Ha pasado ya el suficiente tiempo y han ocurrido suficientes acontecimientos para observar con la distancia y la serenidad necesarias los actos de reivindicación y protesta de la semana pasada. Los ánimos exacerbados, la euforia o el ímpetu dejan paso a una reflexión más objetiva sobre lo que pudo o puede suponer la materalización de los pensamientos, sentimientos y emociones en un movimiento que parece mitigarse.

Hace justo una semana empezó a ser materia de conversación omnipresente, noticia constante en muchos  medios de comunicación nacionales y foráneos, objeto de controversias encendidas y a veces descarriadas. Nosotros, ajenos muchas veces a lo inmediato, empezamos a escuchar e indagar sobre lo que significaba aquello de «democracia real ya». Mientras, la dimensión de la protesta iba creciendo, azuzada quizás por la demanda de abandono por parte de la autoridades electorales. La Puerta del Sol, lugar emblemático para los madrileños, escenario de hitos en la historia de España, admirada y adorada por muchos, se convertía en en centro de las reclamaciones de cambios en el sistema.

Muy poco tiempo atrás se hablaba de la indiferencia, de la inacción, de la aquiescencia de nuestra sociedad y de nuestra juventud ante un panorama de futuro nada halagüeño y ante un sistema que parece aceptar un retroceso en materias tan sensibles como la protección social, la edad de jubilación o la prestación de servicios públicos. Por ello la sorpresa y el desconcierto ante un movimiento no previsto, surgido de la convocatoria en redes sociales de la internet, ajeno a organizaciones políticas y sindicales. Ese desconcierto pudo llevar a respuestas desafortunadas y opiniones desatinadas, a nuestro entender, que pretendían deslegitimar la protesta aludiendo a supuestas conspiraciones de origen político. Y, aunque política es todo, no parece probable que este movimiento esté contaminado por ninguna organización para un fin concreto.

Nosotros tuvimos tiempo y curiosidad para conocer de primera mano el centro de la protesta. Admirable fue ver como estaba organizado, como la gente se expresaba con respeto, como se reunían personas de distinta procedencia social, como muchos jóvenes parlamentaban con dominio de la palabra. Y lo hacían en torno a cuestiones centrales de la vida, como la educación, la sanidad o el control financiero. Sentimos emoción al ver a un pueblo unido, ajeno a las diatribas políticas que no  aportan soluciones.

Hemos oído críticas a este movimiento como que peca de vago, inconcreto, desprovisto de propuestas precisas. Parece que nos olvidamos, creemos nosotros, de que esa es tarea de los políticos, de los que ostentan el poder ejecutivo y de los que ejercen la oposición. Cuando votamos estamos manifestando, en última instancia, nuestro deseo de vivir mejor y son los legisladores y gobernantes los encargados de propiciarlo con medidas concretas.

No obstante, si tenemos un poco de curiosidad, podemos ver que las demandas de este movimiento minoritario son suscribibles por cualquiera que desee una educación accesible y de calidad, una contribución a la arcas del estado acorde con los ingresos de cada uno, un control de los abusos de ciertas entidades financieras, un control y mejor gestión del gasto público, una mayor seguridad en el empleo o un apoyo a los derechos consagrados en la Constitución como el acceso a la vivienda.  Y por minoritario que ahora nos parezca el grupo que expresa estos deseos mayoritarios no ha de olvidarse que la Historia nos demuestra que los grandes cambiós se han logrado por la acción y manifestación de minorías sociales. ¿O es que el 2 de mayo de 1808 salió a la calle todo el pueblo de Madrid?

Algunos cuestionarán nuestra opinión (porque sólo es una humilde opinión) por provenir de alguien cuya posición de fisioterapeuta no supone ninguna autoridad. Pero creemos que las propuestas en materia de sanidad de este movimiento, aunque generales, han de ser apoyadas por cualquiera que defienda la sanidad universal, accesible y de calidad científica y hotelera, despojada de intereses económicos, gestionada de manera eficiente en recursos materiales y humanos, con exigencia a sus profesionales de servicio público y con respeto a las condiciones en las que estos ejercen ese servicio. También parece lógico apoyar una educación universitaria que no impida el acceso a los menos pudientes o  a cualquiera con la capacidad y voluntad de estudiar como cimiento de un futuro mejor para el país.  O un cambio del sistema productivo que prime la investigación y el desarrollo industrial sostenible. Y para todo ello ha de exigirse un esfuerzo y un orden de prioridades.

En fin, más acá de estas y otras consideraciones, hemos visto como la gente, aparte de votar, quiere ser escuchada, se mueve, reclama, y todo con un espíritu pacífico y de respeto. Esto, creemos, no puede molestar a nadie. Antes al contrario, para nosotros supone una gran esperanza.

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