La política científica

Los EEUU está preocupados.  Puestos de trabajo y liderazgo van camino de la China y la India. Los países «avanzados» prefieren gastar sus plusvalías en disfrutar de la vida, mientras que los que quieren llegar se esfuerzan en ganarnos por la mano.


Esto, en si mismo, no es malo. Uno trabaja para alcanzar un alto nivel de vida, un cierto status. Pero el peligro es el abandono del esfuerzo al alcanzar uno de esos niveles de vida apetecidos.

España vive del espaldas al esfuerzo, disfrutando del trabajo de los demás y vendiendo placer y ocio. Cuando las cosas se ponen duras, como por ejemplo con la subida de los precios del petróleo, la respuesta no es trabajar más, no es incrementar la eficiencia. Cuando el país ya no necesita para nada el carbón la respuesta social no es exigir formación para desarrollo de industrias modernas.

 

La respuesta ante las tensiones es pedir a los demás que nos lleven a hombros. Ante una falta de viviendas la respuesta no es mandar a los críos al colegio y exigirles sobresalientes en la escuela. No es trabajar como posesos para mejorar la capacidad adquisitiva: La respuesta es ocupar  pisos vacíos.

 

Pero estas respuestas están propiciadas por unos mensajes que calan: Cuando está claro que el futuro del país pasa por el  desarrollo de nuevas tecnologías, por trabajar por estar en la cabeza de la investigación y el desarrollo tecnológico, el mensaje de muchos de los gobiernos de España, el mensaje real, el que se ve, no los hueros discursos de los políticos, es que, con honrosas excepciones, no hay dinero para la investigación ni para el desarrollo. No se ven convocatorias de 3000 puestos de científicos anuales, no se ven centrales solares en construcción, no se ven institutos como los americanos, los ingleses, los alemanes.  En las universidades el tiempo discurre mortecino, sin presión para innovar. No hay interés en la investigación.

 

De vez en cuando algún ministerio lanza una «call for proposals».  Se pide presentar a unas comisiones innominadas, que al serlo eliminan la garantía de transparencia, unas propuestas que son privadas y se desconocen por el público.

Se conceden ayudas mermadas para realizar trabajos individuales, inconexos los unos con los otros, y sobre todo, sin el menor esfuerzo de continuidad.

 

Los proyectos de investigación concedidos no tienen resultados públicos. ¿Cómo? ¿Estoy emitiendo una herejía?

 

Es claro que si los receptores de los proyectos cumplen con su trabajo, en un tiempo prudencial aparecerán unas publicaciones en revistas de mayor o menor prestigio, en cuyo penúltimo párrafo aparecerá una par de líneas diciendo que esa publicación ha sido posible gracias a la financiación xxxyyyzzz de la Agencia PSPP. Una línea que no lee nadie.

 

No existe una base de datos pública, de acceso fácil en la que se sinteticen los resultados de la financiación de los proyectos, se ordenen y clasifiquen éstos en proyectos correlacionados,, se siga la evolución de la investigación, sus avances y retrocesos, sus ventajas o inconvenientes, su vertebración en investigaciones coordinadas., ……..  En fin, que la escasa financiación se tira sencillamente por la borda.

 

La razón es clara. Falta una dirección de la política científica, con objetivos, etapas y resultados coordinados.

 

La escasa investigación que se desarrolla en el país se hace para conceder a los profesores universitarios, o a los funcionarios del CSIC y de algunos otros institutos, una financiación que justifique su puesto de trabajo.

 

Pero no existe una dirección de la investigación. El camino es un movimiento browniano. Las partículas de polen se desplazan más o menos lejos de su posición de partida, pero con una escala inversamente cuadrática en el tiempo, con un ingente desperdicio de energía.

 

Por poner un ejemplo concreto. Supongamos que el Estado español decide que es interesante la investigación sobre el clima. Dejando aparte que esto debería conseguirse mediante un instituto bien dotado, supongamos que se utiliza el procedimiento ordinario de convocar una «call for proposals». Se seleccionan 10 proyectos. Lo racional seria que según avanzasen esos proyectos cada uno de los 10 grupos conociese lo que hacen los demás, complementase su trabajo, y sobre todo, que una vez acabados los proyectos, toda la sociedad pudiese ver, en una base de datos de acceso público y gratuito, (puesto  que el dinero es público) los resultados de esos proyectos, si se complementan, si se contradicen, que aportan a la ciencia pura, a la aplicada, a la capacidad de suministrar información a los gestores sociales. Una vez finalizados estos proyectos, algunas líneas en ellos desarrolladas deberán seguirse, otras abandonarse. No debería dejarse a ninguno de los grupos que hayan producido resultados, con desarrollo futuro o no, en la vía muerta, pues habrían demostrado públicamente su capacidad de trabajo. Sería esencial continuar la investigación, por los caminos prometedores, durante muchos años, pues los resultados no se obtienen de un día para otro, ni se aplican en una semana.

 

La esencia de todo el proceso sería su carácter abierto, público, sometido a la crítica diaria, el único procedimiento que garantiza resultados útiles. A eliminarse el secretismo en la concesión de los proyectos, en la discusión de sus resultados, la empresa funcionaría como cualquier otra que pide dinero al público y que debe de rendir cuentas.

 

Hoy los comités decisorios, a revés que las comisiones de contratación o los tribunales de oposición, son secretos. Los proyectos discurren su vida de tres o cuatro años con informes anuales que solo conocen dos o tres personas del país, y jamás los colegas de los equipos investigadores. Es raro el caso de que las investigaciones se continúen una vez finalizado el plazo de la concesión, y sus resultados, aunque publicados, no son públicos, es decir, de acceso público bajo el índice del proyecto a que se refieren.

 

En la política científica falta dinero, pero también falta dirección, claridad y rentabilidad manifiesta.

 

Ambas cosas pueden cambiarse.  Recientemente el gobierno de la nación ha decidido que va a pagar aun más dinero a la televisión. El plan de carreteras sigue a niveles de 12.000 millones de euros anuales, el gobierno paga miles de millones de de euros a una minería que ni necesitamos ni puede competir con otras fuentes de energía, va  a pagar, de nuestros impuestos, millones de euros en subvenciones al comercio privado. Es muy fácil, si hay voluntad, eliminar las subvenciones e invertir en futuro. Pero esa inversión debe hacerse exigiendo resultados y los resultados deben ser, sobre todo, útiles, a corto, medio y largo plazo, y para ello deben ser, esencialmente, resultados públicos.

 

Tenemos una alternativa delante de nosotros: O seguimos por un camino de dependencia de la voluntad de los demás, o avanzamos en primera línea de desarrollo e innovación. Por el primer camino dependeremos siempre de los demás. Por el segundo podremos siempre negociar nuestras propias condiciones. 

 

Podemos hacerlo. Tenemos la capacidad para ello. ¿Tenemos también la voluntad?

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