¿El fin de la física?

Cayó en mis manos hace unos días un libro de David Lindley, sobre »El fin de la física» en el que arguye que, dado el tremendo coste de los aparatos dedicados a buscar partículas subprotónicas, la ciencia que propuso Galileo y basada posteriormente en los principios de Karl Popper ,  la ciencia verificable o falsable,  ha terminado.

Si fuese así, habríamos entrado en una etapa tan negra como la que va entre el 400 de la Era Común (EC) y 1600, en la que en el pensamiento solo reinaba la mística, la imaginación y el cuento. Una época caracterizada por el importantísimo problema de saber cuantos ángeles caben en la punta de un alfiler, el más importante aún de ‘homoousian’ u ‘homoiousian’, o el problema del huevo y la gallina.

Podemos encontrarnos de aquí a unos años con enormes departamentos de intelectuales tratando de establecer cientos de miles de teorías bellas e internamente coherentes, sin relación alguna con la realidad, o peor aún, sugiriendo que la realidad son esas mismas teorías. En vez de una ciencia joven, tendríamos la ciencia de los ocasos, el dogma agustiniano (400 EC: El ocaso de la cultura romana) que exige el reconocimiento  de los sueños, de los cócteles neuronales como realidad objetiva.

Puede hacerse, pero salvo para sus practicantes, los nuevos frailes ¿Qué interés tiene para los demás?

El ser humano debe dejar atrás cuanto antes su evolución genética, que le mantiene en un estadio animal (matar y robar para propagar los genes)  y entrar de una vez en un estadio humano, de creación y construcción de estructuras que le permitan capturar energía sin quitársela a otros.  Para esto debe comprender la naturaleza. Y esta es única. No podemos decir que entendemos la naturaleza si la asimilamos a un número muy elevado de modelos radicalmente distintos entre sí, pero todos bellos e internamente coherentes.

Yo puedo imaginar que mis huesos son huecos, y que mi masa corporal es inferior a 20 kg  y por lo tanto puedo volar.  Puedo imaginar que me toca la lotería, o que soy hijo de Bill Gates.

La imaginación no tiene límites, y por tanto es muy, muy aburrida.  La inmensa ventaja de la ciencia Galileana es que permite tratar de entender un mundo en el cual los seres humanos no podemos volar sencillamente batiendo los brazos. La ligadura de la realidad convierte algo inmensamente aburrido, tan aburrido cómo las películas de la serie Matrix, en algo interesante, estimulante, humano.

Debemos dejar de una vez de lado todos estos juegos de mundos posibles, y volver a tratar de entender el mundo real, el existente.  Hasta ahora hemos modelado  esta naturaleza estrictamente no lineal mediante modelos lineales. Los modelos lineales son únicos en el sentido de que entre dos puntos del plano euclídeo solo hay una recta. Los modelos no lineales son innumerables, en el sentido de que entre dos puntos del plano euclídeo  pueden pasar todas las curvas que queramos. Se presenta ante nosotros el inmenso desafío de determinar cual de entre el inmenso número de modelos no lineales, es el que mejor nos permite entender la naturaleza. Esto es ciencia de verdad, no construcción arbitraria de juegos matemáticos, y es un desafío que puede durar siglos.

Debemos rechazar la idea de que nos paguen, o pagar, por realizar juegos (matemáticos o deportivos, por ejemplo) y concentrarnos en tratar de entender de verdad la realidad de la naturaleza que es nuestra vida.

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