Antibióticos: cuando menos es más

En la Semana Mundial de Concienciación sobre el Uso de los Antibióticos hay que recordar, una vez más, que los antibióticos sólo deben tomarse para combatir infecciones producidas por bacterias, que sólo deben tomarse cuando los recete un médico y que siempre deben completarse los tratamientos. En lo que se refiere a las infecciones y a los antibióticos, como en el arte minimalista, menos es más, al menos a veces.

Menos es más: Red Painting, Ad Reinhardt, 1952, The Metropolitan Museum of Art.

Cuando a mediados del siglo XX empezó a extenderse el uso de los antibióticos, también se extendió la idea de que eran medicamentos perfectos: inocuos para los pacientes e invencibles para las bacterias. Las resistencias no eran un problema y se sabía poco de efectos secundarios. El diagnóstico microbiológico era primitivo y lento y con frecuencia se recetaban (o tomaban) antibióticos “por si acaso”… “daño no le va a hacer”. Los tratamientos se diseñaban con los mismos criterios: cuanto más, mejor, para asegurarse de acabar con el patógeno y cualquier rastro de su paso por la vida del paciente. Además, los antibióticos podían comprarse sin receta en casi todo el mundo y se extendió la auto-prescripción: “parece que me quiere doler la garganta, voy a tomarme un antibiótico”.

El resultado fue una especie de carrera armamentística entre los humanos y las bacterias. Aparecieron resistencias a algunos antibióticos, y se desarrollaron nuevos antibióticos, para los que aparecieron nuevas resistencias, contra las que se desarrollaron más antibióticos…

Las cosas han cambiado mucho. Las infecciones son las mismas, o parecidas, pero en la carrera de armamentos empieza a vislumbrarse un final en el que las ganadoras podrían ser las bacterias. Cada vez es más difícil encontrar nuevos antibióticos, y sin embargo las bacterias responden con igual facilidad, e incluso más, porque las bacterias resistentes se hacen multirresistentes, y luego extremadamente resistentes, e incluso panresistentes. También se sabe que los tratamientos antibióticos pueden tener efectos adversos variados: diarreas, alergias, infecciones por hongos, y el riesgo de sufrir estos efectos aumenta en un 5% por cada día de tratamiento. Como en la guerra fría, la era del “cuanto más, mejor” se ha acabado. Se impone el uso prudente de los antibióticos y el nuevo lema es “menos es más”.

El diagnóstico microbiológico actual es mucho más rápido y preciso y es difícil justificar el uso de antibióticos “por si acaso”. Cada vez hay más países en los que no pueden comprarse antibióticos sin recetas y en los que se está regulando su uso en sanidad animal. Además, los investigadores clínicos están sometiendo a juicio crítico el diseño de los tratamientos y evaluando la posibilidad de acortarlos. Con el lema “shorter is better” (cuanto más corto, mejor) se están realizando ensayos clínicos controlados en los que, para determinadas infecciones y grupos de pacientes, se compara el tratamiento habitual con un tratamiento más corto. En muchos casos, aunque no en todos, el tratamiento corto es igual de eficaz e incluso mejor que el largo (aquí un listado). Este movimiento empezó tímidamente hace un par de décadas, pero ya se han llevado a cabo más de un centenar de ensayos clínicos y los resultados están empezando a llegar a la práctica clínica.

Otra tendencia en estudio es la prescripción diferida en infecciones no complicadas: se prescribe el antibiótico, pero se instruye al paciente para que no inicie el tratamiento inmediatamente, sino que lo haga sólo si no mejora en un determinado plazo de tiempo.

Reducir los tratamientos innecesarios y reducir la duración de los tratamientos son dos medidas que pueden reducir el consumo de antibióticos de manera drástica, reducir la presión antibiótica sobre las poblaciones bacterianas, y aumentar la probabilidad de que los tratamientos que sí son necesarios funcionen correctamente. Es decir: menos es más.

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