Dejad que los niños se acerquen a la mugre

autora: Marta García-Ovalle*


La idea de que estamos rodeados de gérmenes que nos pueden causar enfermedades hace que muchas veces nos preocupemos en exceso por la limpieza, sobre todo cuando tenemos un bebé llevándose a la boca cualquier cosa que cae en sus manos. Sin embargo, algunas investigaciones indican que la ausencia de contacto de los niños con los microorganismos impide un adecuado desarrollo de su sistema inmunológico, con la consiguiente aparición de fenómenos alérgicos y enfermedades autoinmunes. Ya no hay excusa para no dejar que los niños jueguen con la tierra o salten en los charcos…


Desde que los antiguos griegos rindieran culto a la diosa Hygea, diosa de la salud que dio origen a la palabra “higiene”, el concepto de higiene se ha ido modificando a lo largo de la historia. El punto de inflexión en su evolución lo marcaron las investigaciones de Louis Pasteur y Robert Koch, que demostraron que existían diminutos seres vivos, los microbios, capaces de provocarnos enfermedades. Desde entonces comenzaron a aplicarse medidas de higiene que han salvado millones de vidas al evitar la transmisión de enfermedades infecciosas.

Ya pasados los tiempos en los que acompañando al grito de “¡Agua va!” se lanzaban los excrementos y las aguas residuales por la ventana, hoy en día disponemos de sistemas de alcantarillado y potabilización de las aguas, y medidas de higiene tan elementales como lavarse las manos o fregar el suelo forman parte de nuestra rutina diaria. Pero en los países desarrollados la preocupación por la limpieza comienza a ser una obsesión, y se extiende la idea de que viviríamos sanos en un ambiente casi estéril sin gérmenes que nos ataquen. No hay más que ver la cantidad creciente de productos que contienen sustancias “antibacterias” que hay en el mercado. Podemos encontrar lavavajillas, encimeras de cocina, incluso calcetines o teléfonos móviles.

Está claro que la limpieza es necesaria para eliminar los microbios patógenos, pero hay que tener en cuenta que también destruye otros que no nos causan ningún daño y que incluso podrían ser beneficiosos. Esta idea es la que plantea la conocida como “hipótesis de la higiene”, según la cual el exceso de higiene que conduce a la eliminación de todos los microorganismos que hay a nuestro alrededor hace que nuestro sistema inmunológico no funcione correctamente y se desencadenen reacciones anormales como el asma, la rinitis alérgica o enfermedades autoinmunes.

Los defensores de esta hipótesis sostienen que el contacto con los microorganismos durante la infancia es una manera de educar a nuestro sistema inmunológico para que se desarrolle con normalidad. El sistema inmunológico de un niño necesitaría aprender del ambiente, de forma similar a lo que ocurre en su cerebro. Al contrario de lo que se pensaba antes, el cerebro de un bebé no está completamente formado en el momento de su nacimiento. El cerebro de un recién nacido contiene millones de neuronas, pero su funcionalidad dependerá de las conexiones que posteriormente se establecerán entre ellas. Para que estas conexiones -denominadas sinapsis- tengan lugar es necesario que el bebé entre en contacto con el medioambiente que lo rodea. Cada vez que el niño recibe un estímulo del exterior, se establece una sinapsis. De esta manera, los bebés que han crecido sin afecto ni contacto con otras personas no reciben los estímulos adecuados, surgiendo trastornos psicológicos, como la ansiedad o la agresividad.


Tarzán, lord Greystoke. Crecido en la selva el niño aprendió a relacionarse con el único entorno que le rodeaba, trasladado ya adulto al Reino Unido, sus reacciones resultaban fuera de lugar. Imágenes de la película Greystoke Tarzan, protagonizada por Cristophe Lambert.


El primer estudio que planteó la hipótesis de la higiene fue realizado por David Strachan en 1989. En él realizó un seguimiento de la aparición de fenómenos de rinitis alérgica en más de 17000 niños británicos nacidos durante una determinada semana de 1958. Observó que los niños con menos hermanos tenían más problemas de rinitis alérgica. Esto le llevó a pensar que quizá los niños de grandes familias estaban protegidos frente a las alergias porque habían padecido infecciones transmitidas por sus hermanos.

Más adelante se han llevado a cabo estudios epidemiológicos que aportan más datos a favor de la idea de que las infecciones durante la infancia nos protegen frente a los trastornos alérgicos. Investigadores europeos han observado que los niños que viven en granjas están más expuestos a endotoxinas bacterianas y padecen menos rinitis alérgica y asma que los que no viven en ellas. También se han hecho distintos estudios que indican que los niños que han sufrido más resfriados por tener más contacto con hermanos mayores o por acudir a la guardería tienen menos asma.

Veinte años después de que se aportara la primera pista el debate entre los partidarios y los detractores de la hipótesis de la higiene sigue abierto. Se han publicado estudios que aportan resultados contradictorios, en los que se ha visto que en ciertas ciudades norteamericanas hay una alta prevalencia de asma, a pesar de que los niños viven en ambientes en los que sufren numerosas infecciones. Y, lo que es más importante, todavía no disponemos de una prueba directa que demuestre que un individuo que padece una infección en una determinada etapa de la vida se convierte en menos sensible frente a los alergenos.

En los últimos años los inmunólogos han hecho importantes descubrimientos que podrían explicar cómo los gérmenes son capaces de estimular a nuestro sistema inmune para que no responda atacando a nuestras propias células, como en el caso de las enfermedades autoinmunes, o a sustancias que en principio no son perjudiciales para él, como el polen, los excrementos de los ácaros o los animales. Se sabe que las personas que padecen alguna enfermedad autoinmune o alérgica presentan respuestas inmunes llamadas de tipo Th1 y Th2 fuertes y descontroladas. La clave de su control puede residir en la adecuada estimulación de las células T reguladoras, que se encargarían de controlar y mantener un balance adecuado entre las respuestas inmunitarias de tipo Th1 y Th2. De esta manera, los bebés que padecen más infecciones tendrán los estímulos adecuados para que su sistema inmune esté equilibrado y reaccione contra las dianas correctas: los patógenos.


Mecanismo por el que los microbios educan al sistema inmune. Las llamadas células dendríticas (DC) desarrollan distintas subpoblaciones celulares en función de los estímulos que reciben del ambiente, afectando a su vez a la diferenciación de otras células llamadas células T. Los distintos tipos de microorganismos patógenos son reconocidos por diferentes clases de células dendríticas, desencadenándose respuestas de tipo Th1 o Th2. A la derecha vemos cómo la presencia de gérmenes en el ambiente estimula a las células dendríticas para que se induzcan células T reguladoras. Las células T reguladoras producen moléculas antiinflamatorias que permiten controlar las células Th1 y Th2, con lo que se equilibra el funcionamiento del sistema inmune. En un medio demasiado limpio, representado en la parte de la izquierda, la ausencia de estímulos conduce a un desequilibrio entre las respuestas Th1 y Th2, que serán fuertes y causarán enfermedades autoinmunes y alergias. Imagen tomada del artículo de Yazdanbakhsh et al. 2002 Science. 296: 490-494.


En la educación de nuestras defensas no sólo participarían los gérmenes que proceden de nuestro entorno, sino también los microorganismos que conviven con nosotros. Se ha visto que la composición de la microbiota intestinal es distinta en niños alérgicos y no alérgicos, pero ¿cómo afectan las bacterias que viven en el aparato digestivo al sistema inmune? Científicos de la Harvard Medical School y del California Institute of Technology han comprobado que el polisacárido A (PSA), una molécula de la pared de la bacteria intestinal Bacteroides fragilis, es capaz de activar las defensas del cuerpo. Además, el PSA inhibe la producción de sustancias pro-inflamatorias que las células intestinales liberan en respuesta a una infección por otra bacteria, Helicobacter hepaticus. De esta manera, la presencia en el intestino de una bacteria protege frente a la enfermedad inflamatoria intestinal provocada por otra.


Efecto protector del PSA de Bacteroides fragilis frente a la enfermedad inflamatoria intestinal causada por la bacteria Helicobacter hepaticus. Cuando la bacteria H. hepaticus infecta a los ratones se activan células Th17, las cuales liberan moléculas proinflamatorias como la citoquina IL-17. En cambio, en presencia del PSA de B. fragilis, se estimulan las células T CD4 y las células T reguladoras. Las células T reguladoras liberan IL-10, citoquina que suprime los efectos inflamatorios de la IL-17, aliviando los síntomas de la enfermedad inflamatoria intestinal. Imagen tomada del artículo de Mazmanian y McBride, publicado en The Scientist (volumen 23, número 8, página 34).



Foro del día 31 de agosto de 2009 en mi+d

* Marta García-Ovalle está contratada en Biomol Informatics con fondos de la Fundación Jorge Juan para trabajar en difusión científica.


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3 comentarios

  1. Totalmente de acuerdo; las escepciones serian periodos de "vigilancia y prevencion" como el que se nos avecina ahora con motivo de la aparición del reciente h1n1 por ejemplo. pero me parece muy estimulante y didactica la explicación.

    Cada vez que veo a una madre herbir los biberones, tetinas , cucharitas etc y demas utensilios de comida para su bebe ( que a lo mejor tiene ya un año o mas), me echa para atrás .

    Saludos y enhorabuena a Miguel Vicente por " esos pequeños bichitos" y a todos los que colaboran en la bañera de ideas; yo es el primer comentario que envío pues no tengo mucho tiempo, ya me gustaría intercambiar impresiones más amenudo.

    guadi.

  2. Quizás no debería confundirse limpieza con desinfección. Con la primera se reduce el número de microorganismos, confiando que los patógenos que en principio deben estar en menor proporción sean eliminados. Con la desinfección eliminamos todos dejando campo libre para que un patógeno pueda prosperar con mayor facilidad.

    El exponerse en la infancia a números bajos de agentes infecciosos es la vacunación natural que nuestro sistema inmunitario necesita para ser estimulado.

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