Bienvenido Mr. Marshall. Luis García Berlanga, 1952.

Análisis de Raúl Peralta:

Berlanga nos ilustra con una gran fidelidad la España rural de la década de los cincuenta. Una vida dura y llena de esfuerzos se esconden detrás de la cara más amable de Villar del Río, que se viste de gala para recibir a unos auténticos desconocidos que son esperados como si de los Reyes Magos se tratara. El director dota a los personajes de una conmovedora ingenuidad que refuerza la visión de una España poco alfabetizada y desconocedora de los problemas de van más allá de las  fronteras de su propio pueblo, en parte debido a la situación autárquica que vive el país. El escenario escogido nos da cuenta de la dura vida rural que está sometida al gran esfuerzo de los lugareños que luchan con sus propias manos para poder llevar algo digno de comida a la mesa familiar, pero este esfuerzo en muchas ocasiones no es suficiente, ya que el campo estaba condicionado muy a menudo, para desgracia de sus habitantes, a los caprichos meteorológicos.

El filme, no deja  de ser una crítica bastante ácida a EE.UU., que no incluyó a España en sus planes de recuperación europea al término de la II Guerra Mundial. A pesar del reproche del director a la política estadounidense, la película tenía otro cometido bien distinto, ya que ésta inicialmente pretendía ensalzar la figura de una nueva promesa del cante Lolita Sevilla. El proyecto fue aprovechado por Berlanga como plataforma para expresar sus ideas, consiguiendo una original obra con un transfondo importante: el trabajador depende de su esfuerzo y dedicación. El juicio que se hace en la cinta se ve claramente reflejado en la escena en la que los americanos pasan de largo por Villar del Río, ante la frustración de sus vecinos que tanto se habían esforzado para preparar el recibimiento y tantas ilusiones habían puesto en él.

El tema musical central de la película se convirtió en uno de los himnos más populares de la industria del cine español de la época que iba asociado a la película.

En la década de los cincuenta, nuestro cine se encuentra dividido entre aquellas películas que parecen haber agotado cualquier posibilidad creativa, produciendo un bucle argumental que no parece tener fin y donde el folklore y los niños prodigio tienen un papel predominante, y el cine impulsado por jóvenes creadores que buscan renovar temática y estéticamente lo que se estaba haciendo, buscando una nueva apuesta por la calidad, aunque el público de la época se incline especialmente por las más comerciales. En su afán por producir películas eminentemente comerciales las empresas seguirán descuidando tanto los argumentos como la calidad de las obras, lo que impedirá que un cine más exportable se lleve a cabo y haya que esperar unos años para confirmar su necesidad.

No obstante, el final de la década está marcado por el aperturismo del régimen hacía nuevos mercados, situación que ayudará a que muchos directores extranjeros realicen proyectos en España, que quedarán como parte de nuestra cultura audiovisual, buena prueba de ellos es El pisito (1958), de Marco Ferreri, y Tarde de Toros (1956), de Ladislao Vajda.

El nuevo lustro se presenta como una esperanza de cambio, turistas extranjeros empezarán a introducir poco a poco una cultura nueva que se va implantando en el país y lo va transformando. El cine español, testigo de primera mano, lo reflejará en gran parte de sus filmes.

Análisis de Raúl Peralta.

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