La Ciencia

Estoy leyendo estos días un libro que me ha recomendado una de las personas que hacen preguntas tras ver los vídeos de »El por qué de las cosas» que con patrocinio de la Fundación La Caixa emite El Mundo los domingos.  Esta persona es una muchacha de 16 años, Patricia. Las preguntas que me hace me sacan de la depresión de una España feudal y tribal. Pienso que con estos jóvenes, si se pudiesen quedar en España, se podría volver a intentar, —intentar–, una vez más, la regeneración de un país que hoy rechaza la investigación, aunque sea para poner un sistema de control electrónico en los trenes.

El libro se titula »Bankrupting Physics», de Alexander Unzicker y Sheilla Jones, y lo leo en Kindle.

Describe en él cómo una parte de la ciencia es hoy algo similar a los sistemas de distribución de riesgo financiero, es decir, del intento de eliminación de ese riesgo, que crearon la inmensa burbuja inmobiliaria en los EEUU y en España, y se parece a la estafa monumental que realizó Grecia sobre Europa durante décadas.

Una señal de esta bancarrota es que el acelerador del CERN se cerró nada más aparecieron unas ligerísimas indicaciones de que podría haberse detectado el Higgs.

La ciencia es la búsqueda del conocimiento, pero con unas condiciones absolutamente estrictas. Si no se cumplen esas condiciones la ciencia se convierte en mística, en filosofía barata, e incluso en estafa.

Uno de los socios fundadores de las teorías de cuerdas tiene unos 300 artículos sobre las matemáticas de las mismas, en ninguno de los cuales ofrece comparación alguna con resultados experimentales.

Hay un número inmenso de problemas no resueltos sobre la constitución del mundo, sobre cómo funciona, sobre cómo interaccionan entre sí sus componentes medibles (no las imaginaciones centáuricas derivadas de fórmulas matemáticas): Esos problemas van desde qué pasa en el interior de la Tierra, a 20 km de profundidad, aquí al lado, a como muta la vida microscópica mucho más rápidamente de lo que podemos combatir algunas de esas mutaciones que son letales, a la biodiversidad, a las leyes que producen fenómenos emergentes en sistemas complejos sometidos a interacciones no lineales, como puede ser, por ejemplo, la sociedad humana.

La ciencia fue un descubrimiento de Galileo. Una mutación aleatoria, no de los genes, sino de los memes sociales.

La ciencia es un método de trabajo cuyo objetivo es el conocimiento del mundo, y cuyo procedimiento es la libertad de tareas, la cooperación universal, y sobre todo, la validación o falsación de sus teorías en laboratorios absolutamente independientes mediante experimentos u observaciones repetidos miles de veces.

La ciencia no es una empresa en la cual se fijan unos objetivos concretos a alcanzar en un plazo fijo. Eso es hacer mesas, sillas o barcos, pero no es ciencia. No se pueden proponer proyectos de investigación en los cuales se especifique que es lo que se va a encontrar, y las fechas trimestrales en las cuales se van a alcanzar  descubrimientos parciales que lleven al descubrimiento final. En la ciencia no hay diagramas de Gantt.

Si escuchan a alguien que dice que se ha conseguido estandadizar el proceso de invención, los resultados científicos; que con sus métodos se descubren -x- cosas nuevas cada día o cada año, aléjense corriendo de ella. Es lo mismo que si escuchan decir que la didáctica se ha convertido en un proceso estándar y que se puede enseñar mediante fórmulas concretas. Esos, no profesores, sino técnicos de la enseñanza, producen alumnos absolutamente ignorantes, salvo mutaciones meméticas.

 

Los descubrimientos son todos, —todos–, procesos humanos estrictamente individuales, a pesar de que hoy se encuentren publicaciones firmadas por cientos y algunas por miles de personas.

La mejor manera, la única manera de estimular los descubrimientos es crear las condiciones ambientales en las cuales los investigadores puedan desarrollar su trabajo mental con entera libertad, sin prisas ni agobios, y los laboratorios que permitan validar o falsar esas ideas. En una mayoría de casos no se descubrirá nada, pero los descubrimientos que, con absoluta seguridad, se producirán, serán tan valiosos como para justificar la inversion realizada.

Es un proceso altamente ineficiente, en el sentido financiero: No hay garantía de beneficio de cada inversión concreta, pero siempre, siempre, hay resultados inmensamente útiles, generalmente a partir de proyectos que los financieros habían despreciado de antemano.  Es un proceso de alto riesgo de inversión, pero como todo lo que conlleva riesgo, si produce, produce beneficios ingentes.

Compárenlo ustedes con la inversión en pensiones de jubilación.

El descubrimiento del transistor fue una invención inesperada y no buscada. Sus beneficios para la humanidad han sido incluso superiores a los de las vacunas y antibióticos.

La búsqueda de la fusión controlada lleva gastados miles de millones de euros, y el trabajo de decenas de miles de científicos. Resultado: Nulo.  Se busca alcanzar un objetivo concreto, y esto nunca se consigue en la ciencia.

¿Darán frutos los últimos esfuerzos regeneracionistas en España? Es dudoso, porque la mentalidad profunda de éste país rechaza el principio de precaución, la invención con riesgo de fracaso. Aquí, en trenes del siglo XXI se implantan sistemas de seguridad del siglo XX, porque »están probados».

Pero tenemos que volver a intentarlo, intentarlo una y otra vez. Quizás en el n-ésimo intento despegue de una vez la ciencia, la de verdad, en España.

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