En España hay distintas profesiones sanitarias.  De entre ellas las que sin duda aportan más profesionales son la Enfermería y la Medicina. Un alto porcentaje de los mismos trabajan en el Sistema Nacional de Salud (SNS).

Para entrar a formar parte del SNS como empleado público se requiere, además del título pertinente, pasar por un proceso de selección. En su versión más laxa, y podríamos decir que oportunista, a veces estar en el momento adecuado puede hacer que entremos en un centro sanitario público. Así, una vacante imprevista, una bolsa de trabajo agotada, una reserva de plaza para estudiantes que han estado de prácticas recientemente, puede hacer que sumemos nuestros primeros días como empleado público. 

Normalmente cualquier proceso de selección debe atender a los principios de publicidad, transparencia, igualdad y a criterios de mérito y capacidad. En estos días se reclaman por parte de empleados de la sanidad pública la estabilización en sus puestos de trabajo. Muchos llevan años como interinos o con contratos encadenados, de duración variable. Ello supone, en principio, experiencia y capacidad acreditada en el desempeño de sus funciones. Además, en multitud de casos se acompaña de una continua formación o participación en proyectos de investigación y/o docencia.

En 2007 ya escribimos sobre lo procesos selectivos y concluíamos que «no hay proceso de selección perfectamente justo». Mantenemos hoy aquella opinión, pero las demandas de los compañeros nos han hecho replanteárnoslo. Tras la pandemia los profesionales que entraron en el SNS  han sentido desazón y cierto desprecio por su esfuerzo ante la posibilidad de no ser renovados. Ha sido el caso de muchos de ellos. Pero a la vez se ha espoleado la demanda a la que aludíamos más arriba. Es muy comprensible. Quizá por ello han tenido más eco la solicitudes de personalidades notables como las del actor Antonio Resines, precisamente testigo involuntario de la labor denodada de los sanitarios en la Covid.

Sin embargo, atendiendo a los principios y criterios aludidos (publicidad, transparencia, igualdad, merito, capacidad) la fijeza reclamada por unos puede conllevar discrepancia con las aspiraciones de otros sanitarios. Es fácil entender que el criterio de tiempo de permanencia en un puesto como determinante para esa fijeza puede colisionar con los derechos de otro empleado que, habiendo trabajado menos tiempo, se considere más capacitado, con más mérito o con más conocimientos. 

El pretendido concurso de méritos para asentar definitivamente a muchos compañeros eventuales o interinos no es per se más justo que otras modalidades de selección como el concurso-oposición. Incluso, como los posibles perjudicados y también empleados públicos en la misma tesitura dicen, puede ser objeto de denuncia.

Nuestra posición es cómoda se dirá, como titular de una plaza indefinida, pero entendemos, precisamente por haber pasado por más de un proceso selectivo, las demandas y quejas y tenemos reservas sobre la justedad de lo que se pretende. Más cuando se hace con carácter marcadamente corporativo por parte de alguna profesión.

Estamos ante un problema poliédrico. Estabilizar a unos, en base a criterios razonables, puede cerrar la puerta a otros, que cumplen con otros criterios quizá con menos peso, decididos de manera arbitraria. Se puede atisbar, incluso, que la intención es favorecer al de dentro, una costumbre tácita en nuestra cultura laboral pública, llámese endogamia o no. En determinados casos, nada extraños, separar de sus puestos al que lleva años puede distorsionar dinámicas de trabajo o proyectos. Pero eso también puede impedir la incorporación de savia nueva, incluso mejor preparada y/o motivada.

En fin, sólo es una opinión. Disculpen si alguien se siente damnificado.

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