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Fecha
Fuente
UNIOVI
Autor
Claudia Martínez Sánchez

Encuentran en el asteroide Bennu claves inesperadas del origen de la vida

El cuerpo original del que procede este asteroide albergó agua líquida en sus primeros millones de años. En ese entorno, moléculas simples pueden reorganizarse y transformarse en compuestos cada vez más complejos

En 2023, una cápsula cayó suavemente en el desierto de Utah (Estados Unidos). Dentro viajaba algo más valioso que cualquier tesoro: polvo intacto de un asteroide llamado Bennu.

Tras meses de análisis, la comunidad científica ha confirmado un resultado sorprendente: en Bennu existen azúcares fundamentales como la ribosa y la glucosa. No son moléculas “dulces” sin más: la ribosa forma el esqueleto químico del ARN, una de las moléculas fundamentales para la vida, y la glucosa es una fuente universal de energía. Encontrarlas fuera de la Tierra es un descubrimiento sin precedentes.

Esto nos lleva a plantearnos que quizá la vida en la Tierra no empezó “desde cero”, sino con moléculas que ya existían antes, fabricadas en entornos extraterrestres como Bennu.

Un hallazgo distinto a todo lo anterior

Durante décadas se han identificado compuestos con relevancia biológica en meteoritos que han caído a la Tierra. Aminoácidos, bases nitrogenadas e incluso indicios de azúcares. Pero siempre existía una duda razonable: ¿estaban ahí desde el principio o aparecieron después? Un meteorito pasa por agua, aire, microbios e incluso por nuestras manos, procesos que pueden “contaminarlo”. Descifrar qué es terrestre y qué es extraterrestre es muy complicado.

Sin embargo, esta vez es diferente. El estudio publicado en la revista Nature Geoscience hace escasos días, demuestra que estos azúcares no vienen de la Tierra. Estaban en el asteroide mucho antes de que la cápsula tocara suelo. Las muestras fueron recogidas directamente en el espacio por la misión OSIRIS-REx, selladas al vacío, traídas a la Tierra y manipuladas en laboratorios que funcionan como quirófanos para material extraterrestre.

Un universo químicamente más fértil de lo que creíamos

Los azúcares de Bennu apuntan a una conclusión importante: la química necesaria para construir moléculas biológicas no es exclusiva de la Tierra. Puede surgir de forma natural en cuerpos pequeños, siempre que haya agua, minerales y algo de tiempo. Y Bennu tuvo todo eso.

El cuerpo original del que procede este asteroide albergó agua líquida en sus primeros millones de años. En ese entorno, moléculas simples pueden reorganizarse y transformarse en compuestos cada vez más complejos. No se necesita vida para producirlos: basta un entorno geológico activo.

Esto significa que mientras la Tierra era magma, ya existían en el sistema solar lugares donde se formaban moléculas que hoy asociamos a procesos biológicos. Moléculas que, millones de años después, podrían haber llegado a nuestro planeta en forma de meteoritos.

Ribosa sí, ADN no

Entre todos los azúcares detectados, la ribosa es la que más llama la atención. Es la base estructural del ARN, una molécula capaz de almacenar información o realizar algunas funciones similares a las de las proteínas. Antes de que existiera el ADN, el ARN pudo haber sostenido toda la química necesaria para los sistemas vivos más primitivos.

La ausencia de 2-desoxirribosa, el azúcar del ADN, es igual de interesante. Refuerza la idea de que el ADN no fue el protagonista en los primeros pasos de la vida, sino que apareció posteriormente.

Bennu aporta una pista inesperada: si la ribosa es relativamente estable y puede formarse en entornos extraterrestres, es razonable pensar que el ARN fue la primera molécula en sostener procesos propios de la vida en la Tierra primitiva. Lo que antes era solo una hipótesis teórica empieza ahora a apoyarse en observaciones directas.

¿Quiere decir esto que la vida se originó en el espacio?

No. Nadie ha encontrado vida en meteoritos ni en asteroides. Pero este descubrimiento sí fortalece una idea intermedia, más realista: la Tierra pudo recibir un aporte constante de moléculas complejas fabricadas en otros lugares. Durante los primeros cientos de millones de años, nuestro planeta sufrió un intenso bombardeo de asteroides y cometas. Cada impacto podía liberar aminoácidos, bases nitrogenadas o azúcares formados en cuerpos como Bennu.

Estas moléculas no generan vida por sí mismas, pero hacen que el paso entre química simple y química compleja sea más sencillo. Reducen la distancia entre “casi vida” y “vida”.

No se trata de panspermia en su versión clásica –vida viajando de un planeta a otro–, sino de algo más modesto y más compatible con la evidencia: un impulso químico que aceleró los procesos que ya estaban ocurriendo en la Tierra.

Bennu como cápsula del tiempo

La Tierra ha borrado casi todos los rastros de su infancia química: la tectónica, la erosión y la propia vida han reescrito continuamente su superficie. Pero Bennu, por el contrario, conserva materiales que no han cambiado desde los orígenes del sistema solar. Estudiarlo es lo más parecido que tenemos a viajar atrás en el tiempo y observar cómo era la química antes de que existieran océanos y continentes.

Por eso estas muestras son tan valiosas. Permiten comparar hipótesis, eliminar incertidumbres y entender mejor cuáles eran las condiciones reales en los primeros millones de años del sistema solar. No nos dan respuestas definitivas, pero sí un marco más claro desde el que pensar.

De regreso al cosmos

Más allá de los resultados científicos, hay algo profundamente humano en este descubrimiento. Nos invita a reconsiderar nuestro lugar en el universo. Nos recuerda que quizás no somos una excepción afortunada, sino parte de un proceso químico más amplio que lleva ocurriendo desde antes de la existencia del planeta que habitamos.

Cuando observamos las muestras de Bennu, no estamos mirando solo polvo antiguo. Estamos viendo un fragmento de una historia que la Tierra no pudo conservar. Y con él, la posibilidad de que el primer paso hacia la vida no ocurriera aquí, sino en algún pequeño cuerpo oscuro que viajó durante millones de años hasta caer en un lugar que, con el tiempo, se convertiría en nuestro hogar.The Conversation


Autoría: Claudia Martínez Sánchez, Biomedicine and Molecular Oncology Researcher, Universidad de Oviedo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


Fotografía de portada: NASA

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