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Autor
Xavier Pujol Gebellí

Ideópolis en la sociedad del riesgo

Los parques científicos y tecnológicos llevan recorriendo en España, y en buena parte del mundo desarrollado, su camino particular en busca de un mejor y mayor acomodo entre intereses industriales, académicos y de desarrollo regional. La propuesta de "ideópolis" como "ciudad global de las ideas" es, por el momento, de las más atrevidas y sugerentes.
"Ideópolis" podría traducirse como algo parecido a "la ciudad de las ideas", un concepto muy en boga hoy en día entre urbanistas, arquitectos y gestores que tratan de definir estrategias para las urbes del futuro. Pero, en realidad, es mucho más que eso. Se trata de repensar, en el más amplio sentido de la palabra, cómo prepararse ante los grandes cambios que se avecinan fruto de la incorporación, cada vez más masiva, de las tecnologías de la información y, sobre todo, de los impactos sociales que éstas están empezando a generar.

En el plano de lo cotidiano, la propuesta no es más que, en una primera fase, que una reunión de cerebros capaces de debatir en profundidad sobre qué cimientos se asientan las grandes conurbaciones actuales, para después, en un segundo estadio, proyectarse al futuro trazando la línea de lo que puede, o debe, ser sostenible. Tanto en lo que refiere al ámbito ciudadano, como en las esferas de la cultura, la economía o el saber.

En definitiva, el concepto de "ideópolis" nace con la provocativa intención de psicoanalizar una ciudad, de preguntarle qué es ahora y de plantearle qué quiere ser de mayor, si es que algún día decide ser mayor. Para decirlo de forma clara contundente: ¿Deben ser las ciudades actuales meras áreas residenciales cuyo motor económico descanse en la oferta cultural, de servicios o de turismo o pueden aspirar a algo más?

Desde que hiciera fortuna el término de sociedad del conocimiento, diferentes grupos de pensadores, entre los que cabe citar además de urbanistas y arquitectos, a expertos procedentes de ámbitos tan diversos como la nueva economía, las nuevas tecnologías, la academia, la ética o incluso la antiglobalización, han hecho un acopio de propuestas cuyo único objetivo era revitalizar núcleos urbanos de tamaños diversos para evitar que, en el trascurso de un par de generaciones, se convirtieran en grandes dormitorios urbanos con derecho a desayuno y alguna que otra distracción cultural o de ocio.

El planteamiento surge de la convicción de que los motores tradicionales de la economía, esto es, sobre todo la industria, van perdiendo peso y empuje, cuando no son desplazados a los extrarradios con importantes reducciones de plantilla debido, precisamente, a avances tecnológicos. Muchas de las grandes ciudades británicas, sin ir más lejos, padecen hoy este efecto desindustrializador que las despoja de sus señas de identidad. "Ideópolis" propone reconstruir esas señas o, llegado el caso, reinventarlas de acuerdo con unas directrices que, si bien están marcadas por la incertidumbre del momento, al menos plantean objetivos ciudadanos a largo alcance.

LOS PARQUES DE LAS IDEAS

Uno de los principales impulsores de las ideópolis es Tom Cannon, experto en administración de empresas, administración del cambio, nueva economía y habilidades de liderazgo. Actualmente es director ejecutivo del programa Respect London, una iniciativa del primer ministro británico Tony Blair para integrar la política ambiental y social en la ciudad de Londres, junto con la económica y la cultural. En su propuesta, Cannon defiende un nuevo modelo de ciudad en el que los valores que tradicionalmente han marcado su devenir económico dejen paso a otras fórmulas organizativas en las que las entidades ciudadanas, incluidas las ONG's, tomen el relevo.

En una charla pronunciada en el recientemente celebrado simposio sobre parques científicos y tecnológicos organizado por la APTE en Barcelona, el experto británico postulaba su particular "ciudad del conocimiento", como algo así donde el arte, la cultura y las ciencias se suman para contribuir a un entorno en el que abunda la iniciativa económica y un cierto espíritu de la innovación, además de tradición industrial, un urbanismo sólidamente construido y una clara vocación de proyección exterior. ¿Pueden articularse todos estos conceptos para alumbrar un modelo de entorno urbano que trascienda la idea de sitio donde únicamente trabajar y vivir? ¿Qué papel desempeñan en ese entorno los parques científicos y tecnológicos?

Sostiene Cannon que buena parte de las grandes ciudades europeas y norteamericanas viven en la actualidad un periodo de transición. Y que es en este periodo en el que deben surgir las ideas que las transformen y las proyecten al futuro. Concebir el entorno urbano de este modo puede tener sentido desde dos perspectivas. De una parte, porque conjuga la esencia de los actuales movimientos sociales, los primeros que se han formado en mucho tiempo en ausencia de conflictos bélicos y de posguerras, con alguno de los postulados que parecen más sólidos de la nueva economía: la capacidad de innovar, de generar conocimiento en todas las esferas y transferirlo a la sociedad.

Ahí es donde precisamente los parques científicos y tecnológicos pueden desempeñar un papel clave. Para la sociedad actual, recordaba Cannon, algunas ciudades se identifican con etiquetas que pueden hacerlas más o menos atractivas a los ojos de un mundo cada vez más global. Por ejemplo, a la hora de decidir un destino profesional, turístico o inversor, no significa lo mismo citar Oxford, a la que suele reconocerse por su tradición universitaria, que Manchester, acuciada por una decadente imagen industrial. En la era del conocimiento, añadía, abogar por etiquetas ambiciosas y sobre todo distintivas, pueden ayudar a romper círculos viciosos depresivos. Un parque científico equivaldría, en este contexto, a una apuesta de futuro, por cuanto supone de inyección económica y, sobre todo, de personas.

IDEÓPOLIS EN ESPAÑA

Conscientemente o no, en España existen ejemplos que van en esta misma línea. La ciudad que acogió la reunión de la APTE, por ejemplo, cuenta en su ayuntamiento con una ponencia que responde al nombre de "ciudad del conocimiento" cuyo titular, Vladimir de Semir, ostenta el cargo de regidor ponente. Días atrás, de Semir razonaba algunas de las propuestas que se están diseñando y poniendo en marcha en la Ciudad Condal con argumentos muy similares a los de Cannon. Por ejemplo, los referidos al antiguo barrio industrial de Poble Nou en los que, lejos de liberar suelo para la especulación inmobiliaria, se ha decidido consagrar prácticamente todo un distrito urbano a la implantación de empresas basadas en la nueva economía. "Sustituimos un tipo de empresa por otra", señalaba el regidor, "porque queremos que la ciudad mantenga una cierta capacidad productiva". El por el momento fallido intento de eje biomédico en Barcelona, con la integración de tres parques científicos en el entorno urbano, responde a una filosofía similar.

Pero no es Barcelona, por fortuna, el único ejemplo aunque sí, tal vez, el más significativo. Otras muchas ciudades españolas, a mayor o menor escala, están intentando también recomponer su tejido urbano a base de propuestas imaginativas. En Villena, por ejemplo, el cableado entero de la pequeña ciudad le ha permitido actuar como laboratorio de las nuevas tecnologías de la información; en Vic, como ha ocurrido en otras capitales, la ubicación de universidades o, cuando menos, de estudios universitarios la está revitalizando hasta tal punto que, poco a poco, van recuperando una actividad económica que muchos creían perdida para siempre.

El conocimiento, bien sea a través de universidades o bien de parques científicos o tecnológicos, contribuye por tanto a generar riqueza, tanto económica como intelectual. Si a su presencia se le suma, como defiende Cannon u otros pensadores un entorno culturalmente rico, económicamente dinámico y ambientalmente atractivo, las ciudades dejarán de ser un lugar donde únicamente dormir para pasar a ser un sitio donde vivir. Aunque la actual sea la sociedad del riesgo.

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