Dicen que un conocido presentador de programas de pseudociencia que intenta vender bulos, leyendas y mitos manipulando y editando la información sin escrúpulos para hacerla pasar por investigación –y lo digo con conocimiento de causa puesto que un día ya lejano, cuando no conocía la vorágine de dicho programa fui engañado, junto a otro compañero, para asistir a ese engaño- va criticándome en sus programas. La verdad es que un elemento como tal individuo hable mal de uno, es casi halagador. Lo contrario sería preocupante. Eso sí, critica un artículo escrito el 27 de febrero, más de una semana antes de que la OMS declarara la pandemia, con todas las incertidumbres sobre los mecanismos de transmisión y clínica de la infección por el SARS-CoV-2, titulado “más que un catarro, menos que una gripe” publicado en El Cultural. Admitiendo que el título es sensacionalista –como pretenden todos los Medios-, el artículo tiene más de 1000 palabras en las que, lejos de menospreciar la gravedad de la COVID-19, lo que pretendía era poner en valor la importancia que todavía tiene la gripe, esa ya casi amiga incómoda que, a pesar de que tenemos inmunidad de rebaño de más de un siglo de interacción, buenos antigripales y una vacuna efectiva para más del 60% de nuestros mayores, sigue matando cerca de medio millón de personas cada año en el mundo. El artículo –del que, estoy seguro, el susodicho presentador pseudocientífico solo se habrá fijado en el título- explica, con cifras y citas, los efectos año tras año del paso del virus gripal. Y hasta aquí la referencia a alguien que hace programas engañosos tratando de confundir a la audiencia con reportajes manipulados… Ahora, saludamos a nuestros héroes de primera línea de defensa contra la COVID-19 y reproducimos el artículo de la serie “Diario de una cuarentena” del 17 de mayo publicado en El Cultural:
Si algo distingue a la ciencia de la pseudociencia es que, la primera, evoluciona; es, por método, falsable, es decir, puede verificarse, contrastarse o corregirse cualquier resultado, cualquier hallazgo anterior, por muy válido que fuera en su contexto, por nuevos resultados mejor adaptados a las observaciones experimentales. Ahí tenemos, sin ir más lejos, la genialidad de un gigante, Isaac Newton y sus leyes de la gravedad siendo superado y actualizado por otro genio universal, Albert Einstein, y su legendaria teoría de la relatividad. La pseudociencia se basa, no obstante, en dogmas de fe, en elucubraciones y creaciones de iluminados que son inamovibles y perduran por los siglos de los siglos. Los principios de la homeopatía, por ejemplo, fueron creados en la mente del médico alemán Samuel Hahnemann a finales del siglo XVIII. Sus fantasías con aquello de que “lo semejante cura lo semejante” si lo diluimos más allá del número de Avogrado –cuando deja de haber moléculas de soluto en el solvente- y lo sometemos a un rocambolesco proceso de agitación-ritual sigue rigiendo un lucrativo negocio donde se ofrece, a buen precio, agua –con algo de azúcar- como medicamento.

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