FOTOGRAFÍA 51: ¿una historia de amor que no lo fue?

¿Qué hubiera ocurrido si el pasado hubiese sido diferente? ¿qué hubiéramos hecho en el pasado sabiendo lo que ocurriría en el futuro? Es el drama que, basado en cómo se descubrió la estructura del ADN, sucede en “Fotografía 51”. La obra, escrita por Anna Ziegler, se ha representado estos días en el Teatro Inglés de Berlín. Ya casi todo el mundo sabe que el descubrimiento que llevó a la concesión en 1963 del Premio Nobel a James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkins, estuvo rodeado de una historia de intriga y espionaje de las que, en nuestra inocencia, nunca esperaríamos ver si no es en una película de James Bond. En resumidas cuentas el trío de personajes de la ficción, cuyos respectivos papeles podrían caricaturizarse como “el pillo, el listo y el bobo”, acaban por engañar a la esquiva dama para dejarla sin el botín, el codiciado premio que Rosalind Franklin no solo no recibió, sino que por desgracia tampoco llegó a ver cómo recibían quienes ella consideraba sus colegas.

 
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Cuando todos salen de escena, el modelo de la doble hélice del ADN permanece. Es un símbolo del protagonismo que representa la fotografía 51 para el progreso de la Biología actual. Y quizás también un signo del amor que Rosalind Franklin tenía por su trabajo. 13 noviembre 2012. Foto del autor.

Ya he contado en otro sitio en qué circunstancias se obtuvo el resultado crucial, la "foto 51", la que hizo brotar la idea con la que Watson construyó un modelo del ADN en el que la disposición en doble hélice con información complementaria en cada mitad explicaba perfectamente las bases moleculares de la herencia genética, el gen, o como Crick anunció a los clientes del pub The Eagle de Cambridge, “el secreto de la vida”. En resumen, tras mucho esfuerzo para mantener la calidad de las fibras de ADN purificadas por Wilkins, Franklin mejoró sustancialmente la calidad de las fotos que tomaba aplicando la técnica de difracción de los rayos X hasta llegar a la famosa foto. Pero antes de que ella hubiese logrado analizar en detalle la importancia de sus datos, el destino, en una de esas encrucijadas nefastas, hizo que Watson viese la foto. En este caso el destino pudo muy bien ser ayudado por la inocencia con la que su ayudante Gosling, un estudiante de doctorado, la dejó en manos de Wilkins, la ligereza con la que Wilkins la mostró a Watson, y los pocos reparos con los que Watson utilizó la información para, junto con Crick, construir el modelo que valió el Nobel y la fama para el trío del ADN, y sobre todo para la pareja de científicos de Cambridge cuyo nombre se asoció para siempre a la doble hélice. Otro buen empujón a la fuerza del destino se lo dio Max Perutz quien no respetó el secreto al que le obligaba su condición de evaluador y facilitó a Watson y a Crick el informe de Franklin sobre sus resultados enviado para que, confidencialmente, se juzgase el trabajo de su laboratorio.

La historia hubiera quizás pasado desapercibida si no hubiese sido por la forma despectiva con la que Watson describió a Rosalind Franklin en su libro “La Doble Hélice”, y porque su muerte prematura, provocada por un cáncer de ovario, no le permitió refutar lo que de ella se decía. Quizás la reacción que las opiniones de Watson despertaron en quienes conocieron a Franklin llevó a que la historia haya acabado por reivindicar su papel crucial en un descubrimiento que es uno de los hitos de la biología del siglo veinte. Su amiga Ann Sayre, abrió el camino escribiendo una defensa de Franklin, quizás por demasiado apasionada no exactamente fiel a la realidad y que dio pie a varios estudios que hoy dan una visión equilibrada en la que Watson pierde gran parte del aura que a sí mismo se quiso dar.

 
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Cubierta de la edición de 1975 de la obra de Ann Sayre publicada por WW Norton & Co, Nueva York. Foto del autor.

El texto de Anna Ziegler indaga con gran licencia dramática en la relación de Franklin con Wilkins. En lo que históricamente parece que predominó el recelo la autora introduce un elemento de frustración amorosa donde los dos personajes consuman un fatal desencuentro. Franklin, por su refinada educación y selecto círculo social en el que se movía estaba lejos de coincidir con Wilkins, y no hay datos que permitan dar a un posible atractivo amoroso por parte de ninguno de los dos más que la categoría de ficción teatral. Quizás el atrevido guiño amoroso que se presenta en la obra llegue al público profano con mayor fuerza que las mezquindades- también descritas en el relato- que, como seres humanos, aquejan a los científicos. El despecho de Wilkins a quien se le priva de un doctorando, la decepción de Franklin a quien en vez del trabajo independiente que se le ha prometido se obliga a colaborar con otro investigador no alcanzan quizás suficiente dramatismo fuera del mundo académico.
Pero es en ese desencuentro sentimental en el que el drama desarrolla la pregunta sobre lo imposible, lo que hubiera podido ocurrir si lo que sucedió hubiese ido por otro camino, si al menos el recelo entre los dos personajes hubiese sido menos profundo, si Rosalind hubiese sido la doctora Franklin para Wilkins y él hubiese sido Maurice para ella. Como no puede ser de otra manera “Fotografía 51” no puede darnos ninguna repuesta, solo puede dejarnos la pregunta en el aire. Y a la vez nos transmite la inseguridad de un ambiente donde quienes manejan los hilos del poder pretenden imponerse al más débil, en este caso más por ser mujer.

 

La producción en el Teatro Inglés de Berlín ha sido dirigida por Günther Grosser, con Anna Cramer en el papel de Rosalind Franklin y Ben Maddox en el de Maurice Wilkins. En la coordinación científica, Regine Hengge, de la Universidad Libre de Berlín, ha conseguido una excelente fidelidad histórica, que pasa por la fidedigna reproducción del modelo en hojalata y alambre de la doble hélice que hizo Watson, y alcanza hasta el detalle de que durante la actuación los actores escriben los pares de bases del ADN con el número correcto de enlaces de hidrógeno según se trate del par AT o del CG.

El Teatro Inglés de Berlín es una institución que se estableció en 1990 como “Amigos de la Ópera Italiana”. En la actualidad ve amenazada su continuidad por los recortes a las subvenciones que recibe del Senado de Berlín y solicita firmas de apoyo desde su página en la Web.

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4 comentarios

  1. Hola Manuel, de la entrevista que mencionas permítaseme entresacar una frase:

    » Friendships almost have to evaporate when a scientist chooses unilaterally to work toward a scientific objective also pursued by a friend.»
    – James Watson
    TRADUCCIÓN: Las amistades casi tienen que esfumarse cuando un científico decide por su cuenta que va a trabajar en un tema de investigación en el que también trabaja un amigo.

  2. Siempre «ilustro» a mis alumnos en el papel de Franklin en el descubrimiento de la doble hélice

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