¿Qué se hizo de la ciencia?

La ignorancia reina suprema en los pasillos oficiales porque la ignorancia deriva de vivir en la cueva con los ojos cerrados.  Cuando Galileo (en su leyenda) dijo »Eppur si muove» era porque había abierto los ojos, con su telescopio, a la realidad del mundo. Se puede hacer toda la teoría que se desee, pero mientras esa teoría no se valide en el laboratorio, esa teoría es papel mojado, y esto vale también para los teoremas, cuaya validez es exactamente la misma que las hipótesis en las que se basan, hipótesis que, desde Goedel, sabemos que no se pueden demostrar y si validar o rechazar mediante la experiencia.

Un presidente español de gobierno hizo el ridículo mencionando el precio del café: Era evidente que su actitud ante la vida era la del que ha vivido siempre en una cueva sin noción de la realidad.  En la universidad se nos dice cómo enseñar, como investigar por gentes que como ese presidente de gobierno, es dudoso que hayan enseñado o investigado en su vida.

Se nos están pidiendo estos días unas cosas denominadas »Guías Docentes» en las cuales se aspira a la excelencia didáctica virtual, como si de juegos de ordenador se tratase. Las guías docentes, como me dijo una compañera, representan la excelencia didáctica, y es lo único que se juzga a la hora de puntuar. Que lo que se dice en la guía sea irrealizable no importa para el evaluador. Que el profesor enseñe y de unas clases magníficas, que sus alumnos aprendan contentos, no significa nada si no se ha escrito una »guía» que no tenga que ver con la realidad.

De la misma manera la ciencia se juzga por lo que se dice que hace, no por lo que hace. Y se pretende dirigir la ciencia con perfecta ignorancia de lo que la ciencia es. Cómo han contado todos los científicos, desde Galileo hasta Schoedinger, pasando por Newton y Poincaré, la ciencia es indirigible. Es un flash mental que crea circuitos neuronales nuevos a partir de circuitos antiguos, creación que no se puede controlar, pero si preparar. La ciencia se cultiva, poniendo el substrato adecuado, fertilizando el suelo, rodeando de la condiciones adecuadas de luz y humedad, seleccionando los brotes que naturalmente aparecen.

Pero no es ciencia el decir: »Descubrame usted la gravedad». Primero es imposible de realizar, y si el que manda sabe lo que se quiere descubrir, es que ya esta descubierto y sobra el esfuerzo.

Sufrimos hoy, en las innumerables leyes educativas de enseñanza media y universitaria, el síndrome del copista de manuscritos, ni siquiera del empresario que quiere hacer coches. Hasta éste sabe que el buen diseño no se ordena mediante ukases sino que surge de infinidad de pruebas y debates. Solo el copista piensa que la caligrafía es fija, que se puede producir un libro de encargo y a plazo fijo, como lo sabe el artesano que hace la misma silla o corta el mismo zapato que dictan unas normas inmutables que matan cualquier iniciativa y diseño creativo.

Se ha escrito un libro, que aún  no he podido leer (me llego ayer el anuncio) sobre el »Crepúsculo de la Ciencia», por un astrofísico como autor. Pero yo sé positivamente que la ciencia no tiene crepúsculo, que mientras haya seres humanos habrá ciencia. Aplastada o triunfante, ahogada por el dogma o descriptora de la realidad, per habrá ciencia. Lo que es seguro que no habrá será el simulacro de ciencia que promueven las agencias oficiales que buscan »resultados grantizados en el plazo de tres años» como si se buscase el número de surcos que un arado de mulas ha podido hacer en 3 horas.

Necesitamos, hoy más que nunca, la ciencia, es decir, ideas absolutamente nuevas que nos permitan sobrevivir en un mundo en el que la mera copia y repetición no nos sirve. Para crear ciencia lo primero que hay que hacer es destruir la estructura oficial de financiación de la investigación, y dejar volar libremente al intelecto en búsca de lo nuevo, en un un ambiente en el cual esos intelectos se sientan libres y apoyados para crear.  La estructura encorsetada y rígida de hoy esta matando la ciencia.

La razón de ese encorsetamiento es la acción de »representantes» del pueblo que exigen que el dinero empleado dé frutos visibles en un plazo fijo. Pero esos »representantes» no se miran a sí mismos y no se preguntan, cómo nos preguntamos los demás,  qué frutos da el dinero empleado en -su- labor: Generalmente ninguno.

Necesitamos ciencia. ¿La estimulamos?

 

 

 

 

 

 

 

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