Autor

Juan Antonio González García.

Fisioterapeuta en la Unidad de Fisioterapia y Terapia Ocupacional del Hospital Universitario de Fuenlabrada (Comunidad de Madrid). Profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos.

En dos líneas hemos mostrado nuestra situación profesional actual. Son, sin embargo, muchos años ya desde que adquirí la condición de fisioterapeuta. Cumplidos ya los cincuenta, con dos terceras partes, previsiblemente, de mi vida como tal, y con una madurez al menos física nada impostada, me reafirmo en que la faceta profesional es una parte sustancial de mi vida. Creo que una gran parte de lo que soy, pienso y digo está condicionada por mi profesión.

Sin mucha prolijidad me atrevo, en un tono personal, a repasar el camino recorrido hasta aquí. Decidí estudiar Fisioterapia en el momento justo de rellenar la instancia de solicitud de acceso a los estudios universitarios. Como aspirante a la carrera de Biología llegué a la Universidad Complutense de Madrid y un bedel me confirmó que la nota de selectividad me llegaba para Fisioterapia, una carrera que apenas conocía por algún programa de televisión, con potencial laboral y de tres años, como todas las antiguas diplomaturas. Y la elegí.

Estudié con un expediente notable, alguna que otra matrícula de honor y algún suficiente. En la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense se forjó esa identidad profesional, con sentido de pertenencia y reivindicativo, espoleado por algunos profesores de prácticas, que seguro no estaban nada satisfechos con la situación de la profesión. 

Tras la carrera quedaba pendiente el servicio militar, la mili. En ese impasse hasta su inicio trabajé como fisioterapeuta en las concentraciones femenina y masculina de las selecciones sub-16 de la Federación Española de Voleibol y en un centro de atención a usuarios de seguros de salud. Fue un buen inicio. Ahora me atrevo a aconsejar a los futuros colegas que el trabajo es la mejor escuela, interesa adquirir desde el principio un capital experiencial que nos haga aprender y dudar. Lo compaginé con el curso de especialización en Fisioterapia del Deporte, de la Universidad de Alcalá de Henares. Fue un acierto. Allí conocí a figuras relevantes de la fisioterapia española, como Ginés Almazán, al malogrado  Henri Neiger o a otros profesionales como Juan Antonio Corbalán. Vimos muchos campos nuevos, conocí a compañeros de otros lugares y abrió nuevas posibilidades a futuro.

El servicio militar supuso un hito vivencial importante. Tras un periodo de formación como cuadro de mando fui destinado a Toledo, donde ejercí como alférez. Allí conocí la existencia de fisioterapeutas militares en otros países, me pareció un opción interesante que, sin embargo, no parece que tenga cabida en el nuestro.

El regreso a la vida civil suponía enfrentarse, ahora sí, a la búsqueda de un empleo con intención duradera. Lo encontré en la consulta del, por entonces, fisioterapeuta del Atlético de Madrid, Helder Martins. Fueron dos años intensos, en los que aprendí la gestión autónoma de los casos y las especifidades de la fisioterapia privada. Sin duda, otra escuela profesional crucial. 

Sin embargo, surgió la opción de incorporarme a la sanidad pública en el Hospital Virgen de la Poveda. Fueron seis años de largos trayectos para acudir al trabajo, de muchos compañeros y amigos. Los hospitales de media estancia, de dimensiones familiares, donde el contacto con los pacientes y sus deudos es más intenso y cercano, son también un entorno diferenciado muy interesante para el fisioterapeuta. Allí contribuí con mis colegas a cambiar la orientación de los cuidados y a instaurar la historia clínica formalizada, algo que tardaría unos años todavía en otros hospitales de mayor relevancia.

Con cambios en la vida personal y el sentimiento de que necesitaba también un cambio de rumbo profesional me presenté a una oferta de empleo en el Hospital de Guadarrama, también de media estancia. A la vez se producía la selección de personal para el nuevo Hospital de Fuenlabrada, por aquel entonces el hospital sin papeles, por su apuesta inicial por la historia clínica electrónica. Corría el año 2004 cuando, por fin, accedí a una plaza fija en una institución pública. 

En ese camino, a la par que la actividad asistencial, me dediqué a una considerable actividad de formación en cursos de distinta duración en campos diversos y a la práctica de tratamientos privados.

Son ya muchos años en mi actual puesto, al que desde 2006 incorporé la docencia universitaria, que desde 2007 va ligada a la Universidad Rey Juan Carlos como profesor asociado. Esta faceta supone un estímulo constante y la constatación de que el Prácticum es la asignatura más importante de la carrera, como mínimo por su duración. 

Durante estos años he desarrollado también docencia en cursos de posgrado para fisioterapeutas y profesionales de la Enfermería, relacionados con la pelviperineología, la búsqueda en bases de datos o la preparación de oposiciones en distintos lugares de España. Es otra manera de mantener viva la necesidad de formación continuada.

El ánimo de esta reseña no es mostrar ninguna valía, experiencia o conocimiento peculiares. Sino más bien mostrar algún esbozo que sirva de trasfondo de lo que se lee en la bitácora. Esperamos que, con acuerdo o desacuerdo, sirva para los visitantes del blog. 

Gracias.

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