Cada vez se levantan más y más autorizadas voces contra el Estado de las Autonomías. Nació para respuesta a los problemas históricos de integración deficiente de tres territorios: Cataluña, Galicia y el País Vasco. Casi treinta años más tarde los problemas sin resolver: el independentismo gana terreno en Cataluña y Vasconia, con la participación sorprendentemente activa en el primer caso de los socialistas –vivir para contarlo–, y en Galicia se torna una fuerza amenazante. A su imagen y semejanza, aquí se ha dado el grito de «¡M…. el último» y se ha desatado una lucha furiosa por ser nacionalidad, es decir, eufemismos a un lado nación: el Gobierno de la Rioja visitó al Papa  portaba una bandera que casi nadie sabía identificar, con sus colores africanos; la española de dos siglos y medio, la de Carlos III, a la que la  II República le puso una incomprensible y antiestética bandera morada, yacía arriada en cualquier almacén de la ilustre autonomía.

Es una anécdota, sí, pero el fondo del problema, aquello de las autonosuyas, que dijo alguien tan poco sospechoso como  Galdós, es ya dramático en Cataluña y  las Vascongadas, donde se falsea y desvirtúa la historia de España, a la que se describe como Estado “opresor”, y se orilla la lengua castellana, que permite entenderse a más de 400 millones de persona; se está produciendo un vaciamiento de la idea de España en pro de la idea de Estado –transferencia nazi–, mientras algunos de nuestros muchos insensatos políticos anuncian el advenimiento de otra autonomía, la municipal (que ha permitido ya escandalosos casos de corrupción y especulación del suelo), y algunos se rasgan las vestiduras porque suene el himno nacional en una concentración política, y se indignan –esta es la triste verdad– porque no quisieran escucharlo nunca, porque su miopía o sectarismo político les hace identificar el himno con Franco y no con la Marcha de Granaderos de Carlos IV: el franquismo sigue ganando batallas después de muerto porque a ver quien les tose a «Els Segadors» o al «Eusko Gudariak», como a ver quien se queja porque la «senyera» o la «ikurriña» flameen en actos oficiales. Aquí lo que está mal visto son el himno de España y la bandera de España, que son dictatoriales, frente a las músicas patrióticas y democráticas y las banderas de la libertad.

 

MIGUEL GARCÍA-POSADA

 

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4 comentarios

  1. en definitiva, que nos dure mucho esta ‘españa nuestra’, del género gallináceo ella, seguro, pero todavía no hay mejor invento para salvarnos de la locura nacionalista, y, desde el punto de vista estomacal, tan nuestro él como las castañuelas, todavía no se conoce mejor sopa que el caldo de gallina vieja.

  2. Qué tendrán que ver las Autonosuyas de Vizcaíno Casas con Galdós? Lo mismo que el tocino con la velocidad

  3. Nacionalismo: insolidaridad, regresión a épocas pre ilustradas. Usted sí que es ignorante, Catalunya.

    Ánimo Miguel, tienes toda la razón.

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