Divulgación y desinformación-1

He estado leyendo un libro: “El rigor de los ángeles”, de William Egginton, sobre la realidad, o más bien, acerca de la irrealidad imaginada por filósofos, físicos y literatos. O mejor, por un filósofo, Kant, un físico, Heisenberg, y un autor, Borges.

El ser humano puede hablar, diseñar, construir, pintar, hacer música, porque en su cerebro puede mezclar imágenes grabadas en los circuitos neuronales, creando con sus partes imágenes nuevas. Pero estas raras veces representan la realidad. Todos podemos imaginar, mezclando imágenes de seres humanos con el vuelo de las aves, hombres volando mediante el aleteo de sus brazos. O, como hacían los griegos, minotauros, pegasos, centauros, y demás alucinaciones mentales.

La realidad exige criterios bastante estrictos, sobre todo el de la repetición voluntaria de lo que registran los sentidos, como algo externo al cerebro. Las ilusiones son siempre internas a éste, y con nulos estímulos sensoriales.

Comienza el libro relatando el vuelo de Lindbergh entre Nueva York y Paris, en 1927. Y lo compara con el salto de un electrón de un nivel energético a otro cuando el electrón está formando parte de un átomo. Afirma (con Heisenberg) que el electrón está en un nivel, recibe una cantidad de energía, y aparece en otro nivel, habiendo dejado de existir sin haber saltado de un nivel al otro, e incluso que el electrón no existe hasta que es detectado. Como si Lindbergh hubiese dejado de existir al salir de Nueva York y hubiese vuelto a la vida al ser observado desde el suelo en Francia. Insiste Heisenberg, en una carta a Pauli: “La trayectoria de una partícula surge hacia la existencia solo cuando nosotros la observamos”.

Pero olvida el autor, y olvidaban muchos de los que entonces trabajaban en la física, mencionar quién tiene que detectar u observar los entes, los objetos. Porque los electrones son entes con carga eléctrica, de manera que cualquier otra carga eléctrica en el universo los está detectando, los está observando constantemente. En cuanto a Lindbergh, lo detectaban las olas, las corrientes de aire, las aves marinas, en fin, toda clase de otros entes del universo.

Un error muy común entre muchos pensadores es idealizar al ser humano, y creer que algo tan pequeño como él es capaz de crear un universo tan gigantesco como este en que vivimos ¿o soñamos?

El problema de que el cerebro humano invente un mundo completo, con billones de estrellas y un número aún más elevado de bacterias, es que hay otros ocho mil millones de seres humanos que comprenden lo que ese ser humano ha inventado. Es difícil asumir que podemos comunicar entre nosotros porque cada uno de nosotros crea un mundo bastante similar al que crean los demás, para aceptar que eso que todos registran es sus cerebros es la creación de solo uno de ellos.

Si utilizamos la cuchilla de Occam, es mucho más sencillo, y por lo tanto cierto, que cada uno de los ocho mil millones registramos en nuestros sentidos y procesamos en nuestros cerebros más o menos lo mismo, y que por lo tanto ese “mismo” tiene todos los visos de ser real.

Son las interacciones entre entes lo que les confiere realidad.

Kant quiso resolver el problema de las afirmaciones de Hume de que el cerebro humano no puede percibir la realidad, que lo que el cerebro asume como real es otra alucinación como la de los centauros. Kant lo intentó resolver afirmando que lo que grabamos en los circuitos neuronales son construcciones encuadradas en unidades de espacio y tiempo, y estos son creaciones mentales, como el minotauro.

Lo primero es evidente. Lo segundo altamente dudoso.  Si una vez que abrimos los ojos vemos un cuadro en la pared, y lo vemos cuantas veces abramos los ojos, y lo ve una multitud de otras personas con las cuales no comunicamos durante la visión, la única posibilidad es que en la pared haya un cierto cuadro. Traducimos las corrientes nerviosas, las unidades de impulsos, los “bits” en representaciones de algo real.

A Kant se le ocurre pensar que el espacio y el tiempo son construcciones mentales del tipo de los centauros y pegasos, irreales. Es el que inicia la idea de que asumimos algo acerca de lo que sentimos que solo cobra existencia cuando observamos, cuando abrimos nuestros sentidos.

Y otra vez, a Kant no se le ocurre que lo que grabamos (en bits) es una representación de los otros, de otros objetos, de otras personas que interactúan con nosotros y entre sí. La realidad no puede ser un constructo mental, porque un rayo que parte una piedra, un tsunami que arrasa Lisboa o Indonesia, no tiene nada que ver con nuestros sentidos y nuestras mentes, no puede ser creado por nosotros.

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