Nunca habíamos pensado en tener un tan omnisciente testigo de nuestras vidas. El móvil ha concitado más adhesiones que cualquier otro instrumento  de comunicación. Desde que comenzaron a aparecer en España a principios de los noventa hasta ahora su expansión ha sido fabulosa; en la actualidad salimos a casi un móvil por cabeza. Su utilidad es manifiesta y clamorosa; sus contrapartidas: ha acabado, o puede acabar con la privacidad, con la intimidad, con lo que un ensayista español llamó felizmente el arte de quedarse solos. El móvil puede ser un pequeño terrorista y un agente de alienación, engolfado el individuo en sus problemas. Con todo, bienvenido sea este ubicuo demonio o ángel electrónico.

 

 

MIGUEL GARCÍA-POSADA

 

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