Titulo vago, directo, exiguo, corto. Un término sin más. Todos podemos definirlo, todos lo conocemos, todos lo hemos padecido. Y algunos trabajamos cotidianamente con él. Es nuestro gran caballo de batalla. Y sin embargo sigue siendo una gran incógnita. Muchas veces esquivo, incomprensible, errático, caprichoso. 

Tenemos la oportunidad en estos días de asistir a un curso sobre él. En sí mismo, en su esencia. No hablamos de técnicas, tratamientos, escuelas. El centro es él. El profesor es un neurólogo, Arturo Goicoechea, que conocíamos indirectamente a través de su bitácora, y previamente por comentarios y alusiones  de otros colegas fisioterapeutas. Es un hombre afable, cuya presencia nos recuerda la del vetusto maestro. Su lenguaje es cercano, cotidiano con un discurso comprensible pero que hace patente una profunda sabiduría de lo que habla. Su presentación es sobria, jalonada con multitud de referencias bibliográficas recientes que nos recuerdan que la puesta al día no tiene obstáculos en la edad del que la cultiva.

Este neurólogo parece estimar a los fisioterapeutas, quizás también porque tiene familiares muy directos que lo son. Nos lo dice y lo dice en su blog (http://arturogoicoechea.wordpress.com/2013/09/30/con-los-fisios-en-bilbao/). Nuestra predisposición a escucharle quizás también esté sesgada por ello. Valora nuestro trabajo y lo conoce y ello le permite también hacer una crítica a «ese montón de técnicas» que tenemos y a la falta de justificación científica y a los sesgos que no escasean en nuestra profesión.

En fin, sería prolijo, escaso, probablemente inexacto tratar de transmitir sus enseñanzas e ideas aquí. Sin embargo, nos hemos visto impelidos a escribir esta entrada casi como una obligatoria reflexión para los que se acerquen a este rincón. Nos llama la atención la «personalización» del cerebro de Arturo Goicoechea. Pero contribuye a entender más sus postulados. Así, el cerebro es un evaluador de la información que le llega y un generador de respuestas en base a esa evaluación. Es un «órgano predictivo» que se anticipa y genera respuestas que pueden ser erróneas. Para elaborar sus respuestas utiliza datos que provienen de los sentidos, de la experiencia previa, incluso muy antigua, de la influencia del contexto inmediato, social y cultural. Incluso durante el sueño, cuando descansa el Yo (nada que ver con lo freudiano) continúa realizando su evaluación. Y el cerebro es el origen de la percepción del dolor, construye el dolor en base a todos esos datos. Cuando el dolor es crónico esos integrantes procedentes de la cognición, de la consciente e inconsciente socialización, son determinantes en el mantenimiento del mismo. Tratarlo implica hacer pedagogía del dolor, informar de ese proceso de enquistamiento, de la asunción de los estereotipos culturales, de la ausencia de justificación orgánica, de que el dolor puede ser psicogénico (que no psicológico).

Los fisioterapeutas estamos en una posición privilegiada como rivales del dolor, desde una perspectiva no farmacológica, integrada, asistida por los conocimientos en la movilidad humana amenazada por él. Con nuestros pacientes, individualmente o en grupo, podemos hacer reflexiones sobre el origen de su dolor, su quinesiofobia, asistirles e invitarles al movimiento. Creo que muchos, sin saberlo, ya lo hacemos.

El paciente busca y necesita etiquetas, tratamientos eficaces con rapidez, y, muchas veces, que no requieran esfuerzo. Debemos ser conscientes de nuestras limitaciones. Hay preguntas sin respuesta y tratamientos que requieren una implicación física y cognitiva del padeciente. Los resultados están ahí. Tal vez podemos escuchar y hablar para que «el cerebro» deje de equivocarse y espante al dolor.

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