EL PACIENTE DE PLANTA
Uno de los lugares de trabajo del profesional sanitario es el hospital. Es el paradigma de la llamada Atención Especializada, frente a otros tipos de atención como la primaria o la sociosanitaria. Los fisioterapeutas son, en comparación con otras profesiones, un pequeño grupo. Además, la mayoría del colectivo trabaja en otros sectores. Sin embargo, es el lugar donde pasamos la mayor parte de nuestra formación práctica de pregrado.
Es en el hospital donde nosotros hemos desarrollado el grueso de nuestra carrera. Por eso es el ámbito que mejor conocemos. Como fisioterapeuta atendemos a personas con procesos más o menos complejos, la mayoría en modalidad ambulatoria. Las menos son pacientes hospitalizados. Estos son los que hoy nos interesan. Pero, además, el hospital es el entorno que, por razones naturales, todos, como pacientes, familiares o amigos de pacientes, hemos habitado. Y, en calidad de una u otra cosa, somos capaces de reconocer lo que supone el proceso de hospitalización.
Efectivamente, serían unos cuantos usuarios de la mayoría de las unidades de fisioterapia hospitalarias los que estarían en régimen de ingreso. Cabe decir que hay variantes en la prestación del servicio. Puede dedicarse una parte de la jornada laboral a la atención en planta, bien de todos los fisioterapeutas o de algunos de ellos. En otros lugares, algunos fisioterapeutas permanecen toda su jornada en planta. En estos casos puede tratarse de servicios dedicados a especialidades concretas, como Traumatología, Geriatría, Neumología o unidades de cuidados intensivos (UCI). En esta última modalidad se consigue, a nuestro entender, una integración efectiva de la fisioterapia en el conjunto de intervenciones. Como excepción a estas situaciones están los hospitales de media estancia, en los que la habitualidad es la asistencia a pacientes ingresados.
Más allá de estas consideraciones, y dado que, como dijimos al principio, el prácticum de Fisioterapia se desarrolla en su mayoría de tiempo en el hospital, nos interesa abordar someramente los efectos de la hospitalización en el usuario de la sanidad.
El ingreso en el hospital supone un cambio radical para la mayor parte de los pacientes. Fijémonos en un adulto, con una vida activa social y familiar. Pasa de vivir habitualmente en su entorno domiciliario, con su familia, con su hábitos y rutinas en horarios, alimentación, actividades de ocio o laborales, a un hospital. Se imponen cambios y restricciones, además de los que acarrea el problema de salud. La función que desempeña este paciente en su familia se interrumpe, a veces de manera muy significativa y abrupta, lo que agrava la percepción que el paciente tiene de las implicaciones de la enfermedad. Aparecen preocupaciones económicas o por el cuidado de los hijos, por ejemplo.
En la esfera más personal, aparece la falta de intimidad al compartir habitación, durante exploraciones físicas o al relatar aspectos de la vida que no son compartidos con otras personas, ni siquiera familiares. El paciente se puede sentir un número más, se le puede identificar por su enfermedad o por el lugar en el que esta asienta (nos sonará aquello de «el paciente de la 23 es un ictus»). El respeto por el descanso a veces se descuida, aplicándose procesos a horas que probablemente podrían tener una alternativa de menor impacto.
La presión asistencial, la falta de tiempo, puede abocar a que el paciente y la familia sientan que no se les suministra suficiente información, o que esta se da de forma incomprensible. En un entorno hostil, donde la autoridad del profesional puede reprimir el requerimiento de una explicación pausada, amable, se puede generar una sensación de despersonalización, de pérdida de control, de incertidumbre.
A veces, la información que dan los distintos profesionales (médicos, enfermeros, técnicos en cuidados de enfermería, fisioterapeutas, trabajadores sociales,…) puede parecer descoordinada. Incluso entre profesionales de un turno y otro. Eso aumenta aún más la incertidumbre y puede generar desconfianza. Lo mismo se puede decir de algo cotidiano, e inevitable, como son los cambios de profesional por libranzas o vacaciones.
Hemos recopilado situaciones con una valencia negativa. Pero démosle la vuelta. Una atención cercana, amigable, cordial, interesada genera en el paciente una percepción de seguridad, empatía, comprensión, incluso de afecto. Todo un lenitivo para él o ella y para su familia. Lo hemos visto en muchas ocasiones. Una simple explicación o escucha atenta sirven para atenuar el sufrimiento, el desasosiego o la preocupación. Hay iniciativas institucionales, además de las personales, que promueven cambios en la práctica que minimicen su repercusión en el paciente, como Sueñon para favorecer el descanso del hospitalizado.
Pero, ¿qué podemos hacer ese grupo de fisioterapeutas que trabajan en planta? ¿Qué se puede transmitir a los alumnos que nos acompañan? Ante todo entender que la fisioterapia hospitalaria es muy importante. Diríamos convencidos que para muchos pacientes es imprescindible, esencial e incluso vital. Pudieran parecer palabras grandilocuentes, pero no lo son. Evidentemente el paciente hospitalizado requiere una eficaz atención médica y eficaces cuidados de enfermería. Pero, dados estos, la repercusión funcional del proceso en el ámbito musculoesquelético y respiratorio puede verse radicalmente afectada por la fisioterapia, o por su ausencia. La movilización precoz, la verticalización, la deambulación, los ejercicios pasivos y activos respiratorios, y la motivación y guía profesional pueden condicionar la evolución inmediata y los objetivos tras una intervención médica. Reconocer y asumir esto es el primer paso para reivindicar el papel que jugamos en planta. A veces parece un trabajo pesado, que lo es; a veces, frustrante; pero otras muchas muy gratificante y muy agradecido por el paciente y familia. Y nos consta que también es reconocido por muchos de nuestros compañeros médicos y de enfermería. Finalmente, es un ámbito en el que precisamente nos relacionamos, interaccionamos y damos a conocer nuestro trabajo a otros profesionales. ¿Son pocas las razones para «subir» a planta?