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Autor
Xavier Pujol Gebellí

Las paradojas de Bioconda

A finales del próximo mes de junio se cumplirá el primer aniversario del anuncio del borrador del genoma humano. Es un tiempo, en opinión de algunos analistas, más que suficiente para valorar en qué han empezado a traducirse el alud de promesas que desde la ciencia y la biomedicina llegaron hasta la opinión pública. A la lista, contravienen algunas fuentes, también debería sumársele la anunciada expectativa de crecimiento económico e industrial nacida al socaire del anuncio
Es un tiempo, en opinión de algunos analistas, más que suficiente para valorar en qué han empezado a traducirse el alud de promesas que desde la ciencia y la biomedicina llegaron hasta la opinión pública. A la lista, contravienen algunas fuentes, también debería sumársele la anunciada expectativa de crecimiento económico e industrial nacida al socaire del anuncio.

Poco de nuevo puede decirse un año después. Lo más significativo, en todo caso, es la confirmación de una tendencia que lleva años caminando en la esfera internacional que se resume fundamentalmente en el término biosilico, algo así como una reconversión acelerada de la investigación tradicional en un nuevo modelo basado en la convergencia de la biotecnología y las nuevas tecnologías de la información. En este sentido, varias han sido las compañías que han sido capaces de innovar, especialmente en bioinformática, mientras que otras han nacido o han crecido aprovechando el impulso mediático y la entrada de dinero fresco, bien sea de origen público o bien procedente del mundo del capital riesgo.

Como viene siendo habitual de un tiempo para esta parte, la compañía norteamericana PE Celera Genomics, dirigida por el inevitable Craig Venter, parece haber dado de nuevo en el clavo. Apoyado en Internet y en un despliegue bioinformático sin precedentes en la industria privada, Venter ha dejado caer sus redes sobre la comunidad científica de medio mundo ofreciendo sus bases de datos como reclamo. Aunque no es ni mucho menos el único que pretende basar el grueso de sus negocios en la venta de información, sí es el que ha demostrado tener una mayor inteligencia estratégica. Con ella va a tratar de recuperar la fortuna invertida hasta ahora en lo que se asemeja a una grandiosa operación de marketing.

¿Cómo? Baste un ejemplo como botón de muestra. Celera ha firmado un contrato con varias instituciones españolas para la cesión de sus bases de datos. El acuerdo ha tomado forma a partir de una agrupación científica que responde al nombre de Bioconda y en la que se integran, entre otros, el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, el Centro Nacional de Biotecnología, el Centro de Investigación del Cáncer de Salamanca, la Universidad de Barcelona, el Instituto de Investigación Oncológica (IRO), la Universidad de Navarra y la Universidad de Oviedo.

La agrupación Bioconda pagará a Celera 100.000 dólares anuales (19 millones de pesetas al cambio) durante tres años para acceder a sus bases de datos y a sus herramientas informáticas "sin restricciones", según rezaba una nota hecha pública recientemente por sus portavoces.

El anuncio denota dos aspectos que cabe analizar con sumo interés. Por una parte, no es del todo cierto ese eufemístico "sin restricciones" al que se alude en la nota. La realidad es que Celera ha elaborado un catálogo de productos distribuido en forma de módulos. Así, los hay dedicados exclusivamente a información referida a secuencias de regiones del genoma humano, a secuencias del ratón, a ADN complementario o a SNP's, entre otros. Cada uno de esos módulos supone un precio de partida que raramente se sitúa por debajo de los 4.000 dólares (760.000 pesetas).

Por otra parte, los contratos que suscribe Celera con organismos, instituciones o centros de investigación están poco menos que blindados. El caso de Bioconda, que no es ni mucho menos el único, continúa siendo ilustrativo. El colectivo científico español ha tenido que firmar para un período mínimo de tres años y los usos suscritos se refieren sólo a genoma humano, a ratón y a SNP's. Tal vez suficiente para los deseos y necesidades de los grupos que se integran en Bioconda, pero claramente sometido a restricciones en función del presupuesto acordado.

Dejando a un lado si deben ser los centros los que asuman el pago de la suscripción o si debe ser la Administración quien se haga cargo, aspecto que merecería otro tipo de análisis, lo cierto es que Celera está enseñando el camino a seguir, algo que han entendido sus incipientes competidores. Poco a poco, diversas compañías se han lanzado al mercado ofertando no sólo el acceso a bases de datos sino también herramientas bioinformáticas, portales y navegadores específicos o incluso desarrollos en busca de estándares universales para consulta y transferencia de información.

La moraleja, por el momento, no puede ser más acorde con la visión de negocio que impera en Estados Unidos y a la que han empezado a sumarse tímidamente Europa y Japón. Celera invirtió una fortuna en equipos informáticos de primer nivel y se lanzó a la aventura de secuenciar a mayor velocidad que nadie el genoma humano. Con ello ganó en popularidad: su nombre ocupó portadas en todos los medios. Pero también en respeto: una parte de la comunidad científica empezó a ver en él un modelo a seguir. Mientras se afianzaba en su particular carrera contra el tiempo y contra el consorcio público liderado por Estados Unidos y el Reino Unido, y mientras otras compañías se enzarzaban en una polémica lucha por su pretendido deseo de patentar genes, Venter y los suyos ideaban una maquinaria basada en el acceso al conocimiento.

Y ahora llegan los primeros frutos. Los menos importantes en el tiempo van a ser precisamente los que antes han llegado al mercado. Tras las secuencias, entendidas como la primera fuente de ingresos, van a venir las anotaciones de genes, las proteínas, los metabolitos y la función celular. Todo ello con una maquinaria perfectamente engrasada. Esta es la auténtica moraleja y, a la vez, la paradoja de Bioconda: los unos ingresan por el conocimiento generado y los otros pagan por su acceso.


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