LA UNIVERSIDAD QUE NO ENGANCHA

El azar nos hizo leer un editorial de hace unos días en un periódico de tirada nacional. Se titulaba Universidades sin universitarios (1) y recoge nítidamente lo que opinamos sobre el tema que trata.

A veces pensamos cosas. Somos conscientes de nuestra nula originalidad, otros habrán discurrido lo mismo o parecido. Así que, hablando con nuestros estudiantes, nos dicen a veces que no fueron, ni van o ni irán a determinadas clases, incluso determinadas asignaturas. Los compañeros les pasarán apuntes o estos estarán en los repositorios oficiales u oficiosos. Esta solidaridad compartida no es nueva ni insana. En nuestra época universitaria había establecimientos que basaban su negocio en el cambalache de apuntes, cientos o miles de fotocopias del alumno de mejor letra circulaban entre los estudiantes. Esto era muy conveniente para aquellos compañeros que trabajaban y no podían ir a clase por horario laboral o descanso del mismo, y de paso también para el que hacía (mos) pellas.

Pero el pensamiento que nos viene, seguro que repetido y recurrente en otros, es si esto es compatible con lo que la universidad puede aportar potencialmente a la formación de nuestros estudiantes. Lo que nosotros entendemos como «vida universitaria» es mucho más que estudiar unos apuntes que has bajado de internet o un libro obligatorio de una asignatura, acudir a los exámenes y eventualmente a algunos seminarios o clases cuya utilidad para aprobar se ha propagado boca a boca o en los grupos en redes sociales. La Universidad, así, con mayúsculas, es un conjunto, un todo, una miscelánea de estudios, vivencias, charlas formales e informales, contactos,  horas de biblioteca, fiestas, amistades fugaces o imperecederas, descubrimientos, emociones de todo tipo, aprendizaje intrumental y vital, una etapa con mayor o menor transcendencia pero digna de calificarse como importante.

Tal vez el lector pueda pensar que esa visión se puede juzgar como irreal, idealizada, restos de un pasado ya lejano para el que lo cuenta. Y quizá no le falte algo de razón. También se puede pensar que descalificamos la universidad menos visionaria o más prosaica. Pues no. Conocemos de primera mano la universidad individualista, ajena al gregarismo, a la experiencia compartida más de lo imprescindible. La Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), por su propia idiosincracia, por su intencional facilitación de la accesibilidad, procura la posibilidad de estudiar en «total aislamiento», desde una remota aldea o desde un centro penitenciario. Internet ha venido a facilitar esto, pero en muchas de sus carreras incluso sería prescindible. Un manual de referencia y la disponibilidad para ir a un centro adscrito la fecha del examen son suficientes.

La Universidad es el colofón de la formación. Formación académica, en estudios. Pero también el paradigma de la Formación, con mayúscula. Una experienca constructiva de la persona, abarcadora, totalizadora y, a la vez, la prataforma sólida y el trampolín que debiera proyectarnos hacia el resto de nuestra vida. No es imprescindible, faltaría más, pero si transitamos por la vida universitaria deberíamos aprovechar su potencial aportación a nuestra persona. Recordamos, al pensar en esto, las palabras de José Ramón Alonso que recogimos en otra entrada (2) de esta bitácora.

Para esa universidad que preconizamos hay que ir a clase. Madrugar, apurar las pausas, cafetear, debatir, mezclarse con estudiantes de otras carreras, escuchar con atención al profesor,  incomodar al profesor que llega tarde, es previsible o  lee la presentación del curso anterior, quedar en la biblioteca para el trabajo pendiente, acudir a las salidas, académicas o no, que nos proponen compañeros inquietos.

Mostrar indolencia ante el hecho de la falta de atractivo de la universidad o la percepción de la innecesariedad de acudir a clase es un fracaso del modelo de presencialidad inherente a la mayoría de nuestras universidades. Aceptarlo supone cuestionarse su financiación, procedente del erario en su mayoría, sea el alumno becado o no. Si propusiéramos eliminar las clases donde no tuvieran «éxito», con la consiguiente prescisdencia de profesores, tal vez estos y estudiantes se pondrían las pilas. La presencialidad debe aportar un valor añadido objetivo, hacerse atractiva, no basarse sólo en la obligatoriedad, aunque esta pueda a veces ser útil.

A los allegados universitarios les decimos «ve a clase y escucha, aprende, discute, critica».  No lo dudamos, la experiencia universitaria siempre enriquece la vida, pero más si vemos, tocamos y hasta olemos las aulas.

Referencias:

1.Editorial. Universidades sin universitarios. El País 16 de diciembre de 2023. Acceso en https://elpais.com/opinion/2023-12-16/universidades-sin-universitarios.html, 19/12/23.

2.González-García, JA. La universidad ante el reto del espacio único de educación superior. 13 de enero de 2009. Acceso en https://www.madrimasd.org/blogs/fisioterapia/2009/01/13/la-universidad-ante-el-reto-del-espacio-unico-de-educacion-superior/ , 19/12/23.

 

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