El espíritu de la Colmena. Víctor Erice, 1973.

Análisis de Sabina Urraca:

¿Ana, dónde has estado?

En un dormitorio, dos niñas de seis y ocho años. Ana, la pequeña, vuelve de un viaje nocturno prohibido y se mete en la cama. Isabel, la mayor, le pregunta dónde ha estado. Ana calla. Isabel vuelve a preguntarle, pero Ana se da la vuelta en la cama, le da la espalda en silencio.

La intención de Víctor Erice al hacer esta película era realizar una obra comprometida políticamente, una alegoría del estado carcelario que era España en aquel  entonces. El espíritu de la Colmena es, al mismo tiempo, sin perder la raíz de unos personajes encerrados en sí mismos en la atmósfera asfixiante de una colmena, apartados en un mundo perdido a causa de su disidencia política, una historia de brutal iniciación, aunque este ritual se transforme en una aventura interior que se enreda hasta aterrizar en un mundo de ficción. Ana, la niña protagonista dirige sus pasos aún más lejos de la irrealidad del mundo que la rodea, mucho más lejos de los miembros de su familia, cada uno inmerso en su huida particular.

La propia realidad es el instrumento para que Ana construya su fantasía. Con el entendimiento de una niña silenciosa y eternamente observadora, crea un mundo a su medida, que es una medida que le viene demasiado grande, que la aplasta. Para empezar, toma el referente del cine como un referente de la realidad. El cine es el detonante, el primer paso en el camino hacia el otro mundo y la huida al mundo interior. Ana ve la película de Frankenstein proyectada en ese precario cine de pueblo. Su rostro refleja terror, pero, al mismo tiempo, una entrega absoluta. Es en ese momento, cuando Ana comienza a indagar  en el significado de esas imágenes con la morbosidad que produce el horror.

Durante esa parte, Isabel es la guía, la proveedora de pistas para la progresiva construcción del mundo imaginario de Ana. Ana le pregunta por qué el monstruo de la película mata a la niña. “En el cine todo es mentira. Es un truco”, le contesta la otra, para más tarde contradecirse y enredarla en el juego, que Ana cree a pies juntillas, de invocar al espíritu, al monstruo. A partir de este momento, el instante en el que Ana toma en serio el juego, es cuando los caminos de las dos hermanas se bifurcan. Hasta entonces, las dos habitaban un mismo mundo de sencilla cotidianeidad infantil, ocupando ese dormitorio simétrico de camas gemelas, pero Ana rompe este lazo iniciando su propia aventura. A pesar de ser Isabel la que construye el ritual, la que parece saber de lo que habla, es Ana la que inicia un camino en ese mundo, dejando atrás a su hermana, que, a medida que avanza la película la ve alejarse (y esto llegará a su punto culminante cuando, al final, Isabel sea trasladada a otra habitación y se rompa la simetría del dormitorio).

En la escena que relato al principio, Ana ya ha adivinado que entregarse al espíritu puede conllevar la muerte. Sin embargo, ese riesgo la llama. Avanza hacia él y va siendo consciente, y a esto me refería cuando hablaba de brutal rito de iniciación, de su propia predisposición hacia la muerte. Ana, a sus seis años escasos, muestra un terrible conocimiento de su propia mente. Ve una parte oscura dentro de sí misma, y esto en cierto modo la aterroriza, lo cual no significa que detenga sus pasos hacia el riesgo final. Isabel vislumbra algo en las actividades de su hermana, pero ese algo es tan grande que no alcanza a comprenderlo. En cierta manera, los desenlaces de Arrebato, la obra magna de Iván Zulueta, y de El Espíritu de la Colmena guardan un gran parecido.  Los dos protagonistas inmersos en esa luz azulada, entregándose con los brazos abiertos (José con los ojos tapados, Ana con los ojos cerrados), al peligroso mundo con el que han coqueteado durante toda la película. José sufre entre temblores el tiroteo de la cámara de Super 8, que le atrapará en su interior. Ana, recortada en la ventana por la luz de la luna, invoca al espíritu.

“¿Ana, dónde has estado?”, pregunta Isabel. Ana permanece en silencio y le da la espalda. No puede explicárselo, porque ya no está allí. Su imagen, al igual que la de José Sirgado, ha comenzado a impresionarse levemente en la fina película del otro mundo.

Sabina Urraca, Madrid, mayo 2010.

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