Conciencia y Libre Albedrío

¿Como sé que pienso? Hay muchas partes en el cerebro. Estando postrado, mi cerebro registraba oleadas de dolor. Otra parte del cerebro detectaba esa parte que menciono del cerebro. Es el juego de las diversas partes del cerebro lo que genera la conciencia, el reconocer que los pensamientos y las sensaciones son de la misma persona. Cuando nos volvemos locos, lo que se produce es una separación de las distintas zonas neuronales: Alteración de la personalidad, alucinaciones, y el resto de los problemas psiquiátricos que conocemos. Lo se bien, porque tuve una operación de rodilla tras un accidente de esquí. Se equivocaron con la epidural, y se me vació el líquido cefaloraquídeo, y empecé a ver imágenes distintas por cada ojo. Al principio no sabía que era lo que veía, y al cabo de unos días ya no estaba seguro de quien era yo.  Cuando nos sedan, o cuando nos desmayamos (yo me he desmayado dos veces) las sensaciones siguen, pues seguimos respirando y el corazón sigue funcionando, pero los estímulos de dolor no se reparten a otras partes del cerebro.

Bien, pues, la conciencia es la coordinación de todas las señales nerviosas del cerebro. ¿Qué es el libre albedrío?

Se mantiene, desde hace al menos 2.500 años, por algunos pensadores, que la vida de cada ser humano (y aunque no se suele decir, de cada animal) es determinista. La mayor insistencia en esta idea fue la de Calvino y sus seguidores puritanos diversos. Esa afirmación deriva de la asunción de un ente omnisciente y omnipotente, por definición. Pero no existe la más mínima prueba de esa existencia. Puedo mirar mi mano y afirmar con rotundidad que tiene 7 dedos. Puedo decir “Es verdad que estoy mintiendo”, lo mismo que puedo colocar letras una a continuación de otra sin que esa colocación produzca palabras inteligibles. Tras, digamos 150.000 años buscando a ese ente, no ha habido nunca el menor indicio de su existencia.

Incluso si existiese, su posible conocimiento no afectaría al devenir de los objetos realmente existentes. Hoy hay viento en Madrid. Estoy viendo las hojas de un almendro moviéndose bajo un viento turbulento. Es imposible pensar que el movimiento de una hoja concreta está determinado desde hace eones. Salvo en ciertas matemáticas, en el universo no hay infinitos, ni por lo tanto nada infinitamente exacto. Y ni siquiera en las matemáticas podemos probar que son correctas, según el teorema de Gödel.

¿Y nuestro comportamiento?

Estoy nadando en el mar, hacia la playa. Hay una línea de flotadores desde la playa hacia mar a dentro. Estoy  nadando tan lejos que no distingo lo que hay en la playa. Llego al vértice de la línea de flotadores. Elijo un lado de la línea para llegar a la playa. ¿Está determinado que lado elijo?  El asno de Buridan. Hay dos cubos con avena, exactamente iguales, en forma, tamaño, color, olor. La avena  llega a la misma altura en los dos cubos. El asno elige uno de ellos para comer. ¿Está determinado desde hace eones cual cubo va a elegir?

El pensamiento es libre. Podemos imaginar pegasos y centauros. Podemos escribir frases sin el menor sentido: “awqsbdr ptxzlm” .  Podemos afirmar que volamos agitando los brazos, sin ayuda de máquinas.

Podemos afirmar que no existe el libre albedrío.

Pero ni hay pegasos, ni hay centauros, ni hay determinismo, ni siquiera en el movimiento planetario, ni en un péndulo tipo simple, pero real, es decir con rozamiento, ni mucho menos en un péndulo doble, en tres cuerpos de masas similares pero distintas bajo su atracción gravitatoria mutua, ni mucho menos en los sistemas complejos, uno de cuyos ejemplos somos cada ser humano.

El teorema de Poincaré sobre la recurrencia del movimiento de tres cuerpos de masas similares pero distintas, da tiempos de recurrencia inmensamente mayores que la posible edad del universo, y no tiene en cuenta las interacciones de esos tres cuerpos con el resto de los cuerpos de ese universo.

Si no hay nada realmente determinado, es evidente que existe el libre albedrío.

Compartir:

Deja un comentario