Análisis de José Colmenarejo:

¨Vacas¨ (1992) es la ópera prima del director vasco Julio Medem. El polémico autor (hoy en día, alabado y vilipendiado a partes iguales) se alzó con el Goya al Mejor Director Novel, para después iniciar una irregular carrera con títulos como ¨Tierra¨, ¨Los amantes del círculo polar¨, ¨La pelota vasca¨ o ¨Habitación en Roma¨.

Se trata de una obra tremendamente impactante, tanto por su fuerza visual como por su historia, dura y seca como el hachazo de un aizcolari, sobre la rivalidad y tortuosas relaciones de amor y odio entre dos familias vascas que viven cercanas a un extraño y magnético bosque. Desde un acto de cobardía en una antigua batalla, hasta una infidelidad o una dolorosa derrota en una competición de corta de troncos, ambas familias parecen ligadas por un trágico lazo que les arrastra una y otra vez a la frondosidad de un bosque del que las vacas son siempre testigos, generación tras generación. El tono surrealista y de violencia latente está realmente conseguido, y me ha llamado especialmente la atención este último. Aunque Medem no se centre ni se recree en los actos violentos, impregna a su obra de una rabia contenida, de un aparentemente inactivo fuego que, sin embargo, parece que pueda prender en cualquier momento.

En primer  lugar, en la narración se cruzan dos guerras, la Carlista y la Guerra Civil, que marcarán el devenir de ambas familias sin que éstas puedan hacer nada por evitarlo. Los acontecimientos políticos pasan por encima de ellas, y teniendo en cuenta que la acción se centra en un pueblo de Guipúzcoa, el espectador no podrá obviar la situación del País Vasco y la banda terrorista ETA. Este es un factor bastante determinante a la hora de crear una continua sensación de incomodidad y tensión. Dividida en cuatro capítulos, la historia se empecina una y otra vez en recordar a los personajes los hechos del pasado, marcándolos para siempre, haciendo que prácticamente no puedan deshacerse de él. Esto se ve reforzado con la acertada idea de que los mismos actores encarnen a diferentes personajes (nieto, padre e hijo en edad adulta), creando una sensación estática y de desconcierto, como si el tiempo no avanzase para ellos. En el caso del abuelo, vemos cómo no ha superado el trauma de la guerra y permanecerá deambulando constantemente por el mismo paisaje, obsesionado con la penetrante mirada de las vacas. También el personaje de la mujer, que soporta la infidelidad de su marido, debe recordar una y otra vez ese hecho viendo corretear al hijo ilegítimo fruto de esa furtiva relación.

Medem añade otros elementos – más simbólicos – que sirven para dotar a la obra de mayor complejidad y sensación de peligro constante: esas setas venenosas en el bosque, esos pies descalzos tan cerca del golpe del hacha o esa niña que agarra con todas sus fuerzas el espantapájaros para evitar la temible guadaña. Aunque sea una obra cargada de tragedia, se abre al final un halo de esperanza, protagonizado por la pareja de niños que finalmente, ya mayores, parece que consiguen escapar juntos, aunque vayan a estar siempre ligados a un pasado maldito. Hay espacio para el amor, pero éste no aparece como algo puro e inocente. El primer encuentro sexual (entre los personajes de Carmelo Gómez y Ana Torrent) viene precedido del violento lanzamiento de un hacha, y con su marcha del pueblo dejan el rencor y la soledad a su hermano y su mujer, respectivamente.

De esta manera, Medem consigue causar el desasosiego y la tensión en el espectador con unos recursos poco habituales, sin recurrir a lugares comunes. El preludio de lo tenebroso casi siempre acecha, y las vacas, espectadoras mudas, parecen una representación de los impulsos naturales e irracionales del hombre que tanto gobiernan a los personajes en esta película. La alargada sombra del pasado los persigue: incluso cuando planean escapar de él, una vaca entorpece el camino en una metáfora esclarecedora.

José Colmenarejo. Mayo, 2010.

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3 comentarios

  1. no entiendo muy bien el significado del tronco de arbol sin vida ni de la camara fotografica

  2. Estimada Inmaculada:

    Hablar de los símbolos es, en general, algo difícil; aún más, en una película tan compleja como Vacas, pero me permito decirle algunas cosas. Más que una respuesta se trata de una sugerencia para que usted descubra otras:
    El árbol representa uno de los grandes símbolos de la cultura. En casi la totalidad de los pueblos los árboles están presenten en su mitología, en su forma de entender el mundo y en su forma de relacionarse con la naturaleza. Las grandes religiones, sobre todo, las orientales, suelen guardar una mitología especial con algún tipo de árbol. Incluso algunas naciones, estados, pueblos o comunidades se identifican con un solo árbol; esto precisamente ocurre en el pueblo vasco con el árbol de Guernica.
    Cirlot, Frazer y otros autores, que han intentado sintetizar los símbolos más recurrentes, han encontrado en la imagen del árbol multitud de significados. Tal vez uno de los más frecuentes es el que nos sirva para entender la obra de Medem. Los árboles se relacionan con la tierra en la que se asientan: los árboles son vestigios y testigos del pasado.
    En Vacas, el tronco muerto es un pasillo que une diversos tiempos de una misma tierra. Aunque el árbol parece extinto en realidad su función de unión con la historia, con el pasado del pueblo vasco y de los protagonistas lo mantienen vivo.
    Espero que esto le ayude…

    Luis Deltell

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