El libro, todos los libros, tienen una forma de mirar que me fascina

Hay libros que me hablan, aunque yo no los responda
por miedo a que me tomen por loco

El libro, todos los libros, tienen una forma de mirar que me fascina.
Hace mucho tiempo que lo descubrí, porque no son nuestros ojos los que pasan o repasan el papel uniendo tipos o caracteres para formar palabras, sino que son los tipos los que nos miran con ojos de gato negro desfigurados en tinta.
Cierta tarde me detuve ante un escaparate y, sin saber como, la mirada se fue hacia un rincón donde un librito de pastas azules, estampadas en negro, parecía llamar mi atención. Me dejé llevar y entré en el local con la intención de abrir su páginas y leer algún párrafo. No diré el título, porque no fue su significado el que me llevó a tal extremo, sino el diseño, la figura leve y recogida que se escondía en el escaparate como queriendo huir de la arrogancia del resto de libros.
Cuando lo tuve en mis manos noté una especie de caricia. En vez de pasar mis yemas por las tapas, fue el papel entelado el que frotó sus poros contra mis dedos. Tenía un encanto especial, una textura delicada y un formato perfecto. Cuando leí las primeras líneas no entendí nada, tampoco cuando salté a la página 37. Era -es-un ensayo sobre la materia que menos me ha interesado en este mundo; era -es- un texto farragoso y sin sentido que se me escapa de las manos cuando trato de interpretarlo.
Pero el flechazo fue extraordinario, y aun hoy sigo enamorado del azul turquesa. De vez en cuando, al repasar los títulos de la estantería,  lo tomo con mucho cuidado y me lo acerco a las mejillas para sentir su piel en la mía.
Ese oscuro objeto de deseo que jamás leeré es uno de mis libros más preciados.

Si alguien es capaz de explicármelo que lo haga en estas páginas…

Juan Miguel Sánchez Vigil

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2 comentarios

  1. La sensación es preciosa, y posiblemente, a todos aquellos a los que nos gustan los libros nos ha pasado algo parecido.

    No ser capaz de leerlo, para mí, simple cobardía; nos quedamos con lo que nos gusta, como con las personas, por miedo a descubrir o confirmar, que lo que hay dentro, no merece la pena.

    Una buena forma de autoengañarse, como la automedicación, sabemos que no está bien, pero al final, todos lo hacemos.

  2. Un día buscando un regalo para mi padre encontré un libro tapado por otros tantos hasta arriba, pero que sin embargo, me estaba llamando. Aún no sé por qué, pues su apariencia era la de un libro más. No fue su forma física lo que me atrajo de él, tampoco su título ni su contraportada (pues en mi opinión eran pésimos), era algo que me gritaba y que me hacía entender que no iba a ser un libro más para mí. Fui capaz capaz de leérmelo en un sólo día de Navidad y fui capaz de prestarlo a mis amigas para que fueran partícipes de al menos algo de lo que yo había sentido.

    Mi libro favorito no es ni conocido ni famoso, ni si quiera su autora ha ganado algún premio; pero es mío, es mi libro.

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