Criaturas capaces de realizar tareas especializadas, maleables, con aguante, guiadas en direcciones distintas en ausencia de un mapa subjetivo que dibuje las posibilidades futuras

Leo en un artículo de Ibercampus que en España sólo un 15 % de los doctores trabaja en el sector privado (se trata de los datos más llamativos que se manejaron en el Encuentro de Rectores Europeos).

El artículo contrapone ese dato al valor de “otros” países europeos (no se dice cuales), que estarían en torno al 40 %, y se afirma que las empresas no se han dado cuenta del gran valor añadido que suponen los doctores. Seguramente, esto tenga mucho que ver con el hecho de que las empresas españolas son, en su gran mayoría, pymes de supervivencia, o empresas familiares dedicadas al comercio, y en las que un doctor no tendría demasiado sentido. O constructoras…

De todas maneras, a mí lo más tremendo del asunto me parece la disproporción entre el 15 y su 85 complementario. En ese país europeo, pongamos que se trate de Alemania, donde el 40 % de los doctores trabajan en empresas, hay bastantes más que se quedan en la universidad. El 60 % significa que por cada dos doctores en la empresa hay tres en el sector público. Si tenemos en cuenta que de esos tres, uno podría estar dando clases en la universidad, otro en un instituto, y el tercero podría estar dedicándose en exclusiva a la investigación, la cosa no parece demasiado exagerada.

Pero ¿qué pasa en España? Ocurre que por cada doctor en la empresa hay casi seis doctores en el sector público. La pregunta es: ¿Puede la universidad reabsorber a seis de cada siete doctores? Si nos imaginamos la situación a escala departamental, la respuesta negativa es muy inmediata. No hay fondos para contratar a la práctica totalidad de los doctores que allí se forman. Y aunque a veces se consigan bastantes becas para cubrir el periodo doctoral, la obtención del título puede resultar una puerta al vacío. La enorme competencia entre aspirantes a profesores asociados suele centrar, además, el desarrollo profesional en los méritos puramente académicos.

Y a pesar de todo, al final no todos los doctores no empresariales pueden permitirse el lujo de dedicarse a la investigación o a la enseñanza. Es probable que alguno haya acabado de funcionario, de escritor, o incluso, trabajando de camarero, se haya escapado por completo al marco contemplado por la estadística en cuestión.

¿Habrá que dejar de formar a doctores? No creo que esa sea la solución, pero desde luego parece insensato, tal y como están las cosas, hacerse doctorando sin tener claro el para qué y el para quién. Ciencia sí, desde luego. Conocimiento, también. Pero sin estrategia y visión personales y profesionales, la cosa no pasa de ser un hobby. La responsabilidad no es sólo del alumno, que ve en esa dedicación, con toda lógica, la más alta expresión de una trayectoria brillante. La ceguera la comparten las instituciones y los colectivos productivos.

Jaime Capitel

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