El planeta de las bacterias
autor: Jesús Mingorance
Hospital Universitario La Paz
La sabiduría convencional dibuja la evolución de la vida en la Tierra como un proceso ascedente, con una progresiva transformación de las formas de vida simples hacia otras más complejas. De la bacteria a la ameba, a la medusa, al pez, al anfibio, al reptil, al mamífero, al mono y al hombre… No es casual que esta imagen surgiera durante el último cuarto del siglo XIX, y se desarrollase durante la mayor parte del siglo XX, en plena era de culto a la ciencia y al progreso. De hecho, podríamos considerar esta imagen como un icono de la cultura occidental, y está tan embebida en ella que aún hoy persiste implícita o explícitamente incluso en la enseñanza de la biología.
Una imagen equívoca. Una ilustración tradicional de la evolución muestra distintas formas de vida apareciendo en diferentes momentos. El esquema es bonito pero transmite una idea equivocada, el que unos seres vivos han sido sustituídos por otros radicalmente diferentes. La imagen correcta debiera mantener, de una a otra época, a los ejemplos que perviven de los seres vivos cuyos ancestros aparecieron en otros tiempos, pero cuyos descendientes aún permanecen en ese momento en la Tierra.
Gould criticó con frecuencia esta imagen de la evolución como sinónimo de progreso, de cambio hacia algo mejor. El proceso de cambio que integra la evolución biológica no se rige por valores morales. Las especies no avanzan, ni progresan, simplemente cambian, y no existe ninguna gran tendencia hacia formas mejores. La selección natural opera en tiempo presente, y ello implica que selecciona lo que funciona mejor en cada momento y rodeado por unas circunstancias definidas en ese preciso instante, lo que no implica que tenga que funcionar bien siempre. Así de simple, ¿de que sirvió aprenderse la lista de los reyes godos si basta un click para obtenerla en Internet?.
Tampoco existe una tendencia generalizada y en bloque de los seres vivos hacia la complejidad. Es obvio que las formas de vida complejas derivan desde otras más simples, pero eso no significa que las hayan reemplazado. Los monos, mamíferos, reptiles, anfibios, peces, medusas, amebas y bacterias aún perviven entre nosotros. Las formas de vida antiguas persisten, y continúan dando lugar a nuevas formas, algunas más complejas que ellas, y otras no.
Tendemos a percibir la evolución como un proceso de aumento de la complejidad por nuestro propio punto de vista interesado, al fin y al cabo los hombres son más complejos que los peces, y los peces más complejos que las bacterias. Pero ésta es una interpretación antropocentrista de un proceso estadístico simple: la vida en la Tierra empieza en un estado de baja complejidad, la evolución genera variación, y partiendo de una distribución inicial de baja complejidad, el aumento de variación se refleja necesariamente en un aumento de la complejidad.
Si se midiese la complejidad mediante algún número o alguna combinación sencilla de números (por ej. número de genes, número de células, número de tipos celulares) y se representase frente al número de especies, se observaría que la cola izquierda de la distribución no ha variado apenas entre la biosfera ancestral (línea roja) y la presente (línea azul), porque existe un límite, una complejidad mínima compatible con la vida celular. Sin embargo, la cola derecha ha crecido, porque era la única dirección en la que la complejidad podía variar. Este crecimiento direccional, visto desde nuestra posición interesada, crea la ilusión de un aumento de la complejidad a lo largo de la evolución. Sin embargo, la moda bacteriana de la vida se ha mantenido inamovible durante todo este tiempo. No ha habido un desplazamiento en bloque de todos los seres vivos hacia la complejidad, y la evolución biológica no puede asimilarse a una escalera ascendente que conduce hacia el ser humano. Las bacterias han sido y son la forma de vida dominante en éste planeta tanto en número de especies, como en número de células, y muy probablemente en biomasa total.
REFERENCIAS
– Stephen Jay Gould, La grandeza de la vida, Ed. Crítica, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1997. Traducción al español de Full House: The spread of excellence from Plato to Darwin, Harmony books, New York, 1996.
– Stephen Jay Gould, Planet of the bacteria, Washington Post Horizon, 1996, 119 (344): H1
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Según mi forma de entenderlo (desde hace años, por cierto), todo esto no es sino una muestra más del antropocentrismo en el que trata de embuirnos la cultura occidental en la que hemos nacido.
Nuestros padres, maestros, colegas, etc., todos (o casi) tienden a conceder algún tipo de significado teleológico a la evolución, aunque sea de manera inconsciente. Así, solemos considerarnos a nosotros mismos el fin obvio y necesario de la evolución, dada nuestra complejidad y supuesta "superioridad".
Lo que me lleva a que, precisamente, parece difícil hacer terminar de entender que dicha "superioridad" la definen un momento y espacio precisos. Más evolucionado suele equipararse a más complejo, y esto, a su vez, a mejor preparado.
Pero las bacterias están ahí, y sin duda estarán hasta mucho después de nosotros.
Estoy totalmente de acuerdo.
Otros tópicos similares son: "moderno" es equivalente a "superior", "primitivo" es equivalente a "inferior" y "extinto" lo es a "fracasado". Son juicios de valor subjetivos que deberíamos evitar.