La economía mundial hace agua por todos los costados: Necesitamos una nueva teoría económica
China ya no crece como hace tres años (la curva logística es una realidad). Brasil se tambalea. De Rusia sabemos poco, pues vive en la opacidad. Kazakhastan gasta miles de millones, mientras le dure el petróleo. Los salarios de los trabajadores en los EEUU rondan los 30.000 dólares/año, a lo que hay que quitar los seguros médicos. Europa no sabe como salir de algo que se marca como ‘crisis’.
La economía despuntó en 1700 en Inglaterra, cuando algunos ingleses importaron las técnicas agrícolas de Holanda y empezaron a generar superávits económicos que almacenaban en bancos y en la ‘Deuda’ estatal. Lo que realmente almacenaban era el sobrante energético capturado del sol por medio de las plantas y de una tecnología puntera. Con ese ‘capital’ se construían barcos, que vendían seres humanos como máquinas para cultivar caña de azúcar, tabaco y algodón, es decir, energía solar de nuevo. Esa energía solar producía superávits energéticos (económicos) que se podían volver a reinvertir, por ejemplo, en las minas de carbón.
En 1776 Adam Smith publicó el libro que se considera, como el de Newton para la física, fundacional para la teoría económica, pero en el mismo yerra de bulto, pues no descubre las causas ni la naturaleza de la
‘‘riqueza de las naciones»,
que era lo que se proponía hacer, pues centra su análisis en el trabajo, la división del trabajo, el mercado, el dinero, los dividendos y las rentas de la tierra y de las fincas urbanas, comercio, importaciones y exportaciones, y demás elementos secundarios de la riqueza.
Así como Newton dio en la diana, Smith se salió del marco, pero perturbó durante casi dos siglos y medio la teoría real de la riqueza.
Antes de que una persona pueda trabajar tiene que haber generado carne y músculo, y desarrollado el cerebro, y eso exige una considerable cantidad de energía. Se precisa vivir en edificios, transportar recursos, eliminar desechos, y todo esto exige energía.
Cuando se tiene energía de sobra, se puede mantener una parte de la sociedad improductiva, como ocurrió en Inglaterra en el siglo XIX. Esta parte de la sociedad recibía dinero (con el que compraban energía, directa, para calentarse y comer, o almacenada e incorporada, como edificios, fincas, viajes, etc. ) sin más que aportar otra cierta cantidad de energía (dinero almacenado, equivalente a energía almacenada). La puesta en explotación de la energía solar fósil (carbón, petróleo y gas metano) fué posible por el superávit anterior de la energía solar directa, y se consiguió con rendimientos (EREI: Energía Recuperada dividida por la Energía Invertida en recuperarla) entre 50 y 100.
Esta captura de energía ya disponible de muy alto EREI era el equivalente del robo de tesoros acumulados, o de personas utilizadas como esclavos: Energía ya disponible lograda con una inversión pequeña. Este robo generó acumulación de riqueza en ciertas capas sociales, o finalmente en alrededor de 3000 millones de personas (en la actualidad) pero teniendo como consecuencia el desastre de otras sociedades o capas sociales y hoy el agotamiento de las fuentes fósiles de energía.
El ser humano es un poco ‘lobo’, de ahí el éxito de películas como ‘El Lobo de Wall Street’, ‘Wall Street’, ‘El Capital’, y similares. De ahí la elevación a rango de héroes españoles de personas como Hernán Cortés y Pizarro, y otros de estos últimos 20 años.
Estos esquemas económicos de robar recursos previamente almacenados (por otras sociedades humanas, o en el interior de la Tierra) no funcionan a plazos medios y largos, y no funcionan para toda la sociedad, pues si hay un ladrón hay siempre una víctima.
Necesitamos un cambio de paradigma: Buscar la »riqueza de las naciones» no mediante el robo o el expolio, sino mediante la captura de energía en dosis mayores de las necesarias para la mera supervivencia, pero garantizando que esa captura se mantiene a corto, medio y largo plazo y llega a todas las capas sociales y a todas las personas del planeta las cuales, una vez recibida la energía, pueden distribuirla de unas formas u otras, pero al menos que cada persona del planeta reciba la energía suficiente para una vida no solo digna sino estimulante y agradable.
Se trata de eliminar la característica de ciencia lúgubre de una economía que lo que quiere es repartir la escasez, y cambiar a una ciencia que genere abundancia energética, -para todos-.
Lo primero es reconocer que la riqueza no es dinero. Por ejemplo, según Oxfam, 85 personas en el mundo tienen tanto -dinero- como el que tiene la mitad, 3500 millones de personas de la población humana actual en el planeta.
Pero ese dinero no es -riqueza-, porque no sirve para nada. Riqueza es la disponibilidad en el tiempo y en espacio de energía, para alimentarse, crecer, mantenerse sano, construir, y crear. Si la energía no fluye (si esta en los pozos de petróleo sin salir de ellos, si no se captura constantemente la que llega en exceso del sol) la energía no se convierte en riqueza.
De nada sirve la división del trabajo (siglo XVIII) o los derivados y fondos cercados (‘hedge funds’, siglo XXI) si ese trabajo no genera energía para otros, o esos fondos no son capaces de producir bienes, recursos y servicios para toda la humanidad. Y esto no es caridad, ni sentimentalismo: La riqueza solo es riqueza si es flujo, si esa riqueza genera otra cada vez más extendida. Un sistema estático, de acumulación sin flujos es, sencillamente, el espejismo que llevo a los imperios romano y español, por citar dos de ellos, al colapso.
Los dividendos de las ‘acciones’, los intereses de las ‘deudas’, los alquileres recibidos como ganancias de la incorporación de energía en forma de pisos, y todos los demás esquemas financieros, no son riqueza si no se invierten en producir bienes, recursos y servicios para todos los seres humanos y para mantener la vida en el planeta.
Necesitamos una teoría económica dinámica, de flujos, y no de almacenes, fuera del equilibrio y no en el equilibrio, que reconozca el carácter no lineal, la acumulación de dinero en unos y la acumulación de miseria en otros, y no una economía lineal en la cual esas amplificaciones del dinero y la miseria no tienen jamás explicación y por lo tanto, no pueden corregirse (porque oficiealmente no existen en los modelos económicos) dentro de su esquema teórico.
Necesitamos cambiar radicalmente el paradigma que fundó Adam Smith, y que desarrollaron Ricardo y Marx, Marshall y Walras, Keynes, Samuelson, Solow, Hayek y Friedmann y los locos neoliberales de Chicago.
Necesitamos, ya, otra teoría económica, tan distinta de la que sufrimos desde hace 238 años como radicalmente distinta es la teoría heliocéntrica de la geocéntrica, como radicalmente distinta es la física galileana y de Newton de las ideas de Aristóteles y Tomas de Aquino.
La «Riqueza de las Naciones» de Smith comienza con una definición defectuosa:
«El trabajo anual de cada nación es el fondo que le proporciona la satisfacción de todas las necesidades y conveniencias de la vida….»
Hoy, en Arabia Saudita, o en Kazakhstan el fondo que proporciona la satisfacción de las necesidades no es el trabajo de su población, sino el petróleo almacenado en sus subsuelos. Y en la época de Smith, no era el trabajo lo que proporcionaba esa satisfacción, sino la captura de energía mediante la fotosíntesis y la extracción del carbón.
Debemos empezar cualquier teoría económica moderna con
«La disponibilidad de energía es el fondo que proporciona la satisfacción de las necesidades de la vida, y un superávit de aquella es lo que proporciona las conveniencias de la misma que denominamos -riqueza-».
La disponibilidad de energía puede ser la mínima para garantizar la supervivencia (miseria) o suficiente para conseguir toda clase de bienes y servicios (riqueza extrema). Una persona como Bill Gates, Carlos Slim, o Amancio Ortega ha ido acumulando mes a mes, año a año energía sobrante, en forma de edificios, fábricas, estructuras, indexadas por un índice arbitrario que denominamos -dinero-, en cantidad tal que en un cierto momento puede conseguir los servicios (o adquirir los bienes) que desee, con escaso límite.
Si esa energía no fluye hacia todos los puntos, si esa energía solo se utiliza para, estáticamente, adquirir cuatro diamantes y los servicios de 10 personas, o un cuadro sobrevalorado, o una única o diez, pero no más, villas de lujo, entonces no sale de los esquemas de incorporación o de almacenamiento. Si no fluye en torrente y no se invierte en obtener energía adicional (como al emplear energía para construir celdas solares o espejos parabólicos que permitan conseguir diez veces la invertida (EREI=10) , si la energía que estos sistemas capturan procedente del sol no se invierte en hacerla fluir hacia todas las personas para que puedan adquirir bienes y servicios, esa energía es inútil, ese esquema de equilibrio es falso y por mucho que se mantenga la energía o su representación, el dinero, a buen recaudo y buen guardado, esa energía estática no representa realmente riqueza.
Necesitamos pues una teoría económica que fuerce a la energía a fluir constantemente a todas las personas de la Tierra, en un esquema muy alejado del equilibrio. Y este flujo, como todos, es no lineal, por lo que necesitamos esquemas de control de las amplificaciones positivas y negativas del mismo.
Esta teoría dinámica de una economía lejos del equilibrio, de una ‘plutonomía’ de flujos, se esta construyendo, pero es imprescindible que se acepte su necesidad, que no se insista en los conceptos obsoletos, y que se abran las puertas de la mente y de la enseñanza a esa nueva teoría del flujo de energía como teoría de la riqueza.