Es 8 de septiembre. Estío languideciente, con coletazos de calor, a las puertas el otoño. Reincorporación a la vida rutinaria, también la laboral, con mayor o menor entusiasmo. Y los sanitarios adaptándose a la presencia exacerbada o larvada del coronavirus. Los fisioterapeutas celebran es este día, cada año, su día mundial. 

No nos sorprendería que el lector, con altas posibilidades de ser fisioterapeuta, no se haya enterado de esta celebración o que, aún sabiéndolo, no le haya dedicado más que un pensamiento fugaz. Pudiera ser que nos pasáramos de listos y seamos excesivamente pesimistas sobre la implicación de nuestros colegas en su profesión. También somos muy escépticos sobre el reconocimiento y desarrollo de la misma en la sanidad pública y privada. Aún así hemos  escrito en Twitter unas líneas con esa sensación.

Es normal tender al autoensalzamiento como manera de fomentar la autoestima. En el ámbito profesional también, destacando las cualidades y las aportaciones que hacemos y hacen nuestros colegas. Solemos considerar y enfatizar las comparaciones en las que salimos favorecidos. No todos ni todas las profesiones precisan de este ejercicio, pues el grado de reconocimiento social es variable.

Los Días Mundiales son un exponente de ese afán por hacer sobresalir todo tipo de figuras, acontecimientos, enfermedades o disciplinas. En 1996 la Confederación Mundial de la Fisioterapia designó el 8 de septiembre como nuestro día, recordando la fecha de su fundación en 1951. Los organismos  internacionales y locales lo celebran de distintas maneras para difundir en los medios y entre sus integrantes su labor y el de la Fisioterapia. Pero, como hemos dicho, no nos congratulamos de la implicación de la mayoría de los profesionales. Percibimos, insistimos que desde una visión quizá equivocada, cierto desapego de nuestros colegas. Y no lo decimos como reprobación.

Durante muchos años, tal vez todavía, se veía la Fisioterapia como una profesión para una élite. Siempre hablando de España, donde para acceder a la carrera en la universidad pública se necesitan unas notas sobresalientes. Hoy es uno de los estudios que sigue precisando calificaciones en la parte alta de la tabla. Sin embargo, como decimos en el tuit, la realidad laboral no responde a las expectativas de muchos jóvenes. Tampoco de muchos veteranos. En esta bitácora hemos escrito sobre muchas de las circunstancias que se incluyen en esa realidad (falta de autonomía y desempeño de competencias, escasas posibilidades de progresión, salarios, formaciones caras o dudosas,…). Una supuesta élite intelectual real o potencial se aboca a condiciones muchas veces indignas o que desaprovechan sus posibilidiades. Nada conveniente en lo personal y lo colectivo en un país que invierte muchos recursos en la educación de estos profesionales y estudiantes.

Termina este 8 de septiembre. En un año en el que los fisioterapeutas han contribuido descaradamente a la recuperación de miles de pacientes de la Covid. Pocas pruebas más se pueden aportar de ello. Seguimos en el tajo, en las UCI, en las plantas y unidades de fisioterapia hospitalarias, en atención primaria, en las clínicas privadas. Sin embargo persisten las resistencias al desarrollo autónomo y efectivo de nuestra labor, algunas internas. Se desaprovecha la posible contribución de los fisioterapeutas, no se demanda su permanencia y continuidad estructural en plantas y unidades de críticos, con excepciones; nos retiramos involuntariamente los fines de semana y feriados. Queda la esperanza de que a algunos gestores atrevidos se les encienda la lucecita y sean valientes. El paciente nos necesita, sí, a esta élite pérdida, y subyugada a veces. A esta élite que no le importa no serlo, que sólo quiere aportar. Nos acercamos a la cincuentena pero nos queda algo de empuje para solicitar a las nuevas generaciones que no claudiquen, de momento. Y puede ser que otro 8 de septiembre recuperemos el optimismo.

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