La novela histórica ha tenido eminentes cultivadores, tanto es así que no son pocos quienes piensan que, después del “Quijote”, es “Guerra y paz”, de Lev Tolstoi la novela capital por excelencia. Hay otros cultivadores excelentes: Galdós y sus “Episodios Nacionales”, Dickens y “Dos ciudades”, Manzoni y “Los novios”, Yourcenar y “Memorias de Adriano” u “Opus nigrum”, Thornton Wilder y “Los idus de marzo”, Scholojov y “El Don apacible”, Thomas Mann “Los Brudenbok”, Martin du Gard y “Los Thibault”, Mika Waltari y “Sinuhé el egipcio”, Rober Graves y “Yo, Claudio”, Sender y “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre” o “Carolus rex”, etc. Pero últimamente bajo tan prestigioso marbete se están colando títulos penosos, que ni son históricos ni son veraces ni son literarios (carecen de calidad). Y tienen éxito, mucho éxito, que es lo peor, tratándose de fábulas fraudulentas que tergiversan la historia sobre irreales supuestos legendarios, trátese de los Templarios, Jesús y María Magdalena, el Santo Grial o la Sábana Santa. Si no estamos equivocados, fue el polaco Mankiewicz quien inició esta seudoserie con “Quo Vadis” –divulgada “ad nauseam” por el cine– y otros le hicieron eco, como el cardenal Wiseman con “Fabiola” “e tutti quanti”.
MIGUEL GARCÍA-POSADA