Aporías. Aquiles no alcanza a la tortuga

El problema de las aporías, o de las “paradojas” mentales es algo que lleva mucho tiempo en el discurso humano.

“Yo miento”. Si digo la verdad, estoy mintiendo, pero si estoy mintiendo no digo la verdad.  En un planeta estrictamente lógico como Vulkan no habría este problema, pero tampoco existiría la ciencia, ni el lenguaje, ni las emociones, ni, de hecho, la inteligencia.

Cuando se habla, y ahora muchísimo, sobre la ¿Inteligencia? Artificial (IA), se ignora lo que realmente es la inteligencia. Un posible ejemplo de la IA, que se cita ahora mucho,  es el ChatGPT. Pero consideremos dos casos. Si un par de alumnos, desconectados entre sí, hacen un trabajo dando al ChatGPT exactamente el mismo enunciado, el trabajo entregado por ese programa de IA es exactamente el mismo, algo que no ocurre en un examen directo, sin móviles. Se podrá aceptar que un programa de ordenador es inteligente cuando nos resuelva el problema de la desintegración del neutrón. El cerebro humano tiene una cantidad enorme de fallos, mientras que un ordenador no puede fallar (si falla se para).

El chatGPT no habría nunca formulado la teoría de la Relatividad, ni las leyes de Maxwell, descubriendo la corriente de desplazamiento.

¿Por que los seres humanos pueden hablar, inventar, hacer ciencia, y plantearse aporías? El cerebro humano debió experimentar una mutación hace unos 140.000 años, mediante la cual las neuronas generan circuitos neuronales nuevos, sin parar hasta la muerte. Los humanos, sin aumentar el número de neuronas del cerebro, podemos aumentar indefinidamente las conexiones entre ellas, y aprender hasta ese mismo segundo del fallecimiento.

La inteligencia humana deriva de la capacidad de romper circuitos para conectarlos con otros.  Gracias a eso podemos hablar, y gracias a eso Maxwell pudo imaginar una corriente de desplazamiento entre las placas de un condensador, y Einstein, imaginar como vería una persona, o sentiría una carga eléctrica, viajando a la velocidad de la luz, una onda electromagnética.

La física, a pesar de muchos, se hace imaginando ciertas situaciones. Después vienen las matemáticas, que son el lenguaje de  los vulkanianos, no de los humanos.

Puesto que podemos imaginar libremente, podemos visualizar en la mente, y pintarlos después, centauros, minotauros y pegasos, pero no verlos como seres vivos con defectos (los dibujos animados son siempre demasiado perfectos para ser reales).

De la misma manera podemos decir “Estoy mintiendo”, o “Tengo dos cabezas”. Aquiles adelanta a la tortugas, a pesar de que podemos decir: Antes de recorrer  un metro, Aquiles tiene que recorrer una micra. Aquí el problema es “Antes”, que no se define en la frase.

De la misma manera, siempre podemos distinguir si una flecha al lado de otra se mueve o no: Basta con considerar que el tiempo no se detiene nunca. Si visualizamos la flecha al lado de un reloj no estropeado, decidimos que la flecha se mueve al ver una parte de su trayectoria, sin iluminarla solamente un attosegundo mediante un estroboscopio adecuado. Con estos aparatos siempre podemos decir que las ruedas no se mueven, y con lámparas de halógenos siempre podemos decir que una rueda va hacia atrás.

En cuanto a las sumas infinitas, esto es también otro efecto de nuestras mentes dotadas de la capacidad de crear circuitos neuronales sin parar. No existen los infinitesimales, ni el infinito, pero podemos hablar de ellos como hablamos de los centauros. Cuando sumamos una serie muy larga, como 1/2 + 1/4 + 1/8 + … , lo que estamos haciendo realmente es despreciar los decimales tras un cierto número ordinal, y aceptar el valor de la suma tras ese desprecio. El «paso al límite» es una creación mental que consiste en ese desprecio. 

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