierto retraso respecto a Europa, no escapa del problema derivado de la liberalización del mercado telefónico que se vive desde hace cuatro años en el Viejo Continente. Un proceso en el que, apenas sin distinción, las grandes compañías ejercen un claro monopolio y entorpecen sobremanera la estabilización de la competencia.

La puesta en marcha de los servicios de banda ancha, en especial para usuarios domésticos y pequeñas empresas, se ha considerado desde siempre una decisión estratégica. Así se entendió en Estados Unidos, donde el desarrollo de la tecnología del cable primero, y de la fibra óptica mucho después, permitió la puesta a punto de una infraestructura por la que circulaban señales que permitían tanto ver la televisión como hablar por teléfono. A esa estructura le fue muy fácil añadir un módem adaptado para transmitir Internet a una envidiable velocidad.

No obstante, en Europa, la situación ha sido desde siempre bien distinta. El cable no es la infraestructura de telecomunicaciones dominante y la fibra óptica está reservada para lo que podríamos denominar "aplicaciones avanzadas", sobre todo de carácter gubernamental y académico.

La puesta a punto de la tecnología ADSL, ya en el mercado en 1998, cuando se inició en la UE el proceso de liberalización de las telecomunicaciones, hizo pensar en la posibilidad de un cambio de rumbo y, sobre todo, en ir reduciendo la distancia en el índice de penetración entre Europa y Estados Unidos. Pero no ha sido así. Al menos no por el momento.

El ADSL, incluso en sus servicios básicos, supone un avance notabilísimo en cuanto a velocidad de acceso y prestaciones con respecto a su predecesor, el todavía dominante módem convencional. Presenta, además, la ventaja de poder aprovechar la extensa cobertura del sistema telefónico a través del par de cobre histórico, al cual se le puede dotar de un máximo de descarga de hasta 2 Mb/seg., velocidad más que suficiente para aplicaciones domésticas o para abordar aplicaciones críticas en pequeñas empresas. Elimina, por tanto, la necesidad de invertir cantidades astronómicas en la puesta a punto de infraestructuras que lentificarían todavía más el acceso a telecomunicaciones de calidad.

El retraso europeo, y no sólo español, continúa siendo sin embargo muy importante. ¿A qué es debido? Para gran parte de los analistas consultados, los grandes responsables son las antiguas compañías telefónicas nacionales que, pese a haber entrado en competencia con nuevas empresas, no han abandonado todavía su posición de dominancia en el mercado.

La mayoría de estas compañías, ahora privatizadas, ostentan la titularidad de la infraestructura desplegada en sus respectivos territorios nacionales. Aunque prácticamente todas han reducido sus tarifas de venta al por menor, es decir, a usuarios domésticos y empresas, no han hecho lo propio con la venta al mayor, aquella a la que se ven obligados para dar satisfacción a una pretendida libre competencia. Cualquier compañía operadora, y este es el quid de la cuestión, se ve obligada a comprar "paquetes" de líneas y servicios a las denominadas empresas históricas. El precio que deben pagar, y que repercutirá posteriormente en sus usuarios, limitan la rentabilidad de cualquier operación. De ahí las quejas y denuncias que en los últimos años han recibido empresas como France Telecom, Telefónica o las operadoras dominantes de buena parte de Europa.

Esta posición retrasa, como es obvio, el proceso de liberalización, pero también afecta negativamente la penetración de nuevas tecnologías, en especial el ADSL, y en líneas generales, la entrada de Internet a un precio asequible en los hogares, comercios y pequeñas empresas.

La situación no es mejor en España. Hoy en día se estima que habrá cerca de 310.000 usuarios de líneas ADSL en nuestro país. Entre el 75% y el 80% de estas líneas pertenecen a Telefónica, la operadora histórica, cuyos precios, por las razones antes expuestas, no difieren demasiado de los de sus competidores. Recientemente se ha sabido, además, que las facturas de Telefónica se sitúan entre las más caras de los Quince.

Entre esto y el retraso que va acumulando el Plan InfoXXI, dotado con casi 5.000 millones de euros y para el que había pensados ni más ni menos que 300 proyectos, y que todavía se encuentra, según portavoces gubernamentales, en fase de borrador, no es de extrañar que España continúe en la cola de Internet. Según la patronal tecnológica Sedisi, al ritmo actual tardaremos una docena de años en alcanzar la media europea. Como siempre, nos queda el consuelo de Grecia y Portugal, nuestros fieles compañeros de viaje.

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