PUBLICIDAD
Hace años, más de 40, un poeta catalán impugnaba en un poema las devastaciones de la publicidad. Aquella publicidad, aunque ya prometía, era un juego de niños para lo que se ha venido encima ahora, sobre todo en las televisiones, pero no más en las privadas que en las públicas. Las cadenas se han puesto de acuerdo para sincronizar sus espacios publicitarios, de modo que no haya huida posible. Es esta publicidad un ciempiés, un pulpo gigantesco, un King Kong verdadero, una bomba atómica para el alma, una peste bíblica. Somos todos imbéciles o la publicidad nos toma por tal. Si usted compra el coche XZ es usted el gran seductor, el gran macho, el Don Juan que nunca hubo; si a usted le gusta el fútbol, compra determinado móvil y aúlla, aúlla, sobreaúlla ante la repetición del gol de su equipo; y si usted, señora, se pone determinado sujetador estará estupendísima, para llevarse de calle a los varones, como perritos faldero; si eres niño, dale la lata a tu padre y cómprate -que la pague él– la <<play station>> o, de lo contrario, matas a tu progenitor por no haber querido desembolsar las escasas treinta mil pesetas de las antiguas que cuesta ese artilugio para cretinos.
MIGUEL GARCÍA-POSADA
La triste realidad es que funciona, somos imbéciles, el dinero no se derrocha. Lo mejor, apagar el televisor, si no la publicidad funcionará, en todos.