«ESTE ES MI FISIO»

Los profesionales sanitarios tienen, como fin de su actividad, participar en proporcionar unos cuidados a pacientes y usuarios. Se los conoce, básicamente, por su labor asistencial, por su trato cotidiano con personas. Nos referiremos precisamente a estos, sin desmerecer a todos aquellos que se dedican a la docencia, la investigación o la gestión.

Los profesionales que trabajan cara al público desarrollan, quieran o no, unos conocimientos y habilidades de cómo enfrentarse en cada nuevo encuentro.  Los sanitarios tratamos personas de toda condición, con muchos tipos de patologías, cada uno con sus circunstancias. Dependiendo del grado de profundidad de la relación les conocemos más o menos. Y, en ocasiones, dependiendo del carácter del profesional y del paciente, del momento, del entorno, o un poco dependiendo de todo eso en alguna proporción, se traban relaciones que van más allá de la terapéutica.

No vamos a entrar ahora en si eso es un ingrediente, básico o fundamental, del maridaje que contribuye al alivio o incluso curación del paciente. Lo que se llama desde hace años en abordaje biopsicosocial está, o eso creemos, asumido como modelo de práctica entre los profesionales de la salud. Para nosotros es incuestionable la consideración de todos los aspectos que rodean al paciente en el encuentro mutuo. Lo que queremos resaltar es la conexión que el paciente establece, el grado de confianza que deposita en su terapeuta. Siente fe, le cree, le hace acreedor de ser partícipe de su intimidad.

Hace unos días tuvimos la suerte de percibir esto. No porque seamos más, ni menos, merecedores que otros fisioterapeutas o cualquier profesional. Sino porque el paciente, incluso cuando deja de serlo, habla de nosotros  y nos presenta como «mi fisio». Nos considera algo suyo, alguien de quien presume. El paciente se siente bien por poder decirlo. Sus palabras tienen un contenido implícito. Le hemos ayudado, sí, y se siente agradecido. En esos momentos recordamos que nuestra labor es mucho más que  poseer unos conocimientos o unas habilidades con las que ganarnos la vida. Despierta nuestra conciencia de ello, de que nuestra relación es esencialmente humana en un sentido amplio, que nos hace sentir útiles, que nos completa como profesionales y como personas. Tras algunos años, tras muchos pacientes, tras fracasos y éxitos con amenaza de la indolencia, sentir la gratitud del paciente es reconfortante. Todo un tónico para continuar en este camino del que no nos hemos cansado.

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