El lenguaje y las inmobiliarias.

He llamado a dos empresas de alta tecnología y a dos inmobiliarias. A las cuatro he contado la misma historia: Queremos impartir un Master Reglado de Arquitectura Racional, o de buena arquitectura, una arquitectura bella pero que sea para el uso, que sea cómoda y que no gaste energía. Mi preocupación esencial es salvar lo que nos queda del  medio ambiente, antes de la catástrofe climática, y para ello necesitamos ahorrar energía

 

Lo que he dicho a las cuatro empresas han sido exactamente las mismas frases. Pero las empresas tecnológicas han entendido una cosa y las inmobiliarias otra muy distinta.

 

El gobierno habla de paz en el país vasco. Ellos entienden una cosa, el PP entiende otra y algunos vascos  otra distinta de las anteriores. El lenguaje es el mismo, pero la lengua es muy distinta.

 

Las empresas tecnológicas entienden que quieren un mundo más agradable, menos contaminante y están dispuestas a pagar por que se implanten sus productos. Las inmobiliarias no venden casas, venden metros cuadrados multiplicados por los precios que una institución estadística asigna a esos metros cuadrados sin razón alguna, como no sea la razón de los tulipanes en la Holanda del siglo XVIII, es decir, el capricho.


Es posible que los directivos de las empresas tecnológicas se hayan formado en una tradición de excelencia, que viene de muy lejos, de los artesanos medievales y de los artistas griegos, para los cuales lo importante era la perfección en el producto, y casi nunca el precio de venta: Hablan una lengua científica.

 

Es muy posible que los directivos de las inmobiliarias se hayan formado en una tradición mucho más antigua, de hace millones de años, una tradición en la cual lo que importa no es el producto acabado sino la cola del  pavo real, el pelaje del  mono jefe de manada, el Ferrari o el Rolls Royce.  No se muy bien que lengua hablan.

 

Cuando escribo en estos blogs sobre la riqueza, sobre los niveles de energía, sé perfectamente que para muchas personas, o para el 99% de la humanidad, la riqueza es la riqueza inmediata, la satisfacción del deseo de hoy. Pero ese deseo de hoy es efímero. Lo que cuenta es la vida, y la vida es la vida de nuestros padres, la nuestra y la de nuestros hijos. ¿Sirve de algo presumir de pavo real, navegar entre los atascos en un Ferrari, si dejamos una ruina a los que conviven con nosotros y nos sobreviven?

Es mejor disfrutar hoy y mañana que ser ricos hoy y miserables después. El “a vivir, que son dos días”, es el mensaje de un pueblo miserable y sin esperanza. Hoy podemos hacerlo mucho mejor. La vida no es el momento, porque el momento no existe. La vida es un continuo de tradiciones, acciones y esperanzas. Sin tradición ni esperanza somos esencialmente papiones de sabana en busca de carroña para sobrevivir un día mas.

 

El ser humano es mucho mas que eso.

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